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Economía Moral

Reflexionar sobre la naturaleza de la pobreza y la desigualdad / I

Para hacerlo conviene releer a los grandes; empiezo con R.H. Tawney

G

ran Bretaña ha sido cuna de muchos grandes pensadores sobre la pobreza y la desigualdad. Destacan, en el siglo XX: Richard H. Tawney (1880-1962), historiador económico y agudo crítico social; Thomas H. Marshall (1893-1981), historiador y sociólogo, famoso por su concepto de ciudadanía; Richard M. Titmuss (1907-1973), autodidacta y uno de los fundadores de la disciplina de política social; y Peter Townsend (1928-2009), sociólogo, el más importante estudioso de la pobreza de todos los tiempos. Ninguno fue marxista. Todos fueron críticos agudos, independientes, progresistas, fundadores de líneas de pensamiento y acción. Leerlos es una fuente de inspiración y de fundamentación básica. Empiezo hoy con Tawney, el primero en nacer de los cuatro. En la Introducción de su libro Inequality (Desigualdad; George Allen & Unwin, Londres, 1931), referida a las dificultades de la economía británica, muestra su agudeza irónica y una cierta claridad, quizás no muy conciente, de la interacción entre lo que Marx llamó las fuerzas productivas y una concepción ampliada, pero imprecisa, de las relaciones sociales (cito extractos):

“Cuando los dioses son poco propicios, el primer instinto de la tribu no es cuestionar su poder, sino reforzar sus peticiones. Es natural que una nación imbuida por su historia con la convicción de que el secreto de su éxito radica en la fabricación de maquinaria, haya de suponer que puede superar sus dificultades invocando la tradición de los ancianos. Los ingleses… abordan las puertas cerradas del bien-estar económico con una réplica de la vieja llave, y no les asaltan dudas sobre si encajará en la nueva cerradura... Dan por hecho que el problema que confrontan es el mejoramiento de la técnica… no les perturba la idea de que las condiciones para el reajuste sean una alteración de su perspectiva intelectual y el abandono de ciertas características, que valoran, de sus relaciones sociales… Vale la pena investigar si la eficiencia económica no está obstruida por la presencia de condiciones que generan la inercia social, y si la vía para alcanzarla no estará tanto en el ámbito de la maquinaria y la organización como suponen, como en el intento de crear un sistema social más humano y flexible… La comodidad y el encanto de una civilización, su poder de mover la imaginación de los que la habitan, y de inspirarles afecto no depende sólo de su poder de producir riquezas… sino aún más de la manera en que emplea los recursos que posee, con base en la inteligencia y los ideales de los individuos y grupos que la componen, y en el auto-respeto de las diferentes clases y su apreciación mutua. Es una flor que floreció en comunidades cuyas riquezas fueron menores que las de la Inglaterra de hoy, y para cuyo crecimiento una mentalidad que sólo busca la adquisición de riquezas no parece ser especialmente favorable… Es a través del desprecio de tales cualidades…y a través de la universal y bárbara reverencia de los ingleses al dinero y a los privilegios que éste confiere, que se multiplican y agudizan las divisiones sociales y, por tanto, las dificultades de la transición a una técnica más eficiente y una aplicación más inteligente de los recursos… Hay un problema de elementos externos –de maquinaria, organización y técnica– pero también hay otro problema… que se puede describir como interno ya que se refiere a los objetos para cuyo logro se ha de usar la técnica y con los principios que han de ser aceptados como base de la organización. Es concebible que en los asuntos tanto sociales como individuales, la claridad sobre los fines sea conducente a la prontitud en la aplicación de medios… Una nación, si es prudente… reflexionará que es posible que al intentar liberar su vida social de rasgos que tienen, sin duda, una explicación histórica pero que todo mundo sabe en su corazón que son repulsivos y humillantes, estará también promoviendo el temperamento que le capacitaría para movilizar más efectivamente sus recursos materiales, y para encontrar alguna compensación en la buena voluntad y la inteligencia, por las ventajas adventicias que la historia… alguna vez puso a sus pies pero ahora no están más.” (pp. 16-23)

