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Glucksmann: los riesgos del pensamiento
E

l fallecimiento de André Glucksmann, nacido en 1937, condujo a la intelligentzia a rememorar situaciones históricas en Francia de la posguerra mundial (1939-1945), la guerra de Argelia, el 68, la posición de los intelectuales frente a la Unión Soviética, su desplome, las luchas de los pueblos que formaron parte de este bloque y la misma política exterior e interior de este país.

Filósofo controvertido, maoísta en su juventud, virará a la posición neoconservadora estadunidense para terminar apoyando a Nicolas Sarkozy, ex presidente francés neoliberal.

El escritor francés, Jacques Bellefroid (El ladrón del tiempo, Mortiz), colaborador en 1968 del periódico Action, el cual aparecía durante los sucesos de mayo, conoció a André Glucksmann en esa época.

–¿Ustedes trabajaron juntos?

–En 1968, durante algunos meses nos vimos casi todos los días. El diario Action nació de manera espontánea en la efervescencia del mes de mayo, es decir, una urgencia total. Era verdaderamente una aventura. Ninguno de nosotros era periodista y escribíamos los artículos al compás de los hechos, en el fuego de la acción, a veces sobre la mesa del bistró donde tenían lugar los verdaderos comités de redacción; en ocasiones sobre el mármol de la imprenta, frente a los tipógrafos. Ningún artículo debía ser firmado. Lo que llamábamos el evento no pertenecía a nadie, pertenecía a la masa anónima de los manifestantes y estaba, pues, fuera de duda, pretender poner su nombre de individuo. Sólo dibujantes y caricaturistas, como Siné o Wolinski, firmaban sus hilarantes dibujos, por otro lado, lo bastante identificables, incluso sin firma. La imprenta estaba situada en la calle du Croissant, justo frente al café donde Jean Jaurès fue asesinado la víspera de la guerra de 1914. En cuanto el diario salía, una tropa de alegres vendedores se apoderaba de ellos. Corrían a vocearlo. Y las ventas eran enormes.

–¿Glucksmann era su amigo?

–Teníamos la misma edad. Me gustaba mucho su forma de espíritu. Muy incisivo, impertinente, capaz de seriedad, y también capaz de reír, lo cual correspondía bastante bien al humor exaltado, algo loco, de los días y noches de esa inolvidable primavera. Hoy, su muerte marca una desaparición más que se agrega a las otras y nos llena de esta tristeza bastante melancólica, la nostalgia que se experimente a medida que la edad viene y las agujas de las horas dan vueltas.

–¿Qué piensa usted de su evolución política y de su obra?

–Glucksmann era inteligente, una rara y grande calidad. Eso puede ser también un pequeño defecto.

–¿Qué quiere usted decir?

–Las mejores escuelas francesas preparan a los jóvenes para responder en forma brillante a cualquier cuestión. Es la retórica. También la de abogados, profesores, expertos, maestros. El filósofo Brice Parrain, antiguo condiscípulo de Sartre en la Escuela Normal Superior, escribió un libro donde explica que ya no puede escribir, que le enseñaron a demostrar con un rigor impecable una teoría cualquiera igual que los contrarios de ésta, siempre con la misma autoridad. Es la desgracia de quienes Sócrates llamaba los sofistas. Son formados para ganar los concursos de las Grandes Escuelas de la calle de Ulm, de la Escuela Normal Superior de París. Me acuerdo de un estudiante, quien se entrenaba para la agregación imponiéndose el ejercicio de redactar una disertación sobre temas absurdos, la mierda, por ejemplo, o el papel social de los preservativos. Fue recibido con el primer lugar. Después, nunca más se escuchó hablar de él.

–¿Y su salto de la evolución política del maoísmo a las tesis de los neoconservadores estadunidenses?

–Los filósofos y los escritores deberían desconfiar de la política. En el curso del pasado siglo se equivocaron a menudo. Estalinistas fervientes o fascistas exaltados habrían debido acordarse de que el único verdadero compromiso de un autor es ser fiel al rigor del pensamiento, ahí donde el silencio dice a veces más que la palabra.