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Editora: Laura Angulo
Número Especial diciembre 2015 No 203

El país sede y China, en busca
del éxito de la cumbre


Pato mandarín

Si nos atenemos a las declaraciones de los mandatarios de China y Francia, Francois Hollande y Xi Jinping, ambos países concuerdan en que el pacto que salga de la reunión de París debe ser “ambicioso y vinculante”, y los países deben someterse a revisiones quinquenales para verificar el cumplimiento de sus compromisos. Esas revisiones tendrán como objetivo “reforzar la confianza mutua y la promoción de una puesta en marcha eficiente”. El acuerdo “debe enviar una señal clara para que el mundo cambie hacia un desarrollo verde, bajo en carbono, respetuoso con el clima y sostenible”, señalaron ambos mandatarios en una declaración conjunta.

Para Hollande, el pacto entre los dos países “aunque no implica que la conferencia de París vaya a tener el éxito asegurado, sienta las bases para el éxito”. Xi subrayó, por su parte, que “somos optimistas sobre ese éxito”.

Es de esperarse que ese optimismo no choque con la realidad que conforman los intereses económicos y políticos. Como ya ha ocurrido en Estados Unidos con los programas verdes del presidente Obama, obstaculizados en extremo por la oposición republicana. Pero sobre todo, por los grandes intereses corporativos. Es el caso de los que controlan el carbón y los hidrocarburos. En el caso de China no debe olvidarse que es el primer emisor de carbono del mundo. Su presencia activa resulta ya fundamental para cualquier acuerdo que tenga como objetivo luchar contra el cambio climático. En la reunión de Copenhague de 2009 rechazó aceptar que los recortes de emisiones fueran vinculantes, lo que fue decisivo para el fracaso de esa cumbre.

Conservar y acrecentar el
pulmón verde del planeta

Esta cumbre no debe limitarse a generar nuevas declaraciones y acuerdos de intención, debe buscar resultados concretos para alcanzar el acuerdo que limite el calentamiento del planeta y mitigue los daños que ahora ya se producen y se agravarán en el mediano plazo. Es lo que sostiene el actual gobierno de Brasil.

El gigante emergente, hoy con graves problemas económicos, políticos y sociales, buscará reducir en 37 por ciento sus emisiones de carbono para el 2025 y 43 por ciento en 2030. Además espera eliminar la tala ilegal en la Amazonia en este último año así como restaurar más de 30 millones de hectáreas de bosques.

Es la primera vez que una economía emergente hace esto, lo que coloca a Brasil en una posición de liderazgo. Y no es para menos, pues la preservación de los bosques de la Amazonia (con más de 5 millones de km2 de extensión) es clave, tanto en su papel de moderador del cambio climático como de conservador de la biodiversidad.

Brasil es el país con mayor cantidad de especies del planeta. La meta de deforestación ilegal cero en 2030 no es trivial si se considera que ya fueron talados más de 5 mil km2 de la Amazonia. La meta del gobierno incluye además reforestar 12 millones de hectáreas, recuperar otros 15 millones de pastos degradados e integrar 5 millones de áreas agrícolas.

Cabe destacar que hace diez años la deforestación representaba el 57 por ciento de las emisiones brasileñas. El año pasado, el porcentaje cayó a 15 por ciento, lo que resulta un verdadero ejemplo para Latinoamérica.

Actualmente está en marcha un proyecto para erradicar la tala ilegal en los estados amazónicos de Acre y Mato Grosso para 2020.

No hay duda, sin embargo, que la actitud de China se ha flexibilizado el último quinquenio. En muy buena parte, como respuesta al profundo descontento social ante el deterioro de su medio ambiente y la grave contaminación de sus principales ciudades y centros industriales. Además, por el costo que todo esto le acarrea a su economía.

En respuesta a ese descontento, el año pasado se comprometió a alcanzar para 2030 su máximo nivel de emisiones. Para entonces, habrá reducido las de dióxido de carbono por unidad de producto interno bruto entre 60 y 65 por ciento.

Cabe agregar que durante la visita de Xi Jinping a Washington en septiembre pasado, anunció que el año próximo pondrá en marcha un mercado nacional de emisiones que será mayor que el de la Unión Europea, que hoy es el más importante del mundo.

Para las ONG que exigen desde hace años un cambio de rumbo en el comportamiento de China en las cumbres sobre el cambio climático, el nuevo gigante de la economía mundial (y también de la generación de gases de efecto invernadero) desea estar al frente del liderazgo en el tema. Algo muy diferente a su actitud hace seis años en Copenhague. Falta ver si en París y en el extenso territorio chino se impone una nueva forma de crecer económicamente sin deteriorar el medio ambiente ni abusar de los recursos naturales. Solo entonces podrá abrirse la botella de champán y brindar por los éxitos alcanzados a favor del planeta y quienes lo habitan.

No está de más mencionar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó hace dos años que la contaminación del aire lastima gravemente la salud de los seres humanos. Un nuevo informe, esta vez centrado en los efectos sobre el corazón, indica que China podría evitar 923 mil muertes prematuras por enfermedades cardiovasculares en los próximos 15 años si sus ciudades tuvieran un aire aceptablemente limpio.

El estudio, elaborado por la Asociación Americana del Corazón, estima que si controla las partículas en suspensión PM2.5 (las más pequeñas y dañinas para la salud por su capacidad de penetrar directamente en los pulmones) a un nivel “razonable”) se reducirían en un 2.7 por ciento las muertes por ataques de corazón y en 7.2 por ciento las provocadas por enfermedades cardiovasculares.

Estos resultados se basan en el escenario de que se alcanzara un nivel de 55 micras por metro cúbico, similar al registrado durante los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, cuando las autoridades cerraron fábricas, limitaron la actividad del sector de la construcción y restringieron severamente el tráfico de la ciudad. En la actualidad, la media anual de la capital china es de 86 micras por metro cúbico y la media de todas las zonas urbanas del país, de 62.


Panda rojo de los bosques chinos

La investigación también analiza la hipótesis de que si China consiguiera que la calidad del aire en sus ciudades fuera excelente. De lograrlo, las vidas salvadas solamente por problemas de corazón superarían a los 5.8 millones en los próximos 15 años. Es, de hecho, una medida más efectiva que si se reducen a la mitad los fumadores activos y pasivos (en este caso se evitarían dos millones de muertes) o si se controlara la hipertensión (3.58 millones).

Las principales causas de los cielos grisáceos son los gases procedentes de las industrias y de los motores de los vehículos en las grandes áreas urbanas. A todo eso se suma el carbón, la principal fuente de energía del gigante asiático. En 2013, este mineral cubrió el 66 por ciento de la demanda energética, seguido del petróleo (18.4 por ciento), las energías renovables y nuclear (9.8 por ciento) y el gas natural (5.8 por ciento). En China abunda el carbón y es relativamente fácil y barato extraerlo.

La grave contaminación del aire en China es uno de los legados de su rápido crecimiento económico en las últimas décadas. A esa misma velocidad esperamos que el tercer país más extenso del planeta pueda revertir loa efectos negativos de su industrialización.

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