Kichanes de Chiapas a California
Xuts y Kochs migrantes

De la serie Nubes Viajeras, Nevado de Toluca. Foto: Jerónimo Palomares

Tania Cruz

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¿Qué es lo que más extrañas de allá? La comida, la familia. El maíz, la tortilla, el queso y el café de Ocosingo.
¿Qué es lo que más te gusta de acá? El dólar, la ciudad, el jale, las morras.

El gusto, los sabores y los alimentos son el terruño, el nosotros. Una tortilla con queso y un café forman un bocado que pocos tienen el lujo de darse si están lejos de casa. El “queso de bola” y el café de Ocosingo son particulares. El primero está envuelto en cera, una masa de queso crema que yace en el corazón de un caparazón encerado que se rompe y se escarba a cucharadas como pulpa de coco. El segundo es uno de los mejores cafés orgánicos producidos en el estado. También el maíz, el frijol, el chile, el plátano, el jitomate y el achiote, son cultivados en la selva, mientras que en Los Altos hay otras verduras y plantas, como la papa, el chayote, el ejote, el wash, las fresas, las ciruelas, la yerbamora, la chaya, la flor de calabaza, chilacayote y otras. Las extensiones de tierra de los familiares de los kichanes migrantes ascienden a 20 o 30 hectáreas. En ellas hay cafetales y ahora potreros donde la juventud tseltal migrante está invirtiendo cada vez más.

Las chicas, las relaciones de noviazgo, las fiestas, los bailes y los conciertos, representan el consumo conspicuo y el acceso a bienes para navegar en las ciudades californianas y vivir los modos juveniles “modernos y capitalistas”. Los xuts o kochs son los hijos menores de las familias tseltales y tsotsiles que tradicionalmente heredan la tierra; figuras paradigmáticas de las relaciones de parentesco y la tradición comunitaria.

Hasta hace no más de una década y media no migraban para cuidar de los padres y cultivar la milpa. A partir del 2000 varios salieron rumbo a California, Florida, Georgia, y ahora, al resto estadounidense. Solteros entre 15 y 30 años, bilingües o trilingües, con educación básica, hijos de familias campesinas.

En California reivindican el término kichanes como modo de hermanarse aunque en su tierra natal hasta enemigas sean sus familias. Kichán es el hermano, el reconocido hermano.

Ezequiel tiene 22 años, habla tseltal y maya-lacandón, es soltero. Es mediano, de piel morena, mejillas rojas, con su corte de cabello estilo mohicano y una larga cola en la nuca. Viste playeras, pantalón de mezclilla entallado, botas y cinturón de piel de cocodrilo, reloj plateado. Lleva un arete en la oreja derecha.

Su artefacto favorito es su celular Android con el que se comunica siempre a Chiapas. En su hablado tseltal combina frases del castilla latino-estadunidense, un tseltalspanglish.

Esto mismo hacen los demás kichanes en California, además de nombrarse con los primeros apodos en tseltal que entre ellos se pusieron durante su infancia. Ezequiel no pudo completar la preparatoria pues sus padres se separaron y su madre no pudo seguir apoyándolo. Dice que el estudio no le sirvió porque terminó de migrante indocumentado.

“La vida aquí [en San José, California] es muy dura porque si no tienes dinero, no comes, si no tienes trabajo te mueres de hambre porque es de estar todos los días trabajando. Allá siempre hay comida, vas y pescas, cazas, cultivas y comes”.

Durante los primeros cinco años compartió un cuarto con su primo, un amigo y un tío. Ahora vive con su novia, originaria de un rancho de Guadalajara. La primera vez que vino a Estados Unidos se dirigió a Florida y trabajó en los campos pizcando frutas y verduras. Después regresó a la Selva por un par de meses y cuando vio que su mamá necesitaba ayuda, decidió regresar, esta vez a California. No tiene trabajo estable aunque de modo intermitente trabaja como peón en la construcción. Cuando no hay trabajo hace de todo y se va desde las cinco de la mañana al Home Depot para ser contratado. Cuando tiene trabajo gana unos 2 mil 400 dólares al mes. Hace un tiempo dejó de enviar remesas y cuando lo hacía enviaba 400 dólares mensuales.

