Ecos de Sakamch’en remembranza
de los acuerdos de San Andrés

Carlos Manzo

A Eugenio Bermejillo y Víctor de la Cruz, in memoriam

Con la celebración del vigésimo aniversario de la firma de los Acuerdos de San Andrés (ASA) conviene una reflexión que permita vislumbrar la situación del movimiento indígena nacional y de los derechos y cultura de los pueblos, a partir de la experiencia de quienes de alguna manera desde las regiones pretendemos, más que el reconocimiento, el ejercicio de nuestro derecho a la autonomía y la libre determinación. Esto último es un acuerdo que los pueblos participantes en el Congreso Nacional Indígena (CNI) consensamos desde mayo del 2001, inmediatamente después de la histórica Marcha del Color de la Tierra y de la traición Bartlett-Ceballos-Ortega, quienes orquestaran la estrategia parlamentaria de los tres principales partidos políticos para desconocer, en esencia, los ASA.


Detalle de mural en Cuxuljá, Chiapas. Foto: Ojarasca

En abril de 1995, en San Miguel, Ocosingo, se había llegado a un forzado acuerdo para la reanudación del proceso de diálogo, después de la traición de Ernesto Zedillo el 9 de febrero de ese año, cuando pretendió la captura de la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) mediante una ofensiva militar que llevó a los insurgentes a remontarse a la montaña y dejar Guadalupe Tepeyac y otras comunidades. En San Miguel, después de un enojado baile zapateado sobre la mesa de diálogo que el Comandante Tacho ofreciera a Gustavo Iruegas, delegado gubernamental, y a las representaciones de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) y de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa),  para mostrarles que el diálogo requería de un trato respetuoso y  de igualdad entre las partes y que nada se le pedía en términos de las tradicionales demandas específicas, se acordó entonces la primera sesión en San Andrés, que se realizó en el mes de mayo, definiendo la agenda general, reglas de procedimiento y formato del diálogo, quedando como primer tema de dicha agenda el de Derechos y Cultura Indígena.

El diálogo se realizó en tres fases con la participación de asesores e invitados de ambas partes, la mediación de la Conai y coadyuvancia de la Comisión de Concordia y Pacificación integrada por senadores y diputados. Ello hizo posible una experiencia histórica de diálogo nacional que, creímos, permitiría la reconfiguración democrática del país, y en particular la apertura de  una nueva relación entre el Estado, la sociedad nacional y los pueblos indígenas. Para definir la agenda específica del primer tema después de largas discusiones entre las partes, se acordaron seis mesas: Libre Determinación y Autonomía, Procuración de Justicia, Participación y Representación Política, Derechos de la Mujer Indígena, Acceso a los Medios de Comunicación, y Lengua y Cultura. La propuesta del EZLN y sus asesores e invitados de incluir la cuestión agraria, tierra y territorio de los pueblos indígenas, fue rotundamente rechazada por la delegación gubernamental, argumentando que debería ser tratado en el tema de bienestar y desarrollo, que sería el tercero de la agenda general del diálogo, y no en el de derechos indígenas; ésta fue una gran concesión de la delegación zapatista, de otro modo resultaría difícil agotar la primera fase del diálogo y construir la agenda específica. Previo a la firma de los primeros acuerdos, el EZLN realizó una consulta a sus bases y como resultado, “el 96 por ciento se pronunció por rechazar  la falta de solución al grave problema agrario nacional e insistir en que el Artículo 27 de la Constitución Política debe retomar el espíritu de Emiliano Zapata resumido en las dos demandas básicas: la tierra es de quien la trabaja y tierra y libertad.” (Ce-Acatl 78-79, abril de 1996).

Antes de la tercera fase del diálogo, que concluiría con la firma de los acuerdos, el EZLN, sus asesores e invitados convocaron al Primer Foro Nacional Indígena, para poner a consideración de las representaciones de cientos de pueblos, comunidades y organizaciones los avances de las mesas y las propuestas emanadas en las dos fases anteriores, mediante una gran consulta nacional sobre el tema indígena que enriqueció el nivel propositivo de la delegación zapatista. Menos de la mitad de las propuestas del Foro formarían parte de los acuerdos firmados. No obstante, la realización de dicho foro fue el primer paso para la posterior conformación del Congreso Nacional Indígena (CNI), cuya primera sesión se realizó en el mes de octubre de 1996 en el Centro Médico Nacional de la Ciudad de México, con la participación de la Comandanta Ramona como representante del EZLN.

