Opinión
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Un poco de rojo

¿Q

uién podría haberse imaginado que en la capital del capitalismo, en el epicentro del imperio neoliberal mundial, de repente ha detonado un debate sobre el socialismo?

Socialismo fue la palabra más buscada en el portal de los diccionarios Merriam Webster en 2015 (seguida por la palabra fascismo). En los sondeos, una amplia mayoría de jóvenes afirman que están dispuestos a votar a favor de un candidato que se dice socialista. En los debates entre los precandidatos demócratas se tuvo que preguntar a cada quien si era o no capitalista (por primera vez en la memoria reciente), y en las entrevistas con todos los candidatos siempre está la pregunta sobre el socialismo. Nadie recuerda cuándo fue la última vez que el carácter capitalista casi sagrado del sistema estadunidense se ha cuestionado en foros vistos por millones en la televisión, ni cuándo el socialismo fue pregunta en sondeos nacionales.

Los expertos se han visto obligados a debatir si un socialista de verdad puede llegar a la Casa Blanca (antes a nadie se le ocurría la pregunta).

Y aún más sorprendente es que un sondeo de Bloomberg News/Des Moines Register de la semana pasada entre votantes demócratas en Iowa, el primer estado donde habrá votación para determinar la candidatura presidencial, 43 por ciento se definió socialista, y 38 por ciento capitalista. Un sondeo del New York Times/CBS News en noviembre encontró que 59 por ciento de los votantes demócratas tenían una percepción favorable del socialismo, mientras 29 por ciento tenían una impresión negativa.

Todo por el precandidato presidencial demócrata y senador federal Bernie Sanders, quien siempre se define como socialista democrático. Justo por eso, hasta muy recientemente expertos y políticos suponían que su campaña sería marginal y descartaban sus posibilidades de retar a la reina del partido: Hillary Clinton. Ya no. Sanders está empatado o va ganando en las encuestas de los dos primeros concursos intrapartido para la nominación, y ha reducido a la mitad la ventaja de Clinton en las encuestas nacionales en el último mes.

De hecho, la cúpula demócrata, legisladores demócratas y operativos de la campaña de Clinton están tan alarmados que ya acusan a Sanders de no ser un verdadero demócrata, sino, Dios nos salve, un socialista, y argumentan que no es tan elegible como Clinton en una elección general.

Pero Sanders aún amenaza la coronación de Clinton, en gran medida por su mensaje central sobre la desigualdad económica, que resuena más que cualquier otro tema entre el electorado. Como señala Kshama Sawant –socialista que ha ganado sus dos elecciones al cabildo municipal de Seattle– en un artículo en The Guardian, después de los movimientos Ocupa Wall Street, entre otros, la palabra sucia ya no es socialismo, sino capitalismo. Agrega que “la gente está hambrienta de alternativas políticas que sirvan a sus intereses… en lugar de la avaricia insaciable de Wall Street”.

Sanders no huye de la etiqueta. Cuando Anderson Cooper, de CNN, en uno de los debates entre los precandidatos, preguntó a Sanders si no se consideraba capitalista (y sin ocultar su incredulidad de que cualquier tipo de socialista pudiera ganar una elección nacional en este país), respondió: ¿Me considero parte del proceso del capitalismo de casino por el cual tan pocos tienen tanto y los muchos tienen tan poco, con el cual la avaricia y descuido de Wall Street destruyen esta economía? No, no lo soy. Afirma que es un socialista democrático, no autocrático, que no desea nacionalizar los medios de producción, y usa como modelo para su tipo de socialismo los países escandinavos. Sanders indica que es parte de la misma corriente que un Franklin D. Roosevelt (quien no se consideraba socialista, lejos de). En otros países, Sanders sería considerado más bien un social demócrata, algo así como del Partido Laborista de Inglaterra, el socialdemócrata de Alemania o del Partido Socialista de Francia.

Aquí la palabra socialismo siempre ha sido asociada con el diablo, con el enemigo, como algo ajeno a Estados Unidos. El legado del macartismo sigue influyendo a principios del siglo XXI.

Pero el socialismo democrático no es ajeno a Estados Unidos. Algunas de las figuras más reconocidas de este país se han identificado como socialistas democráticos.

Eugene V. Debs, gran organizador sindical de principios del siglo pasado, fue varias veces candidato presidencial del Partido Socialista (en 1912 ganó 6 por ciento del voto nacional) y la última vez en 1920 dirigió su campaña desde su celda de prisión, por su oposición a la Primera Guerra Mundial (obtuvo casi un millón de votos).

En el medio este, poco antes de la Primera Guerra Mundial, socialistas fueron electos alcaldes en casi 80 ciudades en 24 estados (entre ellas Minneápolis, Milwaukee y Buffalo). Miembros del Partido Socialista ocupaban unos mil 200 puestos en 340 ciudades, recuerda Joseph Schwartz, vicepresidente de Democratic Socialists of America (DSA), en un artículo en In These Times.

Otras figuras de esta corriente política incluyen desde John Dewey, el gran filósofo y pedagogo, a Martin Luther King, los dirigentes más destacados de sindicatos nacionales como el automotriz, el de la confección y de maquinistas y hasta unos pocos legisladores federales como Ron Dellums.

Albert Einstein, quien escribió en 1949 que la única manera de eliminar los peores males de la sociedad estadunidense era por medio del establecimiento de una economía socialista, acompañada de un sistema educativo orientado hacia metas sociales, en su ensayo ¿Por qué el Socialismo?, en Monthly Review, también se identificaba como socialista democrático, entre otros intelectuales y artistas.

Por supuesto, muchos disputan qué es el socialismo democrático y si Sanders es o no socialista. Algunas cosas no cambian.

Pero aún es extraordinario el simple hecho de que todo esto es, por ahora, parte del cuento, la grilla, el debate, estadunidense.