Opinión
Ver día anteriorLunes 11 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Correría
L

os que bautizan sus coches.

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Se curan huesos. Anuncio en la carretera.

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Se compra fierro.

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La indemostrable certidumbre de que en el mundo exterior está mas seguro. A sus anchas.

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Los que sólo despiertan en sábado.

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Los que hablan de lo satisfechos que están consigo mismos. De lo bien que estuvo el día. Quejarse es de mal gusto.

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El atardecer incendia los ojos. Cuesta trabajo ver las espiguillas al lado del camino, resplandecen rubias, espejismos con luz propia.

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“Se venden incensio”.

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Pollos en pie día y noche.

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Tu envidia me da suerte en la defensa de un carguero.

Dibujos

Vi gente venir por el camino de tierra. Eran borregos, seguidos de su pastor y su perro, en marcha a su pastizal de viento.

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Hojas blancas en la carretera como palomas que se dejan atropellar en pleno vuelo.

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Una advertencia con fondo fosforescente: No hay retorno.

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Esperanza por la lateral.

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Comerse el paisaje con los ojos, con los dientes. Deshojarlo y destazarlo con las manos. Agotarse de agotarlo. Dejarlo intacto.

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¿Tú no darías unos pesos para los bomberos de Yanga? Con sus sacos de lona, rojo y blanco.

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Chorros de agua, calmen mis los ojos. Apacígüenles las llamas al contacto. Válganse de todo. No permitan que las acabe su propio fuego.

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Donde la niebla apaga el azul del cielo con sus grises intenciones y los verdes más entusiastas no la logran traspasar.

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Llanuras abrazadas por ríos enormes que se dejan nadar por lagartos y lirios contagiosos.

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A la selva, como al tiempo, le es indiferente el destino de los hombres, de las mujeres, de sus afanes y perplejidades.

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Las mujeres bajo los puentes ofrecen su fruta fresca con cierta tristeza. Sus historias me vienen a la mente con claridad ultraterrena. Las soledades de todas. Han sonreído cuando lo necesitan, y cuando yo lo necesito.

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Dejaba atrás el olor a establo.

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En muchedumbre la aurora con dedos de rosa en dirección al fuego naranja camina también al día, es decir la noche.

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Lo malo de las cortedades es que duran mucho, y las grandezas por alto que suban se olvidan fácil, las sepultan pronto. Las minimizan, como se dice, de un plumazo.

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Nos entregamos a la electricidad. Pasamos de darnos toques, sacarnos chispas y encender bulbos opacos bajo cataratas tridimensionales de neón, al suicheo veloz de las conexiones que antes, mesuradas, nos permitían encender.

Virtual contacto en la transparencia del aire, hoy lo que importa no es saber sino poder. La capacidad ejecutora. Empujar los límites de lo mecánicamente posible. Cuando sean más los robots que las personas sabremos si valió la pena.

Cargar el cielo

Del cielo una cosa es cierta: lo cargamos sobre los hombros, en eso consiste estar vivo. ¿Qué es el cielo? Eso allá arriba. ¿El aire? Más allá del aire. ¿El espacio sideral? No, antes. Si estoy en una habitación ¿lo que hay de aquí al techo también es cielo? Ni enterrados un sótano nos lo quitamos de encima.

El cielo es donde flotan los astros. Las luminarias. El territorio que explora el astrónomo, que combina el astrólogo, que sostiene al cóndor.

Déjalo ahí. No le busques tres pies al cuatro. Para fines prácticos azul o blanco o negro o gris o rojo, sin querer lo tocamos con los dedos, lo cargamos los feos y los bonitos, los gigantes y los enanos, los poderosos y los míseros, los libres y los prisioneros. Eso sí, no es igual cargarlo con paraguas y esclavos a la mano que echárselo a pelo. Pesa siempre lo mismo, la diferencia la hacen los alivios. En el injusto mundo humano los alivios están mal repartidos.

La carga del cielo es inevitable y nos pueden tanto las muertes porque cada uno que se va nos deja un cielo más pesado.

Tenemos glándulas y grietas. Mucha o poca fuerza, esa es nuestra fuerza para llevarlo a cuestas. Nos da forma y nos aplasta.

No somos los únicos que lo cargamos, pero sólo nosotros lo sabemos y con esa manía de nombrarlo todo lo llamamos cielo.

Comienza donde terminamos. La función del vivo es impedir que el cielo se quede solo, sin nada que separe de la roca fría al aire desnudo del firmamento.

Cargar el cielo para vencerlo. Es ahí donde Plutón pierde la batalla, y mírenlo qué solo.

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Para qué sirve el hombre. ¿Debería servir para algo? Sirve para demasiadas cosas de por sí. Como si al mundo le hiciera falta tanto afán utilitario. A la naturaleza le salimos sobrando.

El sabor de la pasión

Descubrir no tanto que la pasión tiene sabor, sino que su sabor tiene ese intenso dulce amargo y salado, secamente absorto en los tintes pálidos. Saber que su sabor se desvanece ingobernable y terco como la memoria, con un dejo de sangre. Luces en la lengua, saltos de pantera sobre los manantiales prístinos del paladar en su humedad ardiente. Un rastro de sangre en la maleza, un hálito de la sangre interior.

El gusto, siendo el único sentido que necesita de dientes, acoge bajo su bóveda las babas de la pasión, sabe bien a qué sabe, la sabe morder, le roba los gestos al león satisfecho, y al final lame la sangre.