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En 1985 llegaron tres palencanos a Los Ángeles, pioneros de la migración chol. Hoy el grupo ha crecido y la mayoría son familiares cercanos. Muchos viven en downtown, lidiando con la población afro-descendiente que además de ‘novatearlos’ asaltándolos, los violenta diario. Por lo común comparten casa con centroamericanos y trabajan en la industria textil. Los tseltales llegaron en los 90 al distrito La Misión en San Francisco donde habita la comunidad más grande y heterogénea, miles de ellos están allá.

La presencia salvadoreña, guatemalteca y yucateca les ha ayudado a integrarse a la “ciudad santuario” y, como ellos mismos dicen, “no nos pueden hacer nada, estamos libres aquí ¿lo sabías? estamos protegidos, andamos como peces en el agua, aquí la policía no nos puede hacer nada”. Como San Pancho es multicultural han podido integrarse más que los otros tseltales que viven en San José o los choles, en Los Ángeles. Dice Pablo, de 41 años:

Primero vino mi cuñado con su cuñado unos meses antes de que yo entrara. Luego vine yo con otro tío, un primo y un familiar de mi cuñado. Entramos en 1999. Aquí en San José llevo once años. Cuando vino mi tío no había nada de gente de Chiapas. Lucio es mi cuñado y él vino con su cºuñado Efrén, ellos durmieron allá arriba, en una iglesia [señalando el cerro] no rentaron pues no tenían nada, ahí dormían. Ya cuando vine acá, entré a trabajar de plomero y ganaba 25 la hora o  sea mil 500 semanal. Ahora hago landscaping: jardinería de paisajes

En San José los tseltales están disgregados lidiando con la comunidad asiática, en especial la vietnamita, aunque algunos de ellos se ayudan de la comunidad salvadoreña evangélica. Es común que compartan la renta con guatemaltecos y con mixtecos. Es el grupo más pequeño y diverso pues lo conforman tseltales de la zona norte de la Selva, lacandones de la Selva, tseltales y tsotsiles de Los Altos. Los que viven en Los Ángeles tienen algunos contactos con los de San Francisco y San José, aunque no se visitan por las distancias entre las ciudades y porque es un gasto y un riesgo que muchos no quieren tomar para no ser atrapados por la policía. En cambio, visitan a los que viven en las ciudades del Orange County en Fullerton, Santa Ana y Buena Park.

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Originarios de diversos ejidos y comunidades en Ocosingo, Palenque, Huixtán, Pantelhó, Chilón y Oxchuc, su variedad lingüística, cultural y política es vasta. Varones de 15 a 30 años cruzando la frontera para reunirse con sus familiares: “¡Hey Kichán! ¡Vente! Aquí hay jale, con lo que aquí ganas en un día, comes allá una semana”. Jóvenes recién egresados de la secundaria que te dicen: “Después de la secu, aquí no hay nada, sólo casarte”. Muchachos acostumbrados al campo, a los ríos, a las lagunas, al lodo, a la siembra, al rastrojo, a la pesca e incluso a la caza de jabalíes, jaibas y faisanes. ¿Quiénes seguirán con la labor campesina? ¿quiénes trabajarán la tierra, la cosecharán, la cuidarán, la habilitarán? El proyecto de salir al norte tiene una intención temporal para invertirle al futuro, haciéndose de capital, casas, terrenos y/o algún negocio en la comunidad de origen, pero la mayoría no retorna. Los aprendizajes en la estancia en EUA son numerosos y no sólo en términos de oficios (el ‘rufin’, las ‘yardas’, el ‘cuquin’), sino en términos culturales: el argot, el consumo, los estilos y los prácticas juveniles que les invitan a un constante re-crearse. Cual rito de paso, la migración se tradujo en un amplio capital cultural que les hace vivir un estilo de vida muy anclado al consumo. ‘Aquí hemos crecido y aprendido a bailar pasito duranguense, a bailar banda, a tener morras, a manejar, a hablar español, a hablar inglés”. Llegaron adolescentes y transitan a la adultez en medio del clandestinaje de la indocumentación.