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París: secuestro corporativo
A

pesar de la creciente sensación de estar al borde del abismo por los impactos del calentamiento global, por ejemplo el retroceso de glaciares en Groenlandia, aumentos no previstos por el IPCC de la ONU en el nivel de los océanos, hasta las grandes inundaciones en el Cono Sur, la megasequía en California o el desprendimiento en curso de enorme placa de hielo en la Antártida Occidental, en París las corporaciones de los combustibles fósiles se salieron con la suya. El estado de excepción en vigor por los ataques del 13/11 inhibió de manera severa la presencia y presión popular facilitando el cabildeo corporativo en la COP 21. Sin duda el orden de magnitud del daño a los esfuerzos para evitar un colapso climático antropogénico (CCA) fue mayor. Ello por el éxito del alto capital enlazado al big oil y sus aliados en el Congreso de Estados Unidos para evitar a toda costa un acuerdo vinculante para la drástica y urgente regulación en las emisiones de gases con efecto invernadero (GEI).

Aquello fue un logro de fuerzas políticas, económicas y militares, el capitalismo como lo conocemos desde la revolución industrial, que estaría magnificando el riesgo de irreversibilidad de la catástrofe (v.gr., extinción de especies, la humana incluida) al atender las consecuencias (impactos) y no las causas del CCA. Por ejemplo, los ultra-secretos acuerdos comerciales en proceso de formalización, entre ellos el Acuerdo Trans Pacífico (ATP) y otros elaborados por Estados Unidos y la Unión Europea, otorgan enormes concesiones e instrumentos legales a las corporaciones, como se ilustra en un análisis reciente, Un paraíso para los contaminadores, basado en documentos filtrados por Wikileaks, publicados en La Jornada, sobre cómo los derechos de los inversionistas en los tratados comerciales sabotean a fondo la lucha por la transición energética requerida para frenar el CCA. Las ventajas corporativas en los TLC contrastan con acotaciones de espacios políticos de los estados de la periferia en áreas tan cruciales como la regulación de la inversión extranjera directa (IED). Se permite a las empresas recurrir primero al arbitraje internacional para dirimir las disputas Estado-inversor antes que a los tribunales nacionales, algo esencial al tema que James Petras y Henry Veltmeyer analizan en Imperialismo extractivista en las Américas y en el resto de la periferia, (Boston, 2014). En el ATP son tribunales que operan bajo la abrumadora égida de una clase empresarial voraz, tribunales de justicia de, por y para las corporaciones, incluidas las del petróleo, gas y carbón, las mineras y de la electricidad.

La magnitud de lo que más que farsa, como bien la calificó el climatólogo James Hansen, resulta ser tragedia, se entiende mejor si se tiene presente que el carácter voluntario y no vinculante del acuerdo emanado de la COP21 se acompaña, para beneplácito de la oligarquía que invierte en fósiles, con TLCs tipo ATP, que consagran una potente constitucionalización de los intereses corporativos que impediría a los gobiernos adoptar las medidas necesarias para prevenir un calentamiento global catastrófico ya que limitaciones a la emisión de GEI a la atmósfera, socavarían en gran medida las ganancias de las compañías de combustibles fósiles y energía, lo que podría suponer una violación de los privilegios de los inversores en tratados como los propuestos (Ibid). El triunfo del big oil y el resto de los extractivistas lleva a que, por décadas y desde la ONU, emane el siguiente mensaje a 99 por ciento: ustedes adáptense al calentamiento global. Y al uno por ciento: “la COP no es vinculante: saquen raja de las emisiones GEI y para que el planeta, su atmósfera, población y especies no luzcan como basura de nuestro negocio, digan algo en Davos”.

Si los dejamos éstos son los dos ejes que hacia el resto del siglo cimientan la proyección del capitalismo. Junto a una guerra nuclear, es la mayor inmoralidad e injusticia climática e intergeneracional. A nadie extraña que para sostener al diseño, en acentuada fosilización desde el siglo XVIII, el capitaloceno, a decir de Elmar Altvater en su notable El fin del capitalismo tal y como lo conocemos (Barcelona 2012), el Pentágono (DoD) prepare más intervenciones y guerras con la mira en gas, petróleo, agua y otros recursos vitales (Irak, Afganistán, Libia, Siria, Venezuela, Brasil, México). También frente a las sacudidas del cambio climático cuyos impactos ya ocurren y muestran su creciente escala, alcance e intensidad. Así lo afirmó el DoD, el mayor consumidor (público o privado) de combustibles fósiles del mundo con fuertes lazos con big oil, al Congreso de Estados Unidos: “para la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos… el cambio climático es una amenaza urgente y creciente. Aumenta los desastres naturales, los flujos de refugiados y conflictos en torno a recursos básicos como los alimentos y el agua”, junto a oportunidades para más intervenciones y negocios (WP,30/7/15).

jsaxef.blogspot.com