Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de diciembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Puntos sobre las íes

Recuerdos XVIII

E

scribí ayer…

Que don Tomás Valles Vivar, hombre por demás destacado en muy diversos órdenes de la vida nacional, había sido designado por el presidente don Adolfo Ruiz Cortines director de Ceimsa –hoy día Conasupo– y cuando después de muchos empujones, aventones y zancadillas de los muchos periodistas que lo interrogaban en la banqueta del edificio La Mariscala, pude entregarle un sobre que mi padre me había encargado le diera en propia mano, dispuso que uno de sus ayudantes lo guardara y que fuera yo a verlo a las 6 la tarde a su oficina.

Y acudí.

Era muy joven, tendría unos 20 años de edad, y pensé que tardaría horas en ser recibido, pero fue todo lo contrario, 10 minutos después de haberme anunciado estaba ya en su oficina y me invitó a tomar asiento y me dijo, más o menos, lo siguiente: Dígale a su señor padre que no tengo manera de agradecerle por la información que me entregó usted y que, de inmediato, procederé para poner las cosas en orden.

Y no hubo más.

Regresé a las oficinas de El Redondel, sitas en avenida Juárez 104-25, y cuando le pregunté a mi padre de qué se trataba aquello me dijo cosas de toros, lo que me pareció ser todo un muletazo digno de Rodolfo Gaona.

Pasaron los años –tal vez unos 20– y un buen día lo vi tan bien plantado como lo recordaba, caminando por avenida Madero y le pregunté si era él don Tomás Valles, a lo que me contestó con absoluto dejo norteño: ¿pa qué soy bueno?

Le dije quién era y de inmediato me preguntó por mi padre y, la verdad sea dicha, me aventé y le pedí me concediera una entrevista para El Redondel y me contestó: Mire, mejor hablamos de toros, lo que tanto me gusta, pero con la condición de no publicar nada de lo hablado.

Y vaya que charlamos.

En obvio de no escribir preguntas y a continuación respuestas, habré de referirme a lo que conversamos a lo largo de más de dos horas y que, considero, no tuvo desperdicio y que bien grabado se me quedó en la sesera.

–Yo necesitaba darme a conocer fuera de mi estado y me pareció que la mejor manera era entrarle a manejar la Plaza México y cuando se desató la fiebre aftosa pensé que todo mi sueño se iba al caño, pero, providencialmente, arreglé con las autoridades que me permitieran comprar grandes terrenos y poner ahí toros y novillos en cuarentena y de esta manera no dejar sin trabajo a tanta gente que vive del toro y a la afición sin su espectáculo favorito.

–Todo funcionó de maravilla y en el sur de la ciudad compré unas 300 hectáreas en despoblado y fue así como pude seguir adelante. Pero entre una cosa y otra, es decir entre terrenos y lo que llevaba perdido en la empresa, más de 700 mil pesos en total, doliéndome hasta el alma, tuve que renunciar a la Plaza México, pues estaba yo poniendo en riesgo la seguridad y el porvenir de mi familia, sin pensar que, con el paso del tiempo, aquello habría de convertirme en un gran millonario.

–¿Y eso?

–Comenzó a crecer la ciudad y aquellos pastizales se convirtieron en una buena parte de las avenidas Universidad y División del Norte. Vendí parte de ellos, pero reservándome la mayor parte construí edificios, locales comerciales y hasta la agencia de autos Volswagen, una de las más grandes del mundo, así que cuando me dicen que de los toros nada bueno saqué, me río y les digo, gracias a ello me di a conocer y, además, me convertí en uno de los fraccionadores más importantes del DF.

–¿Su afición a los toros sigue intacta?

–Usted dirá, si hasta una ganadería tengo, en sociedad con mis hijos.

–¿No le molestaría si hablamos algo de política, que tampoco se publicará?

–Éntrele, pues…

Y le entramos.

–¿A qué obedecía su afán de ser conocido en buena parte del país?

–Bueno… yo anhelaba llegar a ser gobernador de mi estado y por más conocido que allá fuera, necesitaba del apoyo del centro, donde se toman las grandes decisiones, y no vislumbré un mejor escaparate que la fiesta y, por ende, la Plaza México.

–¿Y una vez que dejó la empresa, los políticos le jugaron rudo.

–Tanto como jugarme rudo no, pues llegué a ser director general de Ceimsa, puesto importantísimo, y cuando en mi tierra se creía que sería yo el bueno, acabé siendo desterrado.

Continuará...

(AAB)