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Perspectivas desde las dos orillas
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ace ya una década presenté una conferencia en la Universidad de California (UCLA). Una de las preguntas o cuestionamientos que me hicieron fue acerca de creciente mexicanización de la sociedad estadunidense. Mi respuesta en aquel momento no fue adecuada porque en realidad no había entendido la pregunta.

Estaba desconcertado porque siempre había pensado en la versión contraria, en la gran influencia que tiene la cultura estadunidense en México y América Latina, pero desde el otro lado se pensaba diferente, más bien lo opuesto.

Considero que en la afirmación sobre la americanización o mexicanización de la sociedad hay, en primer lugar, una buen grado de exageración. Las culturas no son inmunes, se influyen unas a otras, desde siempre.

Mi niñez está relacionada con los personajes más influyentes de Disney y del imperialismo cultural estadunidense. Sin embargo, no creo que esto haya influido para nada en mi conformación y socialización cultural; es un dato más, marginal, anecdótico, pero si queremos extrapolarlo podemos hablar de la penetración imperialista en América Latina, como dirían Dorfman y Mattelart.

Algo similar ha llamado la atención de otros autores como Samuel Huntington, que se sienten agredidos por la fuerza y la presencia del español en algunas ciudades importantes de Estados Unidos. Decía que para participar del sueño americano hay que soñar en inglés, no en español.

En realidad, muy pocos son los que logran tal deseo con base en el esfuerzo personal. Los migrantes, es decir la primera generación, sueñan con trabajar, con un mejor salario y mejores oportunidades para sus hijos. Saben que ellos difícilmente lograrán ese sueño. Menos aún llevarlo a cabo en inglés.

El migrante se pasa el día trabajando y la mayor de las veces con compañeros de trabajo, supervisores o mayordomos que hablan español. Sus posibilidades de estudiar el idioma son mínimas. Así y todo, hacen el esfuerzo y les toma años. El sueño americano es sólo para algunos migrantes que pueden hablar inglés.

Son los migrantes de la generación uno y medio quienes llegaron de niños y tuvieron la oportunidad de escolarizarse y socializar en la escuela los que tendrán mayores oportunidades, y entre ellos, aquellos que son bilingües podrán desempeñarse con mayor soltura. Ya son cerca de un millón los que están en esa condición, pero pende sobre ellos la espada de Damocles por ser indocumentados.

El español de los migrantes es lengua marginal en Estados Unidos, y los bilingües que ofician de intermediarios son los que fomentan esta condición. Si no es necesario aprender inglés para conseguir trabajo los migrantes simplemente no lo aprenden, pero eso mismo acrecienta su marginalidad y su permanencia en un mercado de trabajo secundario.

Por el momento, el bilingüismo en Estados Unidos no reditúa salarialmente, pero es cuestión de tiempo. Son innumerables los puestos de trabajo que requieren de personal bilingüe, especialmente en el comercio, la agricultura, la construcción, la restauración. La mano de obra barata en Estados Unidos habla español y tiene muy pocos conocimientos de inglés.

Son los niños hijos de migrantes, la segunda generación (4.5 millones menores de 18 años), los que tuvieron oportunidad de escolarizarse y socializar en la escuela, los que tendrán mayores posibilidades; entre ellos, quienes son bilingües podrían desempeñarse con mayor soltura. Cuando el español pase a las universidades y los centros de negocios, su futuro podrá estar asegurado.

Hoy en día el español se escucha en el calle, especialmente en ciudades cosmopolitas con Nueva York, Los Ángeles, Chicago y Miami. Ciertamente, se ha perdido el miedo a hablar en español, y ese es un paso importante. Hace 20 años los chicanos y mexicano-estadunidenses se inhibían y no quería mostrar en público que hablaban esa lengua.

Sin embargo, el monolingüismo en Estados Unidos tiene una fuerza impresionante, tanto fuera como dentro del país. No se sienten obligados a aprender otro idioma, no lo necesitan; son los otros los que deben aprender inglés. Cuando el papa Francisco fue a Estados Unidos se resistió a tener que hablar en inglés ante el Congreso, pero finalmente le doblaron la mano.

Como quiera, el español se resiste al dicho aquel de que Estados Unidos es un cementerio de lenguas. Y el español ha impactado y preocupado a un sector de su sociedad, que siente la pujanza del español como una amenaza.

Para Donald Trump fue un error que Jeb Bush hablara en español en su campaña. De manera condescendiente le dijo: Es un buen hombre, pero debería dar ejemplo hablando inglés mientras está en Estados Unidos. Muchos políticos, entre ellos el presidente Obama, han hecho el esfuerzo de decir alguna frase en español.

Para Jeb Bush resulta clave el voto latino, y por eso se esfuerza en demostrar públicamente que habla español, y se desempeña bastante bien. En una encuesta reciente se informa que 43 por ciento de los hispanos ve positivamente la candidatura de Bush, mientras entre los blancos sólo alcanzó 39 por ciento.

Que en un futuro el español pueda consolidarse en Estados Unidos no sólo depende los hispano-latinos; también son indispensables las acciones, propuestas y políticas de los países hispanohablantes. México y España en primer lugar.