Opinión
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Melón

Ferrusquilla y Panseco

C

on la desafortunada desaparición física de José Ángel Espinoza, el pasado 6 de noviembre, a los 96 años, mi memoria viajó hasta la década de los años 40 del siglo pasado. La Banda de Huipanguillo, programa de radio de la XEQ escrito por Pedro de Urdimalas, que semana a semana esperaba para deleitarme en grado superlativo, fue donde por primera vez escuché a Ferrusquilla. El nombre del personaje que interpretaba le quedó como apodo para toda la vida. También recuerdo a don Celso Boquerones y al Naranjero, que durante el programa se la pasaba diciendo ay, naranjas.

Aparte de gran imitador, actor y cantante, Ferrusquilla también fue compositor de más de 170 canciones que se han quedado en el imaginario popular mexicano como Échame a mí la culpa (Sabes mejor que nadie que me fallaste, que lo que me prometiste se te olvidó...), La ley del monte (Grabé en la penca de un maguey tu nombre unido al mío, entrelazados...), El tiempo que te quede libre y Cariño nuevo.

Otro programa que me divertía y semana a semana me tenía mirando el reloj era el del locutor y actor de radio regiomontano Arturo Ernesto Manrique Elizondo (1910-1971), mejor conocido como el Panzón Panseco, los cuales los escuchaba a través de XEW, La Voz de la América Latina desde México. Este con personajes graciosísimos, como Cornis y Faustis, que al terminar su actuación se despedían de diferentes maneras.

Por supuesto, los programas musicales no me los perdía. Mario Ruiz Armengol, Juan García Esquivel y José Sabre Marroquín dirigían las orquestas de los mismos. Créame, monina, era un agasajo por su calidad todos los que he mencionado.

Al paso del tiempo tuve la oportunidad cada domingo por la tarde, ya formando parte de los Diablos del Trópico de compartir tarima en El Patio con la orquesta de Juan García Esquivel, y más tarde grabar con otro maestrazo, Mario Ruiz Armengol.

Pero, déjeme decirle, mi nagüe eriero (sic), era un México que gocé como enano; así se fueron dando situaciones que valoro como si hubieran sucedido ayer. Sin embargo, dicen que lo bueno dura poco, así que llegó Uruchurtu y apagó la luz.

Por la parte de la música cubana viene a mi memoria el Waikikí, en Reforma 13, lugar donde El Son Clave de Oro fincó una popularidad tremenda con grabaciones, programas de radio y películas. Hubo varios conuntos de calidad extraordinaria, el del Río Rosa, integrado por cubanos en su mayoría, con Daniel de la Vega, mexicano, en el piano; en la sección rítimica, Chicho y Modesto; Andresito en el bajo, y en diferentes épocas Benny Moré, Vicentico Valdés, Kiko Mendive, también de la isla bella, así como Lalo Montané, el juglar de Tlalixcoyan, y en las trompetas, Chico Changote Montes y Eduardo Periquet, este último cubano y director del grupo.

En el Zombie, el Conjunto Habana, de Heriberto Pino, con Homero Jiménez, cubanos ambos, alternando con la orquesta de Mango y Yeyo (Domingo Vernier y Aurelio Tamayo, eran sus nombres), este último percusionista que formó parte de la primera orquesta de Dámaso Pérez Prado. El Conjunto Veracruz de Raúl de la Rosa en el Tabaris, otro buen grupo en el Jacalito, que más tarde se convirtió en Pigalle, en el Bagdad, después Mil y Una Noches, el Conjunto de Chucho Rodríguez.

Seguro que me faltan más, así que perdón por los que omití, pero no puedo dejar fuera a mi primer amor sonero, Los Guajiros del Caribe, así como el conjunto México en el Busy Bee, y a los Diablos del Trópico en el Macao. Todo esto cada noche, así que usted, mi asere, tenía para escoger, ya que también estaban el Atzimba, El Jardín, El Nopal, así como el Bremen, el Faja de Oro, más tarde Siglo Veinte, y Estambul.

También hubo salones de baile que con el tiempo hicieron mutis, pero fueron parte de mis recuerdos que me permitieron vivir sin trabajar y tener un medio de vida que me puso a gozar durante más de seis décadas gracias al son cubano. ¡Vale!