Amaro, el inquieto enamorado
de los campos de oaxaca a corredor de maratón

Lamberto Roque Hernández

Entre bramidos de toros, cantos de gallos, cacareos de gallinas, y gorgorear de guajolotes, Amaro platica sus andanzas. De sonrisa fácil y de ojos vivos que emanan sencillez, relata retazos de sus andadas. Comparte sus aventuras. Pedazos de su vida. Traza sus sueños. Enumera sus realidades.  Amaro es amante de la tierra, la trabaja con esmero, la hace producir para que él y su familia sean autosuficientes. Domestica a sus animales para que le sigan, le obedezcan y hasta parece que juntos festejan el compartir el mismo patio, la vida misma. Amaro le hace como lo han hecho desde hace siglos los zapotecos del valle. Construye sus propios utensilios para la labranza. Hace sus arados, clavijas, garrochas. Alimenta a sus animales de los sobrantes de la cosecha. En retorno, la vaca le da leche, las gallinas huevos, su caballo lo lleva y lo trae, y los guajolotes la carne. La tierra le da maíz, frijol y calabaza. La tierra le da también el barro para que lo mezcle con paja y excremento de sus animales para hacer adobes. Así construye sus paredes. Amaro Hernández Domínguez es de San Martin Tilcajete, Oaxaca. Aparte de campesino, también es corredor de maratones.



Amaro Hernández Domínguez, campesino y maratonista.
Fotos: cortesía del autor

Amaro se inició como corredor en las competencias locales, las que se organizan en las fiestas de los pueblos. Para eso entrena en los campos de Tilcajete. Sube y baja las colinas. Atraviesa sus veredas. Va y viene. Entre risas comparte que su primer triunfo fue en Tilcajete, y que el premio mayor fue un borrego.  Así se inició en lo que él describe como su otra pasión después de ser campesino. Es conocido ya en el valle de Oaxaca, y poco a poco se ha ganado un espacio entre los corredores estatales. Corre por su cuenta, nadie lo patrocina. Con la mirada puesta en el infinito describe cuán solo se siente cuando llega a las líneas de partida y mira a corredores que él llama de élite, acompañados de sus entrenadores, bien nutridos, muy chingones. Sin embargo él dice que no se raja y va a lo que va, se pone en la línea de salida y hace lo que ama, corre. Le gusta sentir la capacidad de su cuerpo. El cansancio lo motiva. Sabe que aún no llegará primero, por eso en las grandes competencias saborea el triunfo de competir entre los grandes. Las derrotas para él son triunfos.

Después de foguearse a nivel local y estatal salió en busca de retos. Compitió en diferentes estados hasta que por fin Amaro alcanzó uno de sus sueños, en 2014 corrió el maratón de la Ciudad de México, donde hizo un tiempo de tres horas con cinco minutos, siendo el récord dos horas con dos minutos. Pero no paró ahí. En 2015 empezó a mirar hacia el norte.

Sin siquiera tener visa, y con la ayuda de la tecnología, se inscribió para participar en una competencia en Los Ángeles, California. Cumplió con los requisitos pedidos por los organizadores y lo aceptaron. Se ilusionó. Pero al presentarse en la embajada de Estados Unidos para tramitar su visa como competidor de maratón, se la negaron. Pero él se dijo a sí mismo: ya estoy inscrito en el maratón, tengo que correrlo. Se echó la mochila al hombro, cargó con sus sueños, su energía y su valor y se dirigió a la frontera. Al llegar a Mexicali tramitó un permiso de trabajo como jornalero con alguna empresa en Estados Unidos. Mientras esperaba los resultados busco trabajo en lo que sabe hacer, en el campo. También buscó competencias locales. Ganó el cuarto lugar en el maratón de Mexicali. En su búsqueda de empleo fue a parar a los campos agrícolas de San Quintín, Baja California.

Ahí en la verdura de los surcos fue testigo de la ardua labor a la que están expuestos los jornaleros, siendo él uno de ellos. Presenció las condiciones paupérrimas y de explotación en que viven los trabajadores. Mientras esperaba que su visa de trabajador agrícola saliera, trabajó codo a codo con los paisanos y escuchó sus pláticas. Sus lamentos. La conformidad de algunos. Le tocó también ver la lucha de los jornaleros para obtener mejores salarios y mejorar las condiciones de trabajo. Pero no se inmiscuyó, ya que bien sabía que estaba de paso y su objetivo era correr competencias en los Estados Unidos.

Cuando llegó a los campos de Santa María, California, ya con su permiso de trabajador agrícola, empezó a pizcar fresas. Trabajando más de ocho horas diarias Amaro buscó la manera de entrenarse. Empezó a foguearse en los campos de cultivo así como le hacía en Tilcajete. Sus compañeros de trabajo se extrañaban. Algunos se burlaban cuando les decía que era corredor de maratones y había venido a California para competir. De nuevo venciendo obstáculos, enfrentando discriminación, explotación, y sin más recursos que sus piernas y su ganas, como él dice, corrió competencias locales, después la de Los Ángeles en la que se había inscrito. No paro ahí, corrió en San Diego, Santa Cruz, Las Vegas y el gran maratón de San Francisco.

Mientras las gallinas cacarean y con un poco de tristeza enfatiza que a los mayordomos y los mandamás del campo no les importaba que fuera a competir. Corría y el lunes tenía que presentarse a trabajar, ya que había un contrato y tenía que cumplirlo. Su mayor temor durante la carrera era lesionarse y no poder seguir trabajando. Al estar de nuevo estar en contacto con trabajadores agrícolas, pero ya en el otro lado, cayó en la cuenta que la discriminación cruza fronteras. Lo vivió en carne propia. Los trabajadores desconocen sus derechos. Temen a los capataces. Se sienten hasta cierto punto agradecidos de estar en el norte con un contrato y son sumisos. Sólo trabajan y hace lo que les mandan. No protestan.

Amaro se inició como corredor
en las competencias locales, las
que se organizan en las fiestas de
los pueblos. Para eso entrena en
los campos de Tilcajete.
Sube y baja las colinas

Amaro sabe que su situación como corredor es difícil. No hay apoyo de las autoridades. No se queja. Al contrario, hasta cierto punto le da aires de libertad. Él se llama corredor lírico. Ha visto sus limitaciones a la hora de competir. Sin embargo, eso lo hace crecer. Aprende técnicas en el trayecto. Observa. Y no se da por vencido ni le protesta a nadie por no recibir apoyo. Es feliz con lo que hace y ama el campo porque de él se mantiene. Cuida a sus animales porque le dan sustento. Pero también ama su otro yo. El corredor de maratones. El andalón. El aventurero. El inquieto enamorado como le apodan en el pueblo.

Con sus pláticas inspira y sueña. Amaro tiene en la mira el maratón de Boston para 2017, ya que no pudo calificar para el de este año.  Se quedó a dos minutos. Y está seguro de lograrlo. Al escucharlo, uno siente su seguridad. Se dice que no hay imposibles, que hay líneas de partida, siempre. Que hay metas a las que se llega aunque cansado, deshecho, saboreando las derrotas que hasta hoy le saben a triunfo.

Lamberto Roque Hernández, escritor, artista plástico y docente originario de San Martín Tilcajete, Oaxaca, es autor de dos libros y colabora en Ojarasca. Radica en el norte de California.