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Nosotros ya no somos los mismos

La toma de posesión de Graue

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Palacio de la Antigua Escuela de Medicina, ubicada en el Centro de la ciudad de MéxicoFoto Notimex
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ntré por vez primera a la todavía Escuela de Medicina cuando a mediados del siglo pasado trataba de colarme en la Facultad de Derecho. El martes pasado me volví a introducir en ese antiquísimo recinto de Brasil 33 y Venezuela, que alguna vez fue el Palacio de la Santa Inquisición. De nuevo me asombró su señorial fachada de tezontle y el soberbio patio, donde los arcos en los cuatro puntos cardinales no descansan en columnas y parecen colgar del techo. Ahora no me inspiró el terror de otras veces. Por el contrario, me sentí como en mi casa. (Sospecho que se debió a que era precisamente en mi casa donde me encontraba, pues como nadie me invitó a la ceremonia de toma de posesión del doctor Graue la vi desde mi recámara). Llegué a la hora precisa y ocupé lugar preferente (la orilla de mi cama). No hubo alfombra roja y nadie hizo un desfiguro para atraer los reflectores. Un maestro de ceremonias tan sobrio y moderado que jamás oficiará en algún programa de la televisión del duopolio dio inicio a la ceremonia. Pienso que fue un riesgo innecesario mencionar a los rectores presentes uno por uno, pues se corría el riesgo de hacerlos competir en el aplausómetro. Yo, presente, habría encabezado el coro de trompetillas a quien pretendió estúpida e ilegalmente violentar la gratuidad de la universidad o a quien toleró la delictiva violencia de Valentín Molina como sicario mayor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El escenario era de sencillez monacal. Parecía consagración franciscana. El presídium, un agravio directo a la sencillez del líder obrero Gamboa Pascoe. Estaban los que debían estar, y no más. Se agradece que la ceremonia se haya concretado al acto de toma de protesta y no se hubiera querido realizar una ridícula velada literario-musical con un cuarteto de música barroca, una soprano, un declamador y algún otro orador además del rector Graue. La entrada al alimón de los rectores me resultó grata. Tanto, que ni caso hago a quienes afirman que ese fue el momento en que Narro le comentó a Graue: te recuerdo mi cebollazo. Antes de continuar con esta crónica, que inevitablemente deja ver la ambición de la columneta por ser llamada a presentar su examen de evaluación en la maravillosa revista ¡Hola!, debo cumplir los compromisos previamente contraídos: transparentar las preferencias de mi hija dos, y la propia.

Don Romualdo, le contesta la hija dos, a quien suelen decirle Mariana, tal vez porque así se llama: consideré que la doctora Rosaura Ruiz era la mejor opción para suceder al doctor Narro, debido a su enorme y permanente preocupación por la vida y el desarrollo integral de los jóvenes, y no sólo de los estudiantes de la facultad que dirige, sino de los universitarios en su conjunto. Ella y la doctora Bertha Blum, coordinadora de la maestría con residencia en sicoterapia para adolescentes, crearon el programa interdisciplinario denominado Espacio de Orientación y Atención Psicológica (Espora), proyecto que nace del trabajo conjunto de la Facultad de Ciencias y el posgrado en sicología, que tiene como finalidad ofrecer un servicio completamente gratuito de atención sicológica para los jóvenes que presentan problemas emocionales. La formación de proyectos como éste demuestran que la preocupación de la doctora Ruiz va mucho más allá de las cuestiones académicas, pues considera elemento imprescindible el crecimiento personal de cada uno de los jóvenes universitarios. Definitivamente, la visión que Rosaura tiene de lo que debe ser la universidad la comparto. Hasta aquí el testimonio de la hija dos, quien aceptó, voluntariamente, compartir las razones de su voto virtual.

