Cultura
Ver día anteriorDomingo 31 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

El historiador dedica un libro a contar las acciones aisladas que salvaron a miles de españoles

Murià reivindica los enormes méritos de algunos mexicanos en favor de los exiliados

“Se habla del Sinaia, pero no del pobre que hizo las diligencias para conseguir la lana”, apunta

 
Periódico La Jornada
Domingo 31 de enero de 2016, p. 5

Se han escrito miles de páginas de las aportaciones que el exilio español trajo a México, pero pocas son las que hablan de lo que México hizo para traer a esos miles de refugiados al país, como contratar embarcaciones, mover la embajada de México de Vichy a Montauban para ayudar al presidente español Manuel Azaña, tomar una bandera y con ella en mano abrir paso para que un refugiado catalán subiera a un barco. Todas esas acciones hablan de la grandeza de los mexicanos, pero son poco conocidas tanto en México como en España, dice el historiador José María Murià, autor de El exilio del pensamiento y otros textos.

El libro, publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia-Jalisco, reúne artículos y conferencias ofrecidas por el autor, integrante de la Academia Mexicana de la Historia. Soy historiador, dice en entrevista el también colaborador de La Jornada. “Con el tiempo me dediqué a la historia de Jalisco, pero por azares del destino empecé a entrar en contacto con los catalanes y con los españoles de hoy, y me di cuenta de la ignorancia tan absoluta que tenían respecto de lo que deberíamos llamar los enormes méritos de algunos mexicanos en favor de ellos. Un poco con la sensación de que dices: ‘aquí hay una factura que España no ha pagado o que debe’, a lo mejor no es para que la pague pero al menos que sepan que la deben”.

Quizá lo ignoran porque vivieron una dictadura que les ocultó lo que le dio la gana, añade. Sí fue una migración de lujo la que llegó a México, pero también están aquellos que lograron sacarlos y traerlos al país.

Procuro dar a conocer figuras como Gilberto Bosques, Luis Rodríguez, Narciso Bassols, cuyas acciones tienen un valor inconmensurable y son de las grandes hazañas de la humanidad hechas por unos cuantos mexicanos.

Miles se salvaron gracias al trabajo de los mexicanos. Uno de ellos fue el padre del historiador, con quien comparte el mismo nombre: José María Murià, refugiado catalán, quien logró subir al barco Mariscal Lyautey gracias a Gilberto Bosques, cónsul de México en Francia. “Bosques primero le dijo que tenía que quedarse en una barraca que usaba el consulado como bodeguita o pequeña oficina en el muelle de Marsella. Le dijo: ‘No se va a poder ir; métase a la barraca a ver qué hacemos con usted después, a ver cómo lo saco de aquí’. Mi madre y mi hermano ya estaban en el barco. A última hora se presentó Bosques, agarró una bandera mexicana y con ella en mano se abrió paso entre la multitud. Mi padre fue el último en subir”. Era el 14 de abril de 1942. El barco los llevó a Casablanca y después viajaron a México en el Niasa. Llegaron a Veracruz en mayo de ese año. 

Otra historia conocida en parte es la del embajador Luis Rodríguez, quien movió la sede de la embajada de Vichy a Montauban para tratar de sacar de Francia al presidente español Manuel Azaña. Instaló la embajada en un hotel, donde alquiló cinco habitaciones, en una de las cuales murió Azaña. Falleció en territorio mexicano.

La historia es esta: debido a su mal estado de salud, el presidente Azaña no pudo trasladarse a Vichy para recibir ayuda. Rodríguez le llevó la embajada a Montauban para protegerlo. Fue por él a su casa y lo trasladó al hotel; al bajarse del coche “se les atraviesa el pistolero Pedro Urraca, con dos ayudantes, y en un gesto típico de los policías se lleva la mano a la pistola y le dijo al embajador: ‘A este señor nos lo vamos a llevar’”. 

La respuesta oficial, según el informe que hizo el embajador Rodríguez, es que logró convencer a Urraca de que se retirara y dejara en paz al presidente. “La respuesta verdadera, que es prácticamente desconocida, me la contó de viva voz el tercer secretario, Alfonso Castro Valle, que luego fue embajador de México. 

