19 de diciembre de 2015     Número 99

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Capitalismo dependiente y lucha
de clases en el Brasil del siglo XXI

Marcelo Dias Carcanholo Presidente de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico (Sepla), profesor de la Universidad Federal Fluminense (UFF), miembro del Núcleo Interdisciplinar de Estudios e Investigaciones en Marx y Marxismo (NIEP-UFF) y profesor colaborador de la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF-MST)  Traducción: Andrea Santos Baca


FOTO: Daniel Zanini H.

No es raro que la llegada al poder del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, a partir de 2003, sea interpretada como un cambio radical en las políticas neoliberales que venían siendo implementadas desde el inicio de los años 90’s del siglo pasado. Aunque esta idea es relativamente común en el propio Brasil, tal vez sea en el resto de América Latina que se ha arraigado con mayor intensidad. Sin embargo, no es verdad.

Como toda fuerte mistificación, esta idea también tiene sus bases reales concretas. Entre 2003 y 2007, la economía brasileña presentó tasas de crecimiento relativamente elevadas; sus saldos en la balanza comercial volvieron a ser positivos, en una magnitud tal que incluso sobrepasaron los déficits estructurales en la balanza de servicios; con ello se logró en varios periodos saldos positivos en cuenta corriente y la acumulación, por tanto, de importantes reservas internacionales.

Por un lado, este crecimiento económico ocurrió sin presión inflacionaria, lo que permitió ganancias relativas del salario real. Por otro, la fuerte recaudación del gobierno le permitió elevar con alguna consistencia el salario mínimo real, sin mayores presiones sobre las cuentas de gasto público. Con esos recursos, el Estado brasileño pudo incluso implementar políticas públicas de transferencia de ingreso que llegaron a tener notoriedad internacional, como Bolsa Familia. En suma, parecería que la economía brasileña vivía una nueva etapa. Algunos llegaron a denominar esto como post-neoliberalismo. Pura apariencia.

En las decisiones macroeconómicas, se mantuvo el carácter contraccionista de la política fiscal y de la monetaria. En cuanto a lo estructural, los procesos de privatización, en las llamadas alianzas público-privadas, y la liberalización de los mercados (específicamente los financieros y laborales) se fortalecieron. En general, el neoliberalismo se profundizó.

Los resultados fueron otros por una y simple razón. El contexto internacional se modificó. Entre 2002 y 2007 la economía mundial creció aceptablemente bien, y las principales economías fortalecieron su importación de productos, lo cual robusteció el patrón exportador brasileño. Desde los años 90’s del siglo pasado, en función del neoliberalismo, ocurrió un fuerte proceso de desindustrialización y de reprimarización de las exportaciones, que crecientemente se basaron en commodities agrícolas y minerales. Así se explica el fuerte crecimiento de las exportaciones brasileñas, entre 2002 y 2007, en precios y cantidades, lo cual propició un gran aumento de reservas internacionales. Por otro lado, el ascenso en los mercados de crédito internacionales aumentó la entrada de capital externo, a tasas bajas de interés, lo cual impulsó las reservas internacionales, sobrevaluó el tipo de cambio y contuvo las presiones inflacionarias del crecimiento económico. Todo esto, a su vez, posibilitó la mayor recaudación estatal. No fue la política económica o la estrategia de desarrollo lo que se modificó. Fue el escenario externo, que se volvió favorable.

El estallido de la crisis económica mundial en 2007 alteró radicalmente el escenario externo favorable que la economía brasileña vivió hasta aquel momento, explicitando todos los problemas estructurales propios del persistente neoliberalismo (vulnerabilidad externa, re-primarización de exportaciones, desindustrialización, entre otros).

Inicialmente, intentando mantener algún perfume de izquierda o progresista, el gobierno respondió a la crisis con ampliación del crédito público para consumo y con exenciones fiscales para los sectores que producían productos dirigidos a ese consumo (electrodomésticos y automóviles, entre otros). Esa respuesta de corto plazo encontró sus límites en el sobre-endeudamiento de las familias, que hoy destinan la mayor parte de sus ingresos a pagar deudas anteriores, y en la fuerte caída de la recaudación del Estado. Esta última contribuyó a agudizar la crisis en las cuentas públicas, creada en buena parte por la ayuda que el Estado ofreció, motivado por la crisis, al mercado financiero. Si, por un lado, ofrece mayores recursos, comprando título con poca aceptación, por otro, para financiar esa actuación, contrae mayor endeudamiento con el mismo sector privado, a cambio de mayor emisión de títulos públicos.

