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Los pendientes de Álamos
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lamos, Son. Una vez terminada la edición 32 del Festival Alfonso Ortiz Tirado, realizada como cada enero en este pequeño pueblo sonorense, es posible añadir algunos comentarios más sobre su programación y sus resultados musicales, como complemento de lo publicado al respecto aquí mismo hace unos días. Uno de los conciertos más atractivos del FAOT suele ser, año tras año, la Noche de la Universidad de Sonora, en la que jóvenes intérpretes de la carrera de canto de esa casa de estudios se presentan en público para demostrar sus capacidades y sus avances.

Protagonizada por la soprano Brenda Santacruz y los tenores Ernesto Ochoa y Jesús Véjar, esta Noche de la Unison estuvo por debajo del nivel logrado en algunas ediciones anteriores del festival. Con el acompañamiento al piano de Héctor Acosta durante el recital, sin duda fue Brenda Santacruz quien sacó la mejor parte de este importante escaparate para el talento vocal.

Un par de noches después, la soprano Marybel Ferrales protagonizó una puesta en escena de la zarzuela María la O de Ernesto Lecuona, un proyecto personal que ella concibió, produjo y dirigió, además de encargarse de algunos aspectos artísticos de la representación. Si se consideran las condiciones e instalaciones del escenario del Palacio Municipal de Álamos, el resultado general fue más que decoroso, e incluso tuvo algunos momentos destacados.

El rendimiento vocal de los cantantes protagonistas, adecuado en general, con la excepción del barítono Francisco Álvarez, a quien el breve rol del negro José Inocente le quedó más que grande. Detalle importante: ante la imposibilidad del espacio para contener una orquesta, María la O se cantó con una pista orquestal pregrabada y la dirección concertadora de Karina Romero. Una solución no del todo descabellada, dadas las circunstancias, pero me pregunto qué dirán los puristas recalcitrantes al respecto de esta zarzuela karaoke.

El recital de la penúltima Noche de Gala fue cantado por los ucranios Kostiantyn Andreiev (tenor) y Vadim Chernigovsky (bajo) con Emmanuel Sabás al piano. Un recital sobrio, correcto, bien cantado con técnica y estilo, pero quizá un tanto frío. ¿Fue una sorpresa que Andreiev y Chernigovsky no incluyeran una sola pieza del repertorio ruso? En realidad no, si se tiene en cuenta que los cantantes fueron presentados por el embajador de Ucrania en México, quien aprovechó su discurso para atizarle con enjundia (y plena justificación) a Vladimir Putin por sus recientes aventuras expansionistas en Ucrania.

En la clausura del FAOT 2016, el tenor italiano Giuseppe Filianoti ofreció un muy atractivo recital, cien por ciento italiano en su repertorio, con una buena mezcla de ópera y canción, dando especial énfasis a la figura y la música de Francesco Cilea, compositor al que conoce particularmente bien. Filianoti, en muy buena forma vocal, tuvo un acompañante de lujo en ese gran pianista que es Daniel Blumenthal.

En otro ámbito de la oferta musical del FAOT, disfruté particularmente una prendida tocada de rock en la Alameda de Álamos, con el energético grupo comca’ac (seris, les decimos nosotros) Hamac Caziim (Fuego divino), cuya música proviene de los cantos rituales de su pueblo.

A destacar en el resto de este FAOT, un buen proyecto de Oswaldo Martín del Campo al presentar El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, preparado para niños y acompañado con un video al estilo del cine mudo. Una propuesta atractiva y generosa, a la que le harían bien unos cuantos ajustes en su forma de presentación. Muy grato, también, el recital de la soprano Valeria Quijada, quien ofreció un muy buen programa (y bien cantado) con sendos ciclos de canciones de Carlos Guastavino y Fernando Obradors, recital que precisamente por sobrio y bien programado, ahuyentó a la mitad del público en el intermedio. Repetiré, por enésima vez, que una de las tareas pendientes del Festival Alfonso Ortiz Tirado está en la educación y guía de un público al que cada año se percibe más descortés, más desordenado y con menor capacidad para apreciar la oferta musical realmente valiosa, y con menor ánimo para la observancia mínima del protocolo de un concierto, ópera o recital.