Opinión
Ver día anteriorViernes 15 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El americano feo
L

a novela homónima de Eugene Burdick, publicada en 1958, describe a un americano feo. Un embajador estadunidense ante una república inexistente en el sureste asiático. La novela narra cómo Estados Unidos, que pretendía saberlo y poderlo todo, luchaba sin éxito en ese país contra el comunismo. El libro era una punzante caricatura del Estados Unidos de siempre, de su arrogancia y falta de interés por entender una cultura ajena.

Pues ese americano feo parece estar de regreso en la persona de un feo, feo de verdad. Donald Trump, que no es embajador acreditado por Obama, pero sí lo es del modo de ser y de sentir de millones de estadunidenses. El enemigo de Trump no es el ya inexistente comunismo. Ahora lo somos todos aquellos distintos a la leyenda étnica y cultural de Estados Unidos.

El aspecto físico, el lenguaje corporal y el discurso sencillamente feos de Trump no deben trivializarse: son un peligro. Muy posiblemente no llegará a la presidencia de su país, pero su legado será un pueblo dividido con una actitud xenófoba por él renovada, esa que siempre ha yacido en el alma de nuestros vecinos, que él se ha encargado de despertar. Recuérdese la extinción de los pueblos originarios, la segregación secular hacia los negros y las vicisitudes actuales. México ha sido el blanco constante de esas aversiones.

Lo muy preocupante es que el estadunidense medio, identificado con Trump, es fervoroso creyente de su viejo axioma de que lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para el mundo, y México no está en ese supuesto de bondad. Consecuentemente, son millones los estadunidenses que no entienden por qué no nos sometemos a tan lógico discurso, el que sustentan siempre con el sobado rubro de una seguridad nacional hollywoodense.

El concepto trumpiano de que es posible hacer impenetrable su frontera sur, la norte nuestra, es indefendible pero peligroso. Sencillamente la frontera compartida es y siempre será una coladera, coladera de allá para acá y de acá para allá. Varios esfuerzos ha ideado Estados Unidos por más de 100 años y ninguno ha operado. México, más sensato, ni siquiera lo ha intentado. Nuestras fronteras son frágiles, fofas, es la verdad.

Poco después de septiembre de 2001, como reacción ante los ataques a las Torres Gemelas, el gobierno de Bush desarrolló el concepto de frontera inteligente. El proyecto fue presentado por Tom Ridge, responsable de la nueva política de seguridad interior de Estados Unidos, al entonces secretario de Gobernación de México, Santiago Creel.

Nunca se informó sobre nuestra postura, ni si nuestros intereses coincidían con los estadunidenses, ni si sus temores eran compartidos por el gobierno mexicano. El proyecto, de pura factura estadunidense, ignoraba el interés mexicano. El americano feo en acción. Estados Unidos pretendía entonces:

1. Ampliar la infraestructura física, puentes, garitas, casetas, que mantuviera el ritmo de crecimiento de la frontera. Con mayor capacidad y modernidad pretendía garantizar la seguridad de los pasos fronterizos y protegerse así contra ataques terroristas.

2. Facilitar el flujo de personas insospechables, lo que para México significaba el deber de identificar y controlar a los individuos potencialmente peligrosos antes de que éstos llegaran a Estados Unidos.

3. Asegurar el flujo expedito de bienes inofensivos promoviendo el empleo de sellos y lectores electrónicos de matrículas de identidad de vehículos procedentes de México.

4. Disponer de un sistema de trámites fronterizos que seleccionaría a personas y bienes antes de su llegada a territorio estadunidense. La intención de Estados Unidos era que su autoridad desahogara trámites migratorios y aduanales desde territorio mexicano. Pretendía ejercer actos de autoridad en territorio mexicano.

La presente nota pretende demostrar que los actos de Donald Trump son novedosos sólo por lo ridículo, pero pertenecen de siempre a las eternas paranoias y xenofobias estadunidenses. No son nuevos, sólo están recalentados contra todo lo distinto al precandidato feo. Él un día se irá, pero dejará fertilizado el odio.

Hay un veneno larvado que Trump está fecundando y que aun perdiendo las elecciones, como es muy probable, su furor antitodo condicionará la política del nuevo gobierno de Estados Unidos. Si llegara a ganar, el mundo se sacudiría, y nosotros pescaríamos la consabida pulmonía.

Donald Trump en su vesania está totalmente equivocado. Sus propuestas y modos son sencillamente inviables, él ya lo sabe, los usa sólo como mecanismo electoral. Un primer gran riesgo es que aunque no gane, su energía negativa endurecerá en la mitad de los estadunidenses su odio antitodo. Hay en ellos un instinto latente.

Si él llegara a ganar, se vería que si la frontera inteligente de George Bush fracasó, los odios de Trump habrían surtido un efecto desastroso. Ese es el riesgo de la frontera tonta de este americano feo.