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Lectura y fiesta vencen al terror
L

a hermosa novela de Ernest Hemingway París es una fiesta alcanzó la venta, entre los sangrientos atentados del pasado 13 de noviembre y el fin de este año de 2015, de 133 mil ejemplares. La editorial Gallimard, que no se esperaba tal demanda, debió reimprimir 250 mil volúmenes de la novela agotada. El público la pedía como bocanada de oxígeno ante la asfixia de los trágicos sucesos.

Hemingway vivió en diferentes épocas en París, sobre la cual escribirá a la Liberación en 1944: Hacia abajo, se extendía, bella y aún gris, la ciudad que he amado más en la vida. Su primera estancia en esta ciudad fue de 1921 a 1928. Acompañado por su primera mujer, Hadley, con quien acababa de casarse en Chicago, se instala en un departamento miserable de la calle de Cardinal Lemoine, el cual no tiene siquiera un excusado, ya no se diga un baño, pero a unos metros del barrio latino. Poco después renta un taller en la calle Descartes, donde escribe sus primeros textos. En diciembre de 1922, Hadley, quien debía alcanzarlo en Suiza, pierde un veliz relleno con esos manuscritos.

Durante esos años, Hemingway frecuenta la librería Shakespeare and Company, en el número 12 de la calle del Odéon. Refugio de expatriados anglófonos –Pound, Joyce, Stein, entre otros–, se trata de la librería original, la de Sylvia Beach, quien editó la versión original en inglés del Ulises a Joyce en París. Nada qué ver con la actual librería, fundada por el difunto Georges Whitman, gran amigo mío, apasionado de la literatura al extremo de imaginarse descendiente del poeta Walt y de nombrar a su hija Sylvia Beach Whitman.

Para dar una idea de este escritor, tan lejos del homme de lettres, ese personaje almidonado que va de congreso en congreso y mesas redondas, emitiendo con gravedad sus agradecimientos por el enésimo premio recibido, Ernest Hemingway, como Henry Miller o Scott Fitzgerald, va de bar en bar, parrandero, casándose y separándose, insolente, desafiando a la muerte. En uno de estos bares, en París, Le Fastaff, situado en la calle de Montparnasse, tuvo lugar en julio 1929 una pelea de box entre Ernest y un amigo canadiense, Morley Callaghan. A pesar de practicar el box desde sus 10 años, Hemingway pierde el match. Nunca perdonaría a Fitzgerald, quien la hizo de árbitro, no haber sonado el fin del round a causa de su ebriedad. Ernest quedó persuadido de que Scott lo hizo a propósito para humillarlo.

Ernest volverá a París el 25 de agosto de 1944 con las tropas de liberación. Gracias a sus relaciones, obtiene una cita con el general Leclerc. Deseaba ser el primer estadunidense en entrar a la capital para liberar personalmente el Ritz, hotel descubierto en compañía de Fitzgerald. El general lo despide sin miramientos. Hemingway no se desalienta y decide, ayudado por algunos resistentes, requisicionar un jeep para llevar a cabo su proyecto: liberar en persona el hotel: Cuando sueño la vida después de la muerte, la escena pasa siempre en el Ritz. El escritor no soporta que su hotel haya sido ocupado por los alemanes en 1940. En una carta escrita el primero de agosto a Mary Welsh, su cuarta esposa, se indigna: Me da rabia pensar en esa gente ensuciando nuestra bella recámara, la 612.

Así, el 25 de agosto, con su pequeña tropa, Ernest baja del Arco del Triunfo a la plaza Vendôme. ¿Dónde están los alemanes? Vengo a liberar el Ritz, grita irrumpiendo en el hall. El director le informa que los alemanes se fueron hace tiempo y que no puede dejarlo pasar con un arma. Hemingway la deposita en el jeep y se lanza al bar, que lleva ahora su nombre, donde deja una deuda histórica de 51 martinis secos.

Olvida, si embargo, sus dos maletas dejadas en 1927, recuperadas sólo en 1956, donde se hallan las notas que sirvieron de trama a París es una fiesta, publicada en 1964, tres años después de su suicidio.

¿Qué mejor arma contra el terrorismo y el terror? Leer esa novela es perpetuar la fiesta en París. Y en cualquier parte.