Ch’ulel-Ch’ulelal
Celebración de la memoria y la resistencia

Xuno López

“Yo quien soy si no una hoja seca que se desprende de su árbol./Yo quien soy si no la fruta que madura y cae al suelo./Yo quien soy si no la verde fruta,  la verde hoja que pueden ser arrancadas por la lluvia./Yo quien soy si no el grano de maíz que muere y germina./Yo quien soy si no el polvo diminuto ante la grandeza de la Vida./Sólo soy eso./Pero hazme fuerte como el gran árbol, como el gran bejuco que crece, que reverdece y florece allá en la gran altura, allá donde parece que no hay nada…/y que el día de mañana los hijos de mis hijos nos vean caminando junto a ti/Sagrada Madre, Sagrado Padre…”.

Fragmento de un rezo maya-tseltal.


De la serie Nubes Viajeras, Nevado de Toluca. Foto: Jerónimo Palomares

El juego del lenguaje florido y metafórico como se puede observar en este fragmento de un rezo maya tseltal, no sólo es recurrente en los rezos, la cotidianidad es muestra de ello. Jugar desde el lenguaje con la vida y la muerte, y permanecer en la memoria de los vivos, ese nosotros en contínuo. Sentirse nada, diminutos, efímeros y pasajeros ha generado quizá en el ser humano la necesidad de permanecer, florecer aquí y allá donde parece no haber nada, y que mañana podamos ser recordados porque nuestros hijos ven que estamos caminando al lado de la progenitora y del progenitor, Creadora y Creador de nuestras primeras madres y padres.

El tiempo, la vida y muerte como la memoria, sólo por citar algunos aspectos que inquietaron a nuestras abuelas y abuelos, se encuentran a flor de piel que salen a cada instante, a veces verbalizada y en otras ocasiones demostrada con los hechos. La esencia que corre en nuestra piel de ese tiempo, vida y muerte primordiales, nuestras madres-padres lo denominaron Ch’ulel-ch’ulelal, principio y esencia de todo lo que existe. Así la existencia de los humanos está erigida en el Ch’ulel-ch’ulelal, el aliento divino inmanente, que estará siempre conosotras* y que será recordado por las generaciones futuras encarnado en la noción de que las que estamos aquí y ahora, formaremos parte de las primeras madres-padres y abuelos-abuelas que caminaron nuestras tierras.

El Ch’ulel-ch’ulelal continuum, también aliento de nuestras madres-padres ha comenzado desde el engendro, se reafirma al salir triunfantes del vientre materno. Se ofrenda por la vida nueva, se pide a los dioses guardianes que velen por el nuevo ser, que protejan la semilla que ha germinado para que crezca, florezca y de frutos, porque en ocasiones el Ch’ulel-ch’ulelal puede ser engañado por otros ch’ulelaletik, se deja llevar y no regresa. En otros casos es robado y encarcelado. Sólo las mujeres y hombres medicinas Jpoxil/J-ilol pueden hacer algo para que vuelva o sea liberado. Si es demasiado tarde la intervención del Jpoxil/J-ilol, el cuerpo caerá como una hoja que se desprende de su árbol, que abonará la tierra donde se cultiva la memoria.

Al nacer, el ser humano y su Ch’ulel-chulelal han comenzado a ser Jbeomal, caminante que peregrina abriendo camino en la vida terrenal. Ha iniciado su primer viaje, su anhelo será tener un cargo y servir a su comunidad, aunque sea el más pequeño e insignificante de los cargos. Lo importante es servir a la comunidad, servicio que haga retumbar su corazón como un tambor, que engalane su corazón y le fortalezca su Ch’ulel-ch’ulelal, y en vida se vuelva nichimal ants o nichimal winik, mujer florida u hombre florido. Por un instante ser mujer u hombre bragado de plenitud cuando sienta como recorre su piel y transita por los ríos de su cuerpo el poder de la palabra empleada en los discursos ceremoniales. Palabras y discursos que abrazan su corazón, que envuelven su Ch’ulel-ch’ulelal como si fueran pétalos de flor acompañados por el melodioso canto y trinar de las cuerdas o el dulce aliento que emana de la flauta. Escuchará retumbar el tambor como los latidos de su corazón. No sólo recuerda y ofrenda a sus dioses, sino también evoca el nombre y la memoria de sus ancestros que le pedirán acompañamiento y protección durante el peregrinar con su cargo. Mientras el Bats’il ants-winik-Mayas, mujer y hombre verdaderos caminan la vida terrenal, procuran hacerlo todo para que su Ch’ulel-ch’ulelal no se lamente por que no hizo en esta vida lo que quiso hacer. Así escuchamos por ejemplo en maya-tseltal: Eeeee, ya sk’an jpas a’tel yu’un jich ma snanuta yo’tan jch’ulel a teme lajon-chamone (“Ah, es mejor que asuma algún cargo para que cuando muera, el corazón de mi alma-espíritu no este deseando haberlo hecho”).