Foto
Portada de una biografía con la fotografía de Tawney

Al comenzar el Capítulo II, denominado La religión de la desigualdad, dice Tawney que el más obvio de estos rasgos es también el más importante: la desigualdad convertida en institución nacional (y la influencia que ésta tiene en la vida individual), y el carácter de una sociedad en la cual actúa todo el sistema de intereses y organizaciones asociados con la desigualdad. Se refiere a Mathew Arnold, autor que 50 años antes observó que en Inglaterra la desigualdad es casi una religión e hizo notar la incompatibilidad de tal actitud con el espíritu de la humanidad y con el sentido de la dignidad humana que son los signos de una sociedad verdaderamente civilizada. Dice Tawney que el temperamento que describe Arnold, que concibe los violentos contrastes entre las circunstancias y oportunidades de diferentes clases, como un fenómeno no meramente inevitable, sino admirable y estimulante, si bien no ha desaparecido del todo, ya no es general. Enumera algunas posturas, antes usuales, que ya son raras ahora: pocos políticos vivirían en la tradición inglesa de desigualdad como una perla inapreciable que ha de ser protegida celosamente de los profanos; pocos educadores buscarían calmar la aprehensión sentida por los ricos ante la extensión de la educación, argumentando que la ley del trabajo obliga a la mayoría de los niños a trabajar por un salario a la edad de 10 años y, por tanto, esta clase no podrá desplazar a la de aquellos que pueden estudiar más años; pocos pensadores políticos dirían que libertad e igualdad son enemigas irreconciliables, y que ésta sólo podría triunfar a expensas de aquélla. Pero, añade Tawney:

“Instituciones que han muerto como credos algunas veces continúan como hábitos. Si el culto de la desigualdad como principio e ideal ha declinado con el declive de la sociedad aristocrática de la cual era el acompañante, es menos seguro que la pérdida de sus credenciales sentimentales haya hasta ahora dañado su influencia práctica y privado de todo significado las palabras de Arnold. Es verdad que si Arnold estuviera escribiendo hoy sus énfasis e ilustraciones serían diferentes. Sin duda diría menos de las grandes propiedades territoriales y más de lo financiero;… menos de los asentamientos heredables como obstáculo para la distribución más amplia de la propiedad de la tierra, y más de las fuerzas económicas, en su día no previstas, que han llevado a la concentración progresiva del control del capital; menos de la reverencia inglesa por la cuna, y más de la adoración inglesa del dinero y del poder económico. Pero si pudiera ser inducido a estudiar la evidencia estadística acumulada desde que escribió, es posible que… mientras notase con interés las desigualdades que han bajado, sentiría aún mayor asombro por las que han sobrevivido. Observando la mayor tensión entre la democracia política y un sistema social marcado por agudas disparidades de circunstancias y educación… encontraría, en la historia de las dos generaciones desde que su ensayo apareció… una prueba más impresionante de la justicia de su diagnóstico que la que les toca en suerte a la mayoría de los profetas. ‘Un sistema fundado en la desigualdad está en contra de la naturaleza y, a la larga, se viene abajo’” (pp.26-27).

Según Tawney los hombres son raramente concientes de la calidad del aire que respiran. Por tanto, no somos testigos confiables y la razón aconseja consultar a observadores provenientes de otros países. Cita uno que hace notar el tránsito de la educación inglesa del sectarismo religioso al de clase; dice que otros se quejan que Inglaterra no es una nación, sino dos, y que sus círculos raramente se intersectan. Otros concluyen que los ingleses nacen con la mentalité hiérarchique y que el país está plagado con el fantasma de la tradición de la superioridad de clase. Cita a Tawney para concluir la idea: La desigualdad extrema debilita la capacidad de juzgar imparcialmente. (pp.27-31)

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