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Todo lo material que obtuve... y hasta mi amor lo conseguí por medio del son, afirmaba

El corazón de Melón se detuvo, pero no su ritmo ni armonía

Luis Ángel Silva, su nombre real, fue a reunirse con sus ídolos con quienes compartió escenario, como Benny Moré, Tito Puente, Tito Rodríguez, Eddie Palmieri, Machito, Johnny Pacheco

Con más de 30 discos, se mantuvo 26 semanas consecutivas en la lista de popularidad de Nueva York

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Melón en un concierto que ofreció en el teatro Casa la Paz de la UAM, el 8 de diciembre de 2010Foto Guillermo Sologuren
 
Periódico La Jornada
Martes 9 de febrero de 2016, p. 7

El amor que le tengo al son cubano se ha visto reflejado en 60 años, decía Luis Ángel Silva, cubano que nació por accidente en la calle Naranjo, en la colonia Santa María La Ribera de la capital mexicana.

Todos lo conocían como Melón, hombre que tenía corasón. Así, con s, porque toda su vida estaba basada en el son.

Todo lo material que obtuve... y hasta mi amor lo conseguí por medio del son cubano, que en el diccionario se describe como un sonido agradable. Pero va más allá: es una música rítmica que se puede cantar y bailar y escuchar, pero sobre todo, gozar.

Eso comentaba Melón: sonero mexicano internacional reconocido por varias generaciones que la madrugada de este lunes, a los 85 años, se fue a otro lugar.

El corazón de Melón se detuvo, pero no su ritmo, su armonía ni su finura en la interpretación, que se unirá a la de sus ídolos, que son los mismos con los que compartió escenario: Benny Moré, Tito Puente, Tito Rodríguez, Eddie Palmieri, Machito, Johnny Pacheco, El Gran Combo, La Sonora Ponceña, Celio González... Hasta Celia Cruz le planteó grabar algo juntos. La reina se fue antes.

Melón ha sido el único mexicano que 26 semanas consecutivas, en 1978, se mantuvo en las listas del Cash Box neoyorquino, termómetro del éxito en la música en Estados Unidos en aquel tiempo.

Crónica de la gran capital

Amalia Batista, La bola, Juancito Trucupey, Niebla del riachuelo y Cosas del alma, La sitiera... piezas de un grueso archivo de más de 30 discos que representan a un son muy mexicano que se erigía como la crónica de la gran capital de aquellos años.

En 1958 Luis Ángel formó, junto con Carlos Daniel Navarro, la agrupación Lobo y Melón, combo que creó el estilo scat-chua-chua (sustitución de los instrumentos musicales por sonidos vocales), mezcla rara de bebop, jazz y son cubano. Su educada voz y amor al canto lo hicieron único.

Lobo y Melón era un binomio, más bien un sexteto que a lo largo de 13 años popularizó temas ahora considerados clásicos. El grupo lo formaban Mauro Enrique Gallina Chávez (piano), Manuel Perrote Osorio (trompeta), Andrés Mucha Trampa López (bajo) y Mario Cholito González (timbal), con variaciones en la alineación que incluyeron a Ángel El Cucarachito Martínez, Crescencio El Pajarito Guzmán y Luis Ortega.

Se acabó la historia, me retiro. Me voy porque no quiero que me vayan. No quiero que el público diga que ya no puedo. Prefiero adelantarme a eso, comentó Melón en 2009, cuando se le celebraron 60 años de emitir sonidos armoniosos con mucho sabor.

Melón nació para cantar, según comentó al periodista Jaime Whaley en estas páginas, en las que el intérprete también era columnista desde hace muchos años, especializado, obvio, en los géneros afroantillanos.

Apodado así por el conguero Fufú, nació para cantar, pero, hijo de un peluquero, hizo vida como todo capitalino de barrio popular: jugó futbol y hasta trabajó en una fábrica de clavos antes de entrar al ambiente sonero, que en los años 50 y 60 bullía para todos. Contaba que estaba en la vecindad de su abuela cuando escuchó por primera vez un son cubano. Tenía cinco años y no poseía noción de lo que era. Pero, aseguraba, el sonido lo impactó tanto que supo que sería su vida.

En el Macao, en la esquina de Bolívar y Mesones, en el Centro, empezó su camino.

Perteneció a grupos como Los Diablos del Trópico, conjunto del cubano Juan Bruno Tarraza, y las orquestas de Chucho Rodríguez y de Ray Montoya. También hizo coros en algunas grabaciones del sello RCA Víctor, hasta que Carlos Castillo, empleado de la casa grabadora, pasó por la calle de Humboldt y escuchó un armónico y pegajoso sonido que brotaba del inmueble marcado con el número 8, antro donde Lobo y Melón ya atraían a la parroquia bailadora.

Llegó el tiempo de plasmar la voz en los surcos del acetato. Se cuenta que para su primer disco faltaba un tema para completar la docena: Amalia Batista, basado en una opereta cubana, fue metido casi con calzador para hacerle compañía a otros que igual hablan de personajes y que con el tiempo se tornaron clásicos.

Melón también decía que la fama y la fortuna acompañaron a la edición de discos, de los que se vendieron un millón, hecho que le hizo girar en Estados Unidos. Los oyentes, hispanos y anglosajones por igual, colmaron los clubes nocturnos y los grandes escenarios, como el Palladium de Los Ángeles.

El músico capitalino relataba que Tarraza formó un conjunto que en verdad honraba el calificativo de estrellas. La alineación incluía a Alejandro Cardona, en las trompetas; Caramelo y Lucas; Pedro Zamora Peregrino, pariente de la gran Toña La Negra, estaba en el bongó; su hermano Toño en las congas; Humberto Cané en el bajo, y Rafael Mora El Morro, en la guitarra.

Una diferencia con el que muchos consideraban un cacique en el gremio de los músicos, Venus Rey, le cerró las puertas para trabajar en México y tuvo que emigrar al norte.

En Nueva York, sin dinero, pero con amigos, Melón alternó con grandes como los hermanos Palmieri (Charlie y Eddie); con Johnny Pacheco, integrante de los mundialmente famosos Fania All Stars y con el que grabó un par de discos, uno de los cuales estuvo 26 semanas consecutivas en el primer lugar de la lista de popularidad neoyorquina.

Tras la separación del dueto, mantuvo su éxito como solista. En 1986 grabó con la tradicional discográfica Fania All Stars el disco Llegó Melón, que incluyó una composición de Agustín Lara y el cual es parte de los 30 materiales de larga duración que forjó en su larga trayectoria.

Melón escribía: El Día de Muertos me hizo recordar a muchos amigos y compañeros, los más recientes Celio González y Beto Ávila, a quienes conocí en Veracruz... Con Agustín Lara coincidimos en un baile en el viejo Parque España de Veracruz. Compartimos tarima con la Sonora Veracruz de Toño Barcelata. Al final se hizo una descarga sensacional, cantando por primera vez Celio con Lobo y Melón. Las visitas de Celio a donde actuábamos en El 33 se hicieron familiares y culminaron con una comida que nos hizo en Nueva York, cuando volvió a integrarse con la Sonora Matancera. Volvimos a vernos en el escenario del Palladium de la gran manzana con Eddie Palmieri y la Perfecta, quienes completaron el cartel...

Ese era Melón, el gran sonero de México.