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MAM: abstracciones
E

ste es el título problemático a menos que se piense en el Museo de Arte Abstracto Felguérez, en Zacatecas, que no integra obra figurativa. Lo digo porque entre los artistas que comparecen en esta colectiva se encuentran obras de Antonio Saura, José Luis Cuevas, Francisco Toledo, Francisco Corzas y Alberto Gironella.

Por supuesto toda creación artística es una abstracción, pero la generalidad del público, sea o no entendido en etiquetamientos, considera este término como lo opuesto a la figuración y los artistas recién mencionados no son abstractos; incluso Corzas perteneció al bando opuesto de la abstracción mexicana, aunque sin duda alguna toda creación abstrae según el significado filosófico del término.

El acervo del Museo de Arte Moderno (MAM) es, hasta donde recuerdo, bastante rico en obras no figurativas que llegan hasta la actualidad. Pero el problema es que Abstracciones está integrada mediante piezas de un conjunto único, reunido por la coleccionista mexicana Claudia Peralta de Doménech, hija de Alejo Peralta, pero de ella no se nos proporciona dato alguno.

Hasta donde es posible imaginar, afortunadamente se ha visto inspirada por la Fundación Juan March que es titular del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca (las casas colgantes) fundado en 1966 por el pintor filipino Fernando Zóbel. Una de sus obras (por cierto grata, con influencia oriental que en algo me recordó los trazos negros y contundentes del mexicano Guillermo Zapfe, quien al igual que el filipino, falleció prematuramente).

Resulta relevante, pero digno de mejor causa, el muy extenso y trabajado texto de la directora del MAM, Sylvia Navarrete, incluido en el libro-catálogo, junto con un texto de Juan Manuel Bonet, cuyo interés por nuestro país es proverbial.

Ambos textos, por razón natural, han tenido que seguir los lineamientos de la exposición y aunque el de Navarrete está mucho más trabajado que el de Bonet, sufre por esta condición, tanto que modificado podría convertirse en un buen ensayo sobre pintura abstracta de no tener que adaptarse a las condiciones de lo exhibido.

No es que lo exhibido sea mdiocre o malo; hay piezas excelentes y la visita al MAM hoy día vale la pena no sólo por la vigencia de la exposición Duelo, de Francisco Toledo, sino por ver, pongamos por ejemplo, una de las más atractivas pinturas de Karel Appel 1952 y el contraste que ofrece por ejemplo con Pierre Soulages, de quien pudimos ver una formidable muestra individual en el Museo de la Ciudad de México hará un par de años.

O bien comparar la participación de Esteban Vicente de 1954, con la del mexicano Enrique Echeverría de 1961. Estoy hablando de sensibilidades museográficas más que de otra cosa. Un corredor efectuado con mamparas crea espacio ad hoc, para transitar desde la vistosa entrada hasta la impactante Elegía de la República Española, de Motherwell (realizó unas 200, ésta, soberbia, es la 77), a partir de mamparas que van presentando la colección de sus aguatintas con textos de Alberti a la pintura que el artista y teórico también trabajó en otra serie con Octavio Paz.

Pienso que debió dejarse en claro que la selección corresponde, no al azar, sino, para bien del espectador, a una selección de obras pertenecientes a una misma colección. Eso si se quiere que un público cada vez mayormente afecto a visitar museos se vea no sólo complacido con nombres de artistas extra famosos, como pueden serlo Rothko, Tàpies o De Kooning (un De Kooning que por cierto sí es abstracto).

En lo posible el visitante a museos se culturaliza en la medida en la que la cultura se torna en una necesidad inherente a una educación integral que trascienda la selfie, la espectacularidad o la cháchara de sobremesa sobre actividades enaltecedoras.

Aclaro: estoy lejos de objetar la presencia de colecciones completas en los museos. Conozco una (la de Gabriel Herrera, en los altos del restaurante Specia), que bien pesquisada, elegida y complementada, podría dar lugar a una buena aproximación al coleccionismo mexicano llamémosle de momento aleatorio en tanto no se funda en un capital sustancioso ni ha tenido por objeto principal o secundario la inversión en bienes culturales.

Creo en la conveniencia de exaltar al coleccionista privado, que a la larga, como ha mostrado Ana Garduño, suele volverse piedra de toque de las colecciones públicas. Pero en este caso particular la exposición me pareció más bien un muestrario que contiene algunas pinturas atractivas.

Nuestro actual titular de la Secretaría de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, quien todavía no lo era cuando se imprimió el lujoso libro-catálogo de pasta dura titulado Abstracciones, todavía como presidente de Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, anotó allí lo siguiente: “El resguardo de la riqueza artística no incumbe de manera exclusiva a las instancias gubernamentales que por definición son garantes del patrimonio cultural tangible. Existen otros canales que preservan dichos bienes partiendo de un sinfín de motivaciones de carácter subjetivo…”, claro está que lo llamado subjetivo rebasa el ámbito no piramidal de las colecciones privadas, pero el ejemplo es nítido.

Objetivamente hablando, la iluminación de las obras no está bien dirigida y los largos textos que funcionan como cedulario en caracteres minúsculos son ilegibles para el común de los mortales. Afortunadamente, el libro-catálogo los contiene.