La noción de vida y muerte entre nosotras las Bats’il ants-winik-Mayas, en la que hay algo que perece y se mantiene, sigue vigente, se conserva en cada corazón. La muerte es dar otro salto para continuar caminando. Por eso cuando alguien muere se le viste con la mejor ropa, se le prepara un morral, red o mochila en donde se colocan masa para pozol (somos hombres y mujeres de maíz), jícara para saciar la sed durante el caminar, monedas que le servirán para pagar el peaje. Ha comenzado el segundo viaje, mientras el cuerpo yace inerte como hoja caída del árbol de la vida. Mientras, una persona le dará a cada rato gotas de agua en la boca para que su corazón no se agriete ni seque por la sed, como en el pueblo maya-tsotsil de Zinacantán; para que no sufra sed mientras recorre por última vez los caminos donde anduvo y recoja todo aquello que tiró o dejó por olvido. Se ha ido al otro mundo, al mundo de lo ancestral y las deidades. Cuando llegue el día en que visite a sus familiares vivos, se le recibirá con abundancia. Se le ofrendará velas, incienso, comida, frutas, flores, agua, pox, atole. Producto del trabajo y esfuerzo de los mortales, de la primera cosecha se le dará de comer y beber. Es la gran fiesta para un invisible que sólo se hace presente en los corazones y mentes con la evocación de su nombre y memoria.

Cuando se acerca la celebración del K’in Ch’ulelal, en algunos pueblos se limpian los caminos quince días antes; en otros, como Zinacantán, lo hacen después. Del mismo modo renuevan el campo santo. Quienes seguimos la costumbre ancestral de enterrar a nuestros muertos dentro de la casa, adornamos allí las tumbas. En otros lugares la celebración se efectúa a finales del mes maya-tseltal pom o principios de yaxk’in, es decir a mediados de octubre. Llegado el día, los familiares arriban a cada tumba en donde ofrendan velas, incienso, comida y pox, y le hablan a sus/nuestros “muertos” diciendo:

“…llegó la hora/ llegó el momento/ ha llegado el día en que nos van a visitar/ tú nuestra más primera madre/ tú nuestro más primero padre/ no sé cuantas generaciones de abuelas y abuelos sean/ vengan, arriben, lleguen con un sólo corazón/ lleguen con el corazón a risas/ traigan a sus compañeros/ sus compañeras/ que vengan junto con sus conocidos/ que no les vaya a dar pena/ que no vaya a sentir vergüenza su corazón/ por favor vengan que los estamos esperando/ nosotros tus hijos les hemos preparado la comida/ su comida, tomen, coman/ degusten todo lo que está preparado/ junto con mis hijos e hijas/ que también son tus hijos e hijas/ junto con mi compañera, mi regalo/ complemento de mi corazón y de mi espíritu/ complemento de mi boca/ de mi cuerpo y de mi sombra/ que es mi cuerpo/ que es mi sangre/ vengan que los esperamos/ los recibimos/ y disculpen si lo que se ha preparado/ encuentren allí basura/ mal olor de mis manos, de mis pies/ pero les digo que los hemos preparado/ con todo nuestro corazón/ vengan que los estamos esperando…”

De este modo los familiares llaman a sus muertos, o más bien el Ch’ulel-ch’ulelal de nuestros seres queridos que están por llegar, que convivirán entre nosotras, que embriagarán sus corazones, sus Ch’ulel-ch’ulelal se comunicarán con nosotras.

Es así como la celebración del día de muertos, en el pensamiento de nuestros pueblos, es la evocación de la memoria ancestral y de los que se fueron recientemente. Para nuestros pueblos, el ritual del K’in Ch’ulelal (Fiesta del espíritu o alma), en el entendido de que el Ch’ulel-ch’ulelal no muere, es de suma importancia y pervive hasta nuestros tiempos. El K’in Ch’ulelal, no es paa festejar al muerto en sí, al cuerpo vuelto a la tierra, sino su memoria, su Ch’ulel que estará presente conosotros un instante y aunque no se le vea, comerá de la ofrenda preparada por sus seres queridos.

El ritual o fiesta de los espíritus ch’ulel-ch’ulelal es un verdadero acto de recordar, un antídoto para la amnesia. Podríamos decir que son actos rituales de resistencia contra el olvido. Cada quien recordará a sus muertos a su modo y manera. Los 45 de Acteal serán recordados de manera colectiva, los caídos en el 1994 y de la posguerra también. Recordaremos a los 43 de Ayotzinapa. Los más de 50 mil muertos por la violencia en México seguramente serán recordados. Y los muertos que no están contabilizados ¿quien los recordará? Su ch’ulel divagará buscando comida, agua o calaverita de Justicia Verdadera removiendo el corazón de los abajo.

Xuno López, maya tseltal del municipio de Tenejapa, Chiapas. Estudió sociología y antropología. Libre pensador.