Foto
El exilio del pensamiento y otros textos es publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia-Jalisco. Reúne artículos y conferencias ofrecidas por el integrante de la Academia Mexicana de la Historia y colaborador de este diarioFoto José Antonio López

“Le hice un libro de historia oral y después de la presentación ofreció una recepción en su casa. Al despedirme de él me dijo que no me fuera. ‘Tengo que hablar con usted’. Comenzó medio a correr a la gente, nos metimos a la sala como a las 2 de la mañana. Me dijo: ‘Le voy a decir algo que juré nunca decir; creo que ya debo hacerlo, no lo puse en el libro porque empeñé mi palabra en que no lo diría, pero ya usted ha tomado sus tequilas y yo mis wikis y además se tiene que decir, porque quien me lo pidió ya murió’, o sea Rodríguez. Lo que en realidad pasó es lo siguiente: 

El español (Urraca) enseñó su pistola. En respuesta, el señor embajador de México sacó su pistola. Tres segundos después el agregado militar también sacó la 45 reglamentaria que llevaba. El agregado militar (Antonio Haro Oliva) sí tenía derecho a llevar la pistola, pero el embajador no, por eso le hizo jurar a Castro Valle que nunca diría que había echado mano de la fusca para defender a Azaña. Eso fue el 15 de septiembre de 1940.

La versión se la confirmó después Haro Oliva, ya como coronel. Sí, saqué la pistola porque el embajador sacó la suya primero.

Un espectáculo ridículo y solemne

Otra pequeña historia: los policías españoles hicieron otro intento por llevarse a Azaña. En la madrugada, el militar mexicano escuchó ruido. “Dice que estaba en la habitación; oyó ruidos, se imaginó que algo pasaba. Estaba en ropa interior y agarró su arma de nuevo; al salir se vio en el espejo que estaba colocado en la puerta: ‘Y me vi en calzones, y con la pistola en la mano. Me pareció que era bastante ridículo el espectáculo y para darle solemnidad, ¿sabe qué hice? Me puse la gorra de capitán’. Se les apareció en la parte alta de la escalera en calzones con gorra militar y pistola en la mano, una escuadra 45, y pues salieron corriendo”. 

Los representantes mexicanos no pudieron sacar a Manuel Azaña de Francia. El presidente falleció en noviembre. En el balcón de su habitación, que no es donde se encuentra la placa que dice que ahí murió, estaba colocada con alambres la bandera de México. O sea que el presidente de la República española murió en una habitación que es oficialmente territorio mexicano con la bandera mexicana en el balcón. Su féretro fue cubierto con la bandera mexicana. “Llegan al panteón, abren el féretro, encima del cuerpo venía la bandera republicana española y permutan: doblan la bandera mexicana, se la ponen en el cuerpo del presidente Azaña y le dan al embajador Rodríguez la bandera republicana. Con esa bandera enterraron al embajador en 1973 en el Panteón Español de la Ciudad de México.

Una de las sorpresas que me llevo cuando hablo de todo es que me doy cuenta de que los mexicanos tampoco lo sabemos, a pesar de que el exilio español es un tema que se conoce.

–¿Será que no se conocen todas estas pequeñas historias de lo que hicieron los mexicanos por los refugiados, porque de cierta forma se quedan opacadas por el nombre de Lázaro Cárdenas?

–Claro. Lázaro Cárdenas manda un telegrama a principios de julio que le dice a Rodríguez que haga lo que pueda para ayudarlos. Lo demás lo organiza Rodríguez; Narciso Bassols logra fletar tres barcos. Se habla mucho del Sinaia, que nos trajo un montón de intelectuales, pero del pobre que hizo todas las diligencias para conseguir la lana nadie habla. Tres barcos mandó Bassols por sus propias gestiones sin pedir permiso a nadie. El presidente dio las instrucciones generales y en muchos casos se la rifaron: Bosques, por ejemplo, se fue un año como prisionero de los alemanes; su historia es fascinante.