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Cien años de feminismo
“Q

ueremos decir que, emancipada la mujer, no necesitaría de la ayuda expresa del hombre para poder subsistir (…) En la escuela, no hay que dudarlo, está la base de nuestra emancipación. Allí bulle, allí se agita ese atributo nuestro, bello y grandioso, contra el despecho de los retrógrados, de la Iglesia y de sus santos…” (Marta Rocha, Feminismo y Revolución, en G.D. Espinosa y Ana Lau Jaiven, Un fantasma recorre el siglo, México 2011). Así se expresaba Hermila Galindo hace 100 años; en 1915 ella fundó el semanario La Mujer Moderna, publicación que promovió el desarrollo de las mujeres. Afirmaba que la igualdad política e intelectual debía extenderse a la educación, el trabajo y las relaciones personales. Y fue también de las primeras con acceso a la escuela normal; paradójico, que la inserción de la mujer en la educación superior se diera en el porfiriato, se vinculaba al ingreso al mercado laboral. A principios de siglo la tasa de escolaridad efectiva era de 23 por ciento, la educación primaria llegaba a las ciudades importantes, atendiendo principalmente a una porción de las clases medias urbanas y semiurbanas. La discriminación a las mujeres era obvia: existían instituciones de educación exclusivas para niñas y otras para niños con planes de estudio diferentes; a ellas se les preparaba para hacer mejor su papel dentro del hogar. A la Escuela Nacional Preparatoria llegaban muy pocas mujeres; ahí se pretendía una formación científica a la manera del positivismo, de lo más abstracto a lo más concreto: se iniciaba con matemáticas, se continuaba con ciencias naturales y se incluían materias como lógica, ideología, moral y español. En la Escuela de Instrucción Secundaria para personas del sexo femenino las asignaturas eran lecturas en español y correspondencia epistolar, gramática castellana, rudimentos de álgebra y geometría; geografía física y política, algo de historia de México, teneduría de libros, primeros auxilios, higiene y economía doméstica. Además, estaban los deberes de la madre en relación con la familia y el Estado; había dibujo lineal, de figura y ornato, idiomas, música, labores manuales, artes y oficios que se podían ejercer por mujeres, horticultura y métodos de enseñanza comparados. Al terminar estos estudios, las señoritas podían optar por el título de profesoras de primera clase, una vez examinadas y aprobadas, o, por otra parte, ser unas buenas mujeres de hogar. Aumentó el número de maestras y se graduaron algunas abogadas, médicas y dentistas (Martha Córdova, La mujer mexicana como estudiante de educación superior, Sicología para América Latina, Número 4, 2005).

Hermila Galindo consideraba que incorporar a las niñas a la escuela, impartir educación sexual y abrir el derecho al voto de la mujer era crucial: “Un pudor mal entendido y añejas preocupaciones privan a la mujer de conocimientos que no le son sólo útiles, sino indispensables, los cuales una vez generalizados serían una coraza para las naturales exigencias del sexo: me refiero a la fisiología y anatomía que pueden conceptuarse como protoplasmas de la ciencia médica que debieran ser familiares en las escuelas y colegios de enseñanza secundaria y que se reservan únicamente a quienes abrazan la medicina como profesión (...) Es que el instinto sexual impera de tal suerte en la mujer y con tan irresistibles resortes que ningún artificio hipócrita es capaz de destruir, modificar o refrenar… (…) justamente la música, el baile, la poesía, la novela, en una palabra, la vida ideal, la vida del espíritu, son los más crueles verdugos de la mujer. Si la mujer en vez de exceso de sensibilidad que preconiza el escritor citado tuviese una buena dosis de razón sólida y supiese pensar y discurrir justo; si poseyese, como quiere Stuart Mill, la ciencia del mundo de los hombres y de las fuerzas de la naturaleza, en vez de ignorar completamente cómo se vive y tener sólo la forma y la etiqueta de lo bello, la mujer sería más dichosa y el hombre más honrado. Mientras se descuida y omite el desarrollo de su razón ella puede padecer una hipertrofia de vida intelectual y espiritual, y es más accesible a todas las creencias religiosas; su cabeza ofrece un terreno fecundo a todas las charlatanerías religiosas y de otro género, y es materia dispuesta para todas las reacciones” (Hermila Galindo, La Mujer en el Porvenir, Primer Congreso Feminista de Yucatán, enero de 1916). “Hay que emancipar el sexo débil de la criminal tutela que hacen pesar sobre él la tradición y el fanatismo religioso (…) “para liberar a las mujeres de la tutela clerical e instruirlas en la escuela laica, además de exigir el derecho ciudadano a tomar parte activa en el movimiento político por ser miembro integrante de la Patria (Rocha, Ibídem).

Las oportunidades educativas se han equilibrado entre los sexos, aunque la mitad de la población (de ambos sexos) sigue sin acceder a la preparatoria y cerca de 80 por ciento sigue excluida de la formación universitaria. El reto sigue siendo el derecho a elegir a nuestros gobernantes y la paridad de las mujeres en la política; además, el derecho a decidir sobre el cuerpo es incipiente y sigue siendo privilegio de clase. No sólo hay estancamiento, se están sufriendo retrocesos. Opino que esto se debe a que el sometimiento a las mujeres es clave para sostener las relaciones de poder. Maquiavelo lo tenía claro desde el siglo XVI: “el que adquiere una ciudad acostumbrada a vivir en libertad y no destruye su régimen legal, debe esperar ser derrocado posteriormente, pues tal ciudad fincará su rebelión en su libertad y en sus leyes (…) por más que el conquistador se esfuerce, si no desune a sus habitantes nunca olvidarán la antigua libertad, ni sus leyes propias, y recurrirán a ellas en la primera oportunidad (Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Libros de ayer, hoy y siempre, Vol 9, México, 2008).

Twitter: @Gabrielarodr108