El neoliberalismo, sin calificativos o perfumerías, es la forma con la que el capitalismo brasileño está tratando los impactos de la crisis económica mundial. El ajuste de esta crisis está siendo pagado por la clase trabajadora, sea con contracción salarial; una mayor profundización de las reformas estructurales contrarias a los trabajadores, o con contracción fiscal con fuerte reducción de gastos en áreas prioritarias como salud, educación, vivienda, etcétera.

Si en la época del escenario externo favorable alguna política de conciliación de clase fue imposible, la radical reversión de ese escenario externo hace explícito aquello que en el capitalismo es imprescindible estructuralmente: los intereses del capital son contrarios a los trabajadores, en particular en periodos de fuertes crisis del capitalismo.


Conservación de la naturaleza y vida
en el campo: ¿caminos que se cruzan?

*Ana Elena Muler e **Ian Mikael Paulini Paiva Bióloga y maestra en Ecología en Ecosistemas Neotropicales ** Biólogo y colector de semillas forestales nativas 
Traducción: Jimena de Garay Hernández


Sistema agroforestal con especies que generan producción y conservación de recursos naturales, sin límites definidos Barra do Turvo, São Paulo FOTO: Cooperafloresta

El gran dilema actual del mundo es cómo conservar la naturaleza, restaurar áreas degradadas y producir alimento para los futuros nueve mil millones de personas de población. ¿Cómo lograremos cumplir todas esas demandas al mismo tiempo? En Brasil, la principal forma de explotación y desarrollo económico está en la agricultura mecanizada. En ese proceso, intensificamos nuestros sistemas productivos, reducimos la mano de obra en el campo, generamos crecimiento económico y garantizamos gran parte de la producción mundial de commodities agrícolas.

Sin embargo, esta forma de producción genera diversos desdoblamientos sociales y ecológicos negativos para la sociedad brasileña. La producción de commodities es apoyada en detrimento de la producción de alimentos, y el éxodo rural provocado por la concentración de tierras causa sobrepoblación en las grandes ciudades y genera pobreza. La intensificación del uso de agrotóxicos y el aumento de la conversión de bosques a zonas agrícolas han causado diversos problemas de salud en las poblaciones rurales y el agotamiento de recursos naturales extremadamente valiosos como el suelo y el agua. Así, ese sistema no es capaz de atender todas las demandas actuales.

Por otro lado, en el intento de proteger áreas biodiversas restantes y frenar la expansión de la agricultura, fueron creadas en Brasil legislaciones para protección de los recursos naturales, pero éstas se basan en el modelo de áreas protegidas fundadas en la idea de belleza y contemplación, sin interferencia humana, y se materializan con la creación de parques nacionales. Con eso, las poblaciones y comunidades vinculadas a estas áreas son criminalizadas por sus formas tradicionales de agricultura, aun cuando es gracias a ellas fundamentalmente que los bosques persisten. Esa cuestión genera innumerables conflictos, pues en alrededor de 80 por ciento de las áreas protegidas en Brasil hay poblaciones.

A partir de estos ejemplos, podemos percibir cómo la forma de pensar los espacios de producción y conservación y las legislaciones derivadas de esa visión contribuyen a la desagregación de estas actividades, estableciendo así límites rígidos y muchas veces incoherentes en nuestro paisaje.

