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Ver día anteriorLunes 8 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Globalización histérica
A

l principio pareció divertido. Excitante. Estimulante. La globalidad, su simultaneidad hiperconectada, la sensación de ser ultramodernos nos convencieron de que vivíamos un progreso único en la escala humana. Tal vez fuera verdad, mas no para nosotros, la humanidad presente. Con perdón de Hegel, la Historia siempre termina. Cada vez estamos en el fin de la Historia; sólo a los ideólogos oportunistas proclaman la perogrullada de que hemos llegado (y venturosamente) a ese fin por primera y definitiva ocasión. ¿Para iniciar algo mejor, más humano que lo humano, por el incesante progreso de la especie? Sentimos nadar la felicidad de la facilidad. Abundan no obstante indicios de que ya alcanzamos ciertos límites. Como dice Rüdiger Safranski, nos movemos en un universo hecho por nosotros, donde el humano tiene que vérselas cada vez más y en todo momento consigo mismo. Un mundo artificial (donde el interés urbano y extractivo, por ejemplo, se antepone a cualquier otro) que a la larga, intuye Safranski, devendrá mortalmente aburrido. Y eso si se mantiene viable. El actual catastrofismo ambiental, económico, demográfico, y el inspirado en religiosidades delirantes, podrían dar al traste con todo antes que nos alcance el tedio.

Los pobladores originarios de Australia, horriblemente diezmados en pleno siglo XX por una sociedad civilizada, o sea brutal, son quizá los más humillados de la Tierra. También son la población humana más antigua: 10 mil años ininterrumpidos. Solos en su continente, solían caminar grandísimas distancias. Cuando llegaban a su destino, se sentaban en silencio un cierto tiempo, para esperar a que los alcanzara su alma. ¿No estaremos así? Hemos logrado todo esto pero como especie no estamos preparados. El espíritu humano sigue sin alcanzarse, por eso vivimos tiempos tan peligrosos. Domina la irresponsabilidad de políticos, científicos, magnates y ejércitos que manipulan técnicas humanas superiores a ellos mismos y reducen a la humanidad a una minoría de edad de nuevo tipo, modelada por el consumismo al que prácticamente nadie escapa.

Safranski apela a las historias, lo único real posible dentro de la Historia (¿un eco de John Berger?): hormiguero de historias ya que no podemos verla en su conjunto. Alumno de Adorno y colega de Sloterdijk (con quien condujo en Alemania el programa televisivo El cuarteto filosófico, 2002-2012), su amigo José María Pérez Gay destacaba su doble calidad de filósofo y escritor. Sin exhibicionismo, Safranski ha formulado algunas de las preguntas más pertinentes del tiempo actual. Lúcido y conciso, propone hacer un claro en el bosque ante la histeria globalista que nos condena a la rapidez, fascinados por ella. Si no nos hacemos sitio estaremos perdidos. Habrá que adoptar conductas y pensamientos que signifiquen menos rapidez, como cultivar el sentido de lo local, la capacidad para desconectar, para no estar accesible (¿Cuanta globalización podemos soportar?, Tusquets, 2004).

No olvidemos que en la red comunicativa no hay ninguna no comunicación, pues también ésta es un acto comunicativo. Lo sabe bien todo el que tiene un teléfono móvil. Potencialmente está siempre accesible, y por ello es tarea suya dar las razones cuando no lo está, advierte Safranski. “Estar siempre accesible, el ideal de la sociedad de la comunicación, se tiene por un progreso, y se ha olvidado que antes sólo tenía que estar accesible el ámbito de lo ‘personal’. Hoy en cambio presionamos para que nos empleen como mensajeros de la red de comunicación”.

Estas constante disposición y disponibilidad olvidan que no sólo nuestro cuerpo requiere una protección inmunológica, sino también nuestro espíritu. No podemos permitir que todo entre en nosotros; ha de entrar sólo en la medida en que podamos apropiarnos de ello. Pero la lógica del mundo enlazado comunicativamente está dirigida contra la protección inmunológica de la cultura. Perdidos en un sistema sin filtros, quien no se doblegue a la coacción de la comunicación renunciará al orgullo de estar siempre a la altura de la época y en la cúspide del movimiento.

Esto lleva a pensar en espejismos cuyo efecto a largo plazo aún desconocemos, como las amistades intangibles y esencialmente falsas de las redes sociales (independientemente de la eficacia informativa que éstas puedan proporcionar). Nos encontramos ante una dudosa abolición de la distancia. Interroga Safranski: “Nuestra civilización, en la que crece la participación de los ‘singulares’, ¿no se está transformando en una sociedad de consumidores finales que, desligados de la cadena de generaciones, sólo se cuidan de sí mismos?” Ya nadie se deja enredar con el sentido de responsabilidad. Sólo consumimos ofertas.

¿Cuánto más seguiremos transformando el mundo sin obliterar la existencia de una humanidad que pierde el sentido de la responsabilidad? Luego nos extrañamos de cómo votan los pueblos en lo que hoy se da por democracia.