Opinión
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¿La Fiesta en Paz?

Las corridas, anteriores a Guadalupe

Una, más antigua; la otra, más famosa

Esclarecedor diccionario

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En épocas menos enrarecidas en la ciudad de México se celebraba una Corrida Guadalupana, que congregaba toros, toreros, público y emociones.Foto Archivo
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egún las crónicas, la Virgen de Guadalupe de México se apareció a Juan Diego entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, es decir, seis años después de que se celebrara en la capital del entonces virreinato de la Nueva España el primer festejo taurino, el 24 de junio de 1526, con motivo del regreso de Hernán Cortés de su sanguinario cuanto desafortunado viaje a Las Hibueras, actual Honduras.

La futura patrona espiritual de los mexicanos se hizo presente al indígena de 57 años originario de Cuautitlán en el cerro del Tepeyac, donde antes de la conquista existió un templo en honor de la deidad Tonantzin o madre de los dioses, que según registró el inquisidor dominico Tomás de Torquemada en su Monarquía indiana, ya desde antes se aparecía a los indígenas aunque siempre a uno solo, en figura de jovencita, con su túnica blanca ceñida, y le revelaba cosas secretas.

La fama de la milagrosa imagen pronto se extendió a otros países. Se cuenta por ejemplo que en la batalla de Lepanto, en 1571, el almirante genovés Andrea Doria invocó la ayuda de la nueva Guadalupe, cuya copia, obsequiada por Felipe II, se encontraba en el altar de su nave. O la labor del jesuita Eusebio Kino en el noroeste de México a finales del siglo XVII, que al presentarles a los pobladores de aquellas tierras una imagen de la señora de Guadalupe volviéronse mansos corderitos. O la invocación del tenor Federico Gambarelli –antecedente de nuestro gran José Mojica–, que de regreso a Europa, en medio de una tempestad, prometió a la Virgen erigirle un templo en su honor y abrazar la carrera religiosa. Y así incontables casos.

Ahora bien, sin ser la más famosa la Virgen de Guadalupe en Extremadura, España, es la primera de que se tiene memoria. Del árabe wad al luben, la palabra Guadalupe significa río escondido, y fue utilizada para nombrar la talla en madera denominada Santa María de Guadalupe de Cáceres, que data de 1326, y el impresionante monasterio jerónimo adjunto construido después. Asimismo, en honor a esta Virgen Cristóbal Colón puso el nombre de Guadalupe a la isla de las Antillas que descubrió –¿o sólo tropezó con ella?– el 3 de noviembre de 1493, o sea 38 años antes de que la otra Guadalupana hiciera su aparición por tierras del antiguo imperio azteca. Pero allá sobraban vírgenes y acá urgía una con capacidad de convocatoria.

Si la Guadalupe española fue primera en el tiempo, la Guadalupe mexicana es primera en fama y milagros. Si hace 13 años el papa Juan Pablo II decidió canonizar a Juan Diego, esta santificación se vio ensombrecida por la fascinación de la Morenita del Tepeyac que, en su infinita misericordia, por lo menos sigue dando fe y paciencia a los indios y a los humildes de México a falta de respeto, justicia y una vida digna. En México la antigüedad de la fiesta –489 años– de poco ha servido para renovar la fe del aficionado, pues la ignorancia no sabe de tradiciones ni de cómo fortalecerlas.

De obligada lectura para quien se atreva a reflexionar sobre los males provocados a la fiesta de los toros por la tauromafia globalizonza es el Diccionario del fraude taurino, que incuestionable deambula por Internet, exhibiendo con humor ácido las lacras de lo que en un momento dado fue competencia, pasión, dramatismo y grandeza. Algunas entradas de este diccionario no tienen desperdicio. Arte de torear: Según José Bergamín es el arte de birlibirloque. Entendemos birli por aquello de birlar el dinero al aficionado, y lo de birloque porque hay que estar un poco loco para seguir apoyando a tanto torero artista. Será, pues, el arte de engañar, no tanto a un toro en presencia de los aficionados, como al aficionado en presencia de eso que se sigue llamando toro sin serlo.

Autorregulación: Solución propuesta por los taurinos pa-ra erradicar los problemas de la fiesta. Pasa por eliminar el intervencionismo de la auto- ridad pues, aunque en la mayoría de las plazas los presidentes son compinches, todavía quedan palcos rigurosos que se resisten a entrar por el aro del fraude. Cara: Lo que debe tener el toro serio. Lo que tienen los taurinos que se ríen del aficionado. Cartel de toros: Publicidad engañosa en la que lo único cierto son las cifras (fecha, hora y cantidad de reses) y donde palabras como bravo, magnífico, extraordinario, hermoso, etcétera, pierden su significado real. Fiesta nacional: Espectáculo genuinamente español que sólo se da con rigor en Francia. Bravura: Gen recesivo que se está intentando erradicar en el toro de lidia, dadas las molestias que ocasiona para el despliegue del bello arte del toreo, quedándose así el toro en mera fachada (aunque la mayoría de las veces ni eso). Despuntar: Sobresalir como figura del toreo. Despitonar. Ambas acepciones suelen ir de la mano, y no hay quien despunte como torero sin despuntar a sus toros. Ya volveremos sobre este aleccionador lexicón no apto para positivistas y jilgueritos del sistema.