Opinión
Ver día anteriorViernes 18 de diciembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
No tengo el tiempo que merece la cultura
C

on esa frase de hombre de Estado, el bisoño secretario de Educación Nuño justificó la propuesta presidencial de crear la Secretaría de Cultura ( La Jornada, 5/12/15). ¡Qué frase más docta y humilde! Tal vez la nación entera habría soltado un ¡¡ahhh!! La cultura se salvó de ser atendida por ese señor. Tal vez por esa sensación de alivio la propuesta fue bienvenida y aprobada por los legisladores.

Habría que recordar que cuando se creó Conaculta el presidente Salinas pensó en formar una secretaría, pero, según explicó a su círculo íntimo, la situación económica del país no hacia sensato crear un aparato que sólo de nombre sugeriría mayores gastos, que era más sensato agrupar en un consejo todas las instituciones de cultura ya existentes. Hoy ese juicio no procedió. Seguramente hoy sí hay dinero.

Viendo a futuro, lo preocupante de los hechos alrededor de la nueva secretaría es la falta de nivel, de jerarquía de hombre de Estado mostrada por el secretario al exponer tan chato argumento, y que no es más que un reflejo de la calidad política e intelectual de todo el gabinete. Un hombre de Estado como el deseable siempre tiene calculado su decir, lo ha pensado y repensado, sobre todo ante expectativas obligadas de pronunciarse al respecto.

Al secretario Nuño le ganó el impulso. No estaba preparado para lo que obviamente en algún momento debía fundamentar. Respecto de quienes históricamente están registrados como grandes educadores, José Vasconcelos, Agustín Yáñez, Jaime Torres Bodet, de manera acrítica sobre su persona los ubicó como mis antecesores. El secretario después hablaría de un “ show político”, haciendo uso de un lenguaje bien lejos de la cultura a la que dice que no puede atender.

El hombre de Estado deseable y sus razones se ocupan de las cuestiones de largo plazo, es transformador de la esfera que está a su cargo. Toma decisiones que trascienden, que modifican, lastimando frecuentemente a personajes, cotos de poder, privilegios o viejos vicios. Es de mente clara e ilustrada y de mano suave, pero eficaz. Se aleja de la concepción de esos políticos que se preocupan por los resultados inmediatos de sus acciones y muy frecuentemente de los intereses personales o de su grupo, como es este caso.

El hombre de Estado deseable es un ser que concibe con viveza su misión creadora, es intelectualmente magnánimo, abierto, altruista, indomable, es radicalmente distinto del individuo egoísta y sin visión. Le son reconocidas de manera simple, natural, sin exhibicionismos, virtudes como la honradez, la veracidad, los escrúpulos, ausentes de cinismo o venalidad. No es un ser de pequeñas virtudes.

Será como antítesis justificadora de todo eso que en verdad el secretario de Educación considera que él no tiene tiempo para ocuparse de la cultura: ¡quizá! Y quizá tenga razón si su gobierno, al estudiar los órganos administrativos de la cultura francesa o quizá leyendo ampliamente a André Malraux, ministro de Cultura francés por 10 años, se inspiró para marcar nuevos linderos entre la educación y la cultura.

La verdad de fondo es que el secretario no fue nombrado para nada ni por nada de eso. Fue nombrado exclusivamente para abrir la flaca baraja de precandidatos del presidente Peña a contender en 2018. Todo el artificio está a su favor; se bajaron las luces a Osorio Chong y a Videgaray, y por hoy, Meade nada más no prendió. Ese es el fin y consecuentemente esa es la verdad con sus dramáticas consecuencias: la educación seguirá siendo un instrumento y no un fin.

Hay que dar la bienvenida a la Secretaría de Cultura; toda buena noticia debe ser encomiada. Otra cosa son las razones sustantivas del Presidente a través de su secretario. Eso es en el fondo lo preocupante: él concibe a un personaje que se monta en una grave necesidad nacional, la educación, para atender sus propósitos continuistas. La educación es una necesidad nacional tan sólo superada por la salud, ni siquiera por la pobreza. Ese es el explicable dolor.