Esa desagregación se refleja nítidamente en las acciones de restauración forestal y ecológica, apuntadas como solución para la conservación en nuestro país. En su mayoría, tales acciones de restauración se planifican sin la participación de los productores rurales, que son actores estratégicos y protagonistas en el desafío de restaurar los paisajes agrícolas. Así, cuando las acciones de restauración son implementadas, muchas veces se muestran como prácticas exógenas a la realidad que viven los agricultores, con la utilización de especies estandarizadas y sin aprovechar los conocimientos y las demandas locales. Además, la planeación de la restauración forestal está basada en los biomas de Brasil, de forma tal que la heterogeneidad ambiental y cultural de las diferentes regiones y micro hábitats no se incluyen. Como resultado, observamos altas tasas de mortalidad de especies en las áreas en restauración. Por otro lado, cuando los productores buscan auxilio para elaboración de sistemas más agregados y complejos, raramente encuentran fuentes de inversión y técnicos capacitados que contribuyan a la elaboración de sistemas con aptitud para producción y conservación.


Restauración forestal de un Área de Preservación Permanente (APP) ubicada al lado de la producción de frijol (monocultivo). Fazenda Taquari, São Paulo FOTO: Ian Mikael Paiva

Ese panorama muestra cómo el campo ha sido gestionado sin la participación de las propias comunidades que lo habitan. Sea para la producción de alimentos o para las políticas conservacionistas, o incluso para la restauración forestal, las comunidades se encuentran excluidas de esos procesos y sus conocimientos tradicionales y culturales olvidados. De esa forma, la pregunta que hacemos es: ¿puede existir una propuesta de restauración de áreas degradadas que contribuya con la conservación de los ecosistemas restantes y, al mismo tiempo, con el uso productivo de áreas por las familias, garantizando la seguridad alimentaria y a justicia social?

Es en este contexto que destacan los Sistemas Agroforestales (SAFs), que están definidos como “Sistema sustentable de gestión de tierras, que aumenta el rendimiento global de la tierra, pues combina la producción de culturas de plantas (incluyendo árboles), plantas forestales y/o animales, en un sistema simultáneo o secuencial, en la misma unidad de área, y aplica prácticas de gestión que son compatibles con las prácticas culturales de la población local”.

Esos sistemas han sido desarrollados por órganos públicos, comunidades rurales, tradicionales y quilombolas (comunidades afro-descendientes conformadas luego de la abolición de la esclavitud), así como por la sociedad civil organizada de diversas regiones del país, con resultados extremadamente interesantes en lo que se refiere a la producción de alimentos y materias primas, generación de ingresos y recuperación de procesos ecológicos. Uno de sus principios está ligado a la autonomía de los agricultores al escoger las especies y los diseños agroforestales, lo que, a su vez, está relacionado con el conocimiento transmitido de generación a generación. Además de eso, su complejidad demanda más mano de obra en la ejecución, lo que contribuye a generar más puestos de trabajo en el campo, favoreciendo mayor distribución de ingresos y mejores opciones de ocupación para la permanencia de la juventud en el campo. Sumado a eso, ese sistema respeta los límites de la naturaleza y está construido regionalmente, lo que garantiza las oportunidades de sobrevivencia y conservación de micro hábitats con especies nativas. Siendo así, parece ser el mejor camino para la resolución de los desafíos actuales.

Agricultura campesina:
el alimento de la resistencia

Adriene Sá y Wilson Silva Movimiento de Pequeños Agricultores (MPA)  Traducción: Andrea Santos Baca

La desigualdad en el acceso a la tierra en Brasil se remonta a la invasión colonial, con la que se inaugura un sistema productivo agroexportador que, guardadas las debidas proporciones, perdura hasta los días actuales. Hecho que hace de la lucha campesina por tierra para plantar y vivir una marca de la historia del país. Ejemplos de esta lucha son la guerra del Contestado y la resistencia de Porecatú (1940-1950) en la región sur del país; la Guerrilla de Trombas y Fornoso (1950’s) en el centro-oeste; los conflictos de Corumbiara (1995), Eldorado dos Carajás (1996) y Felisburgo (2004) en el norte y sureste, y también las Ligas Camponesas (Campesinas) organizadas por el Partido Comunista Brasileño, que lucharon en defensa del cultivo de la vida en la tierra en casi todo el territorio nacional (1946-1964).

A lo largo de la historia estas luchas fueron violentamente reprimidas por las fuerzas del Estado y la oligarquía agraria. En los años recientes, este cuadro no ha cambiado, la dictadura civil-militar (1964-1985) creó las condiciones para que la violencia permaneciera aun en el Estado democrático (de 1985 a la fecha), y hoy la consolidación del patrón del agronegociomantiene el otrora autoritarismo de los coroneles (latifundistas).