Por mi parte, entiendo a Romualdo: ser tan malpensado, seguramente, lo hará un genio de la prospectiva política. Pero por esta vez lo decepcionaré: a toro pasado, no voy a salir con la sospechosista afirmación de un grauerismo que viene desde la prepa cuatro, en la que, desde entonces, se me ocurrió adjudicarle el alias, mote o sobrenombre de rector. (Ese mi rector, préstame los apuntes de biología y yo me encargo de que el vitaminas no te ande buliando). Con mis antecedentes en la lotería, los precandidatos y candidatos, los volados, los albures y hasta la matatena, nadie me iba a creer que yo hubiera acertado en elección tan importante. No, Romualdo, yo me formé con Rosaura sin haberla conocido personalmente, pese a las múltiples amistades que en común tenemos y a las que infinitas veces les rogué presentármela. Conozco algo de su historia y comparto muchas (no todas) de sus visiones sobre la UNAM, pero no son coincidentes nuestras opiniones sobre algunas autoridades que rigieron esta institución. Alabo sobremanera su vocación como docente, académica y funcionaria al servicio de nuestra casa. Seguramente tuvo invitaciones para incorporarse a la administración pública, pero prefirió el campus en que estudió, combatió y se formó. Aclaro que la incorporación de nuestros egresados a las esferas gubernamentales no me parece desdoro. Al contrario, éste debería volver a ser el tránsito más natural y deseable. El país gobernado por profesionistas de excelencia, pero además imbuidos de una insoslayable responsabilidad social, un claro sentido nacionalista y patriótico, y un espíritu de servicio sería, sin duda, una mejor nación. Lejos estoy de afirmar que un profesionista, por el solo hecho de egresar de la UNAM, es un mejor ciudadano. Simplemente sostengo que tiene mejores posibilidades de llegar a serlo.

En su aparición por Tv UNAM, Rosaura y Graue fueron quienes desde un principio definieron con claridad y sin cortapisas su concepto de universidad pública y, en concreto, la misión de la nuestra. No descuidaron en sus proyectos las cuestiones académicas, pedagógicas, de incorporación a las nuevas técnicas comunicacionales o los problemas que afectan a los seres humanos concretos que constituyen la institución de carne y hueso: estudiantes, maestros, investigadores y personal administrativo. Graue mencionó específicamente a éstos en diversas ocasiones. No me gustó de Rosaura su forma de exponer. El tono, volumen y velocidad, si bien confirmaron su carácter firme, su determinación y dominio de las cuestiones que trataba y de las estrategias de solución que proponía, le restaron posibilidades de ser comprendida. Su argumentación fue de primera, pero su performance le restó eficacia. En fin. Esto es mucho menos importante que la actitud que asume frente al innegable problema de género que está presente e imbatible en la familia, la política, las religiones y los negocios. Es tratar de curarse en salud comenzar diciendo: si me eligen rectora, tiene que ser por los méritos que acredite, no por ser mujer. ¿Ingenuidad, candidez, desconocimiento absoluto de la realidad? Rosaura y otra candidata que desafortunadamente no ubico por su nombre hicieron declaraciones de este jaez, pero se equivocaron. El género continúa siendo factor de enorme importancia en este momento y en casi cualquier país. A veces, claro, ese factor rinde beneficios al sector femenino. Igual que cuando se le abre una rendija a un negro, a un indígena o a un homosexual. Su inclusión viste de gala a quien la brinda. A mí, la política de cuotas me molesta. He sido testigo de que esta arbitraria medida permite que mujeres torpes suplan a hombres capaces, pero siglos y siglos de trato antinatura justifican la sentencia de que a grandes males grandes remedios. La igualdad sólo se logrará como se inició: por la fuerza.

Pero no quiero terminar sin mencionar el mayor mérito de Rosaura en esta justa. Ella, por sus valeres, historia personal, prestigio académico y peso político indudable, fue el elemento que impidió cualquier gestión extrauniversitaria en la definición de esta rectoría. Estoy convencido de que, como yo, muchísimos universitarios así lo entienden y se lo agradecen.

¿Y la reseña del discurso del rector Graue, Ortiz?

No habrá de terminar su rectorado sin que la intente.

Twitter: @ortiztejeda