l camino hacia una alianza entre los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD), de cara a la elección de gobernador en 2016, se ve sumamente complicado porque implica valores, visiones y razonamientos distintos a los de cualquier otra elección local o federal, además de aspectos emocionales y subjetivos.

A diferencia de otros comicios, incluido el presidencial de 2012, en el cual la votación prácticamente se dividió en tercios (Josefina Vázquez Mota, un millón 180 mil 141; Andrés Manuel López Obrador, un millón 4 mil 83, y Enrique Peña Nieto, un millón 181 mil 111) no hay un estudio serio que explique la diferencia de tendencias electorales entre ciudades y zonas rurales –en estas últimas es reiterada la preferencia por el Partido Revolucionario Institucional (PRI)– y permita hacer un pronóstico para el año entrante.

Sin duda, la colecta de votos aliancistas correría a cargo del blanquiazul, pues en años recientes la votación de ese partido en la región del Golfo de México ha mostrado una tendencia ascendente.

Aunque en las elecciones de 2012 una porción de los votantes se inclinó por la izquierda, representada coyunturalmente por López Obrador, en la disputa por la minigubernatura no se vislumbra que el PRD vaya a ser el fiel de la balanza.

Aunque le falta consolidarse, en 2016 Morena podría ser un factor a considerar en el reparto electoral, toda vez que el perredismo veracruzano sigue en una ya prolongada etapa de desprestigio y desconfianza ciudadana por su extremo acercamiento al gobierno estatal priísta, amén de su cada vez más exigua colecta de boletas.

En el PRI, la resolución de sus conflictos internos, acentuados por las discrepancias entre los senadores José Yunes Zorrilla y Héctor Yunes Landa con la facción duartista, Alberto Silva y Erick Lagos, será trascedental para determinar si se dan condiciones para la alternancia.