Con los gobiernos desde Goulart (1961-1964) hasta Dilma (de 2011 a la fecha), se ha mantenido el amplio financiamiento de la producción de commodities agrícolas, transformando los latifundios en grandes empresas agrícolas, aliadas a bancos y compañías extranjeras, con inversiones no sólo en la compra de tierras y explotación de los recursos naturales, sino también en los diversos eslabones desde la producción hasta el consumo, donde ejercen control. La comida producida por esta industria, que llega a nuestros platos por medio de las grandes redes de mercados, es reducida a porciones envenenadas que no nutren ni brotan de nuestro trabajo, de nuestra vida. Esta situación demanda resistencias amplias contra este modelo de explotación.

En medio de una crisis financiera, el actual gobierno anunció en 2015 una “Agenda de futuro”, que plantea recortes y ajustes en las políticas sociales. ¿Qué futuro se está anunciando? ¿Por qué en un contexto donde la estructura de la tenencia de la tierra y de la producción agrícola compromete nuestra soberanía, el gobierno privilegia el financiamiento del agronegocio colocando a su disposición 187 mil millones de reales (unos 49 mil 792 millones de dólares), mientras que para la agricultura familiar son destinados apenas 28.9 mil millones de reales (unos siete mil 705 millones de dólares) para la cosecha del próximo año?

Además, y no obstante la pequeña rebanada destinada al sector que produce 70 por ciento de los alimentos, el gobierno anuncia una serie de ajustes, apostando a la “modernización de la agricultura familiar” y a la creación de un estrato medio en el campo. La experiencia con los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), de 2002 a la fecha, nos ha mostrado que la política de creación de nuevas clases medias únicamente genera una ampliación del consumo basado en el endeudamiento de los trabajadores y la pérdida de derechos sociales.

Las medidas anunciadas declaran el incentivo a la producción de alimentos saludables, pero no consideran la eliminación de los agrotóxicos y transgénicos, con lo cual descartan las formas de organización de nuestro trabajo, plantado según la forma de nuestras manos, porque el alimento es la fuente de nuestra vida. El gobierno también se manifiesta sobre las demandas colocadas por los movimientos sociales, pero no las asume, porque aún está al servicio del agronegocio.

En esta coyuntura necesitamos seguir luchando, hacer que nuestra sangre y sudor puedan sembrar los días en que las y los trabajadores del campo y de la ciudad prueben el dulce sabor de los frutos cultivados por nuestra resistencia. Es imperativo seguir luchando por una reforma agraria amplia, cuyo sinónimo no sea el crédito para la compra de tierras; perseguir una política agrícola, cuyo objetivo no sea sólo el desarrollo de la producción, sino también el desarrollo social, y continuar defendiendo nuestras propias formas de plantar, cosechar y alimentar.

En este sentido, los movimientos sociales campesinos se organizan para enfrentar la ofensiva del complejo del agronegocio, que incluye también a las empresas de agro tóxicos y semillas transgénicas. Uno ejemplo de este tipo de acciones ocurrió en 2013, cuando cerca de cinco mil campesinos organizados en el Movimiento dos Pequenos Agricultores (Movimiento de los Pequeños Agricultores) ocuparon una unidad de investigación de la empresa Monsanto, en la zona rural de Petrolina, en el noreste de Brasil, denunciando los impactos sociales y ambientales causados por la empresa.

Del 12 al 16 de octubre de este año, en Sao Paulo, se celebró el Primer Congreso Nacional do Movimento dos Pequenos Agricultores, que tuvo como tema el “Plano camponês, Aliança camponesa e operária por soberania alimentar” (Plan campesino, Alianza campesina y obrera por la soberanía alimentaria); allí se reunieron miles de campesinos y campesinas para debatir elementos de la unidad campesina y para reafirmar la alianza entre los trabajadores del campo y de la ciudad. Invitamos a todas las trabajadoras y trabajadores a unirse a nosotros y alimentar esta lucha.

 
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