Opinión
Ver día anteriorLunes 16 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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as piezas aparecen sueltas, pero tienen conexiones, bordes caprichosos con ángulos y curvas diversas. ¿Qué relación tienen unos hechos con los otros? ¿Cómo evolucionan unos procesos con respecto de los demás? ¿Se trata de causas y efectos de tipo mecánico? ¿De qué signo es la complejidad de los fenómenos que tenemos al frente? ¿De qué modo repercuten en nuestra existencia, como individuos y como parte de sociedades que no están aisladas sino cada vez más entrelazadas en eso que llamamos la globalidad?

París fue sangriento. No es posible mirar lo que ocurrió con sangre fría y desapego. Y, luego, tampoco puede quedarse uno ahí y dejar de ver el bosque de terror y desasosiego que se ha impuesto en Siria o en Irak o en tantas partes de Medio Oriente o de África. La comprensión de los fenómenos políticos de nuestro tiempo, o lo que ésta puede abarcar con las limitaciones del entendimiento, tiende muchas veces a ir en una ruta paralela a la tragedia humana que representa en cada lugar donde ocurre.

El filósofo alemán Rüdiger Safransky escribió hace casi 20 años una larga reflexión sobre El Mal, título que apostilló como el drama de la libertad. Una enorme aventura intelectual sin duda, tan larga como la humanidad misma.

De una manera esencialmente distinta a la que ofreció Fukuyama propone ahí Safransky que: La historia está acabada porque ya ha sido liquidada como búsqueda subjetiva de ideas orientadoras, creadoras de sentido. Es cierto que se sigue cultivando el contacto con ideas, con restos de sentido y con religiones. Pero se cultiva a mitad de precio, pues todo eso ya no tiene la fuerza formadora de antes, ni en lo bueno ni en lo malo. Y, además, ya no se espera nada de esas dimensiones. La historia ha liquidado la obsesión de dar sentido a la historia.

Parte de esto tiene que ver, en la manera en que se manifiesta, con la parcialización de los hechos a la que me referí antes. Y puede relatarse este asunto con algo que recoge Safransky. Se trata de la necesidad de recordar al conjunto de la humanidad y, debe añadirse, recordar a cada individuo particular, que cuente con sus propias reservas.

Averiguar sobre esas reservas; de qué están hechas; en qué consisten conceptualmente; en lo que son de modo material; en las estructuras sociales y políticas que representan; en las ideas que las sostienen; en su historia, pues no se crean por generación espontánea. Ese es el trabajo que no puede postergarse más. El peligro es inminente. El balance de las reservas hecho hoy, a la luz tan sólo de lo que ha pasado solo desde el inicio de este milenio parece ser más bien exiguo, si no es que sea de plano deficitario.

Ya sabemos que no se puede cosechar más que aquello que se siembra. Cierto, pero así no se comprenden y, menos aun, se apunta a una superación de los conflictos que hay detrás de esa verdad. ¿Se merecen lo que pasó las personas asesinadas en París en enero de este año o el pasado viernes? No, y ese no debe ser definitivo. Tampoco se lo merecen los sirios y los iraquíes, ni los palestinos ni los israelíes, ni tantas víctimas por todo el planeta, incluidas las nuestras. También eso debe ser definitivo.

No es fácil ponerse en el lugar del otro. Lo que está ocurriendo no se resuelve sólo con la máxima voltaireana de la tolerancia. Esta indica, como premisa, que el otro me molesta, me incomoda, pero que debo consentir las diferencias. La tolerancia tiene así un sentido negativo. Y, sin embargo, es una exigencia. El victimismo es una práctica política con muchas estrecheces y trampas, pero las víctimas existen. O es que ir a un concierto en la sala Bataclan es un exceso y se debe morir. No lo es en la misma medida que no es un crimen vivir en Aleppo o en Mosul, ni en Gaza.

La reacción a lo ocurrido en París será violenta, el gobierno habla abiertamente de estar en guerra contra el Estado Islámico, al que también hay que ubicar sin tapujos en lo que es y sin concesión. Sus aliados se alinean ya. ¿Hasta dónde puede llegar esta escalada de terror de una y otra parte y con sus diversos socios? Se sabe cómo empezaron los conflictos, pero ese conocimiento, sin remedio, está plagado de interpretaciones, prejuicios y hasta de lugares comunes, no existe en estado puro, no hay una verdad y menos de naturaleza absoluta. La secuencia de esos conflictos, ciertamente, se va haciendo cada vez más compleja, lo que nadie sabe es cómo terminarán. El escenario está armado en un sentido literal y también estructural.

Las reservas de las que habla Safransky sólo pueden apreciarse a escala de la humanidad. Lo local es la forma espacial y temporal en la que se presenta el conflicto general. Es imperativo superar esa determinación de lugar y tiempo, el problema es que la fijación a lo que ello obliga choca, tal vez, con el tamaño de nuestra capacidad de apreciar las disputas que hoy representan un potencial de terror en el que todos estamos comprometidos sin relatividad de distancia.