Los ASA, junto con los resolutivos del Foro Nacional Indígena y posteriormente el CNI, pasaron a integrar una suerte de programa político del nuevo movimiento indígena nacional. Que el EZLN emitiera la VI Declaración de la Selva Lacandona, en julio del 2005, y la adhesión de la plenaria del CNI en San Pedro Atlapulco, Estado de México, los días 4, 5 y 6 de mayo de 2006 (ya iniciada La Otra Campaña, mientras Enrique Peña Nieto reprimía, golpeaba, violaba, encarcelaba  y asesinaba en Atenco) significó que algunas organizaciones, comunidades y colectivos marcaran distancia con el proceso y en vez de plantear formulaciones autonómicas desde abajo en las regiones, capitalizando la coyuntura de la insurgencia, optaran por incrustarse en los aparatos institucionales del agonizante indigenismo; es así como la Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía (ANIPA) aceptó cargos públicos en el Instituto Nacional Indigenista, las secretarías de asuntos indígenas de estados como Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas y diputaciones. El caso de los ex asesores del EZLN, Adelfo Regino y Aldo González, al incorporarse al gobierno de Oaxaca, constituyó una excepción, pues no integraban la ANIPA, pero optaron también por buscar procesos autonómicos desde el Estado, influidos por sus propias asambleas regionales, la alianza electoral de sus pueblos con Gabino Cué y el reciente triunfo de Evo Morales en Bolivia.

Conviene una reflexión que permita vislumbrar la situación del movimiento indígena nacional y de los derechos y cultura de los pueblos indígenas, a partir de la experiencia del ejercicio de nuestro derecho a la autonomía y libre determinación.

Señalaba Andrés Aubry, fiel seguidor de todas las sesiones del diálogo entre el EZLN y la delegación del gobierno: “Los cacareados ‘usos y costumbres’, después del diálogo de San Andrés no son su perversión en folclor o en caciquismo pueblerino, sino la resistencia indígena y la organización que le da forma”. Después de atestiguar en San Andrés el entierro del indigenismo, el etnicismo de Estado y otros ismos de la antropología colonialista aún presentes en las instituciones, Aubry detectó que “los invitados y asesores del EZLN nos dieron una lección académica y cerraron para siempre las soluciones culturalistas e integracionistas del indigenismo. Después de atorarse un día en la vana búsqueda de mejores satisfactores para el indígena, la mesa arrasó esta salida engañosa, rindiéndose a la evidencia de que el porvenir está suspendido a un cambio de la sociedad (no del indio) que establezca una nueva relación entre el país y los indígenas a quienes debe su existencia. Según el último informe consensuado del grupo sobre lenguas y cultura, en esto descansa ‘la refundación del Estado’” (Andrés Aubry y Angélica Inda: Los llamados de la memoria, 2003). En las frías y húmedas noches invernales de Sakamch’en, al final de cada sesión, bajo el toldo destinado a la prensa, Andrés esperaba los comunicados del EZLN y sus asesores afuera, junto a cientos de indígenas e integrantes de la sociedad civil que formaban los heroicos cinturones de paz que, simbólica y literalmente, dejaban fuera el cerco del Ejército federal.

Desde Chiapas al Istmo, refiriéndose al territorio istmeño transfronterizo y el conflicto limítrofe Chiapas–Chimalapas, Aubry percibió mejor que cualquier ONG ambientalista en relación idílica con el Estado: “en los Chimalapas están en juego conceptos y decisiones clave de estos Acuerdos: territorio (‘asociación hombre-tierra-territorio’, dice el documento), administración colectiva de recursos naturales, y autonomía. Es decir, el incumplimiento de San Andrés es también parte medular del conflicto de los Chimalapas, generado imprudentemente por un preso liberado por una de sus partes firmantes” (en referencia al general y ex gobernador Absalón Castellanos Domínguez a principios de enero de 1994, liberado por el EZLN antes del primer diálogo en Catedral). Así, hoy duerme en la bitácora de la Suprema Corte de Justicia (SCJN) una controversia constitucional interpuesta por el gobierno de Oaxaca contra el de Chiapas por el conflicto de límites, que encubre el rezago agrario de que son víctimas los chimas. Dicha controversia podría correr la misma suerte que las controversias interpuestas ante la misma Corte por diversos municipios tras el incumplimiento de los ASA  al no reconocer la versión que propuso la Cocopa.

En síntesis, la mayoría de los acuerdos entre el EZLN y el gobierno federal siguen representando aspiraciones y conquistas realizadas en los hechos desde los pueblos y comunidades indígenas de México, en algunas regiones más que en otras. Experiencias autonómicas como Ostula, Cherán, la tribu yaqui o los caracoles y gobiernos autónomos zapatistas, han reconocido los ASA como su Constitución. La mesa de San Andrés desbordó la pretensión gubernamental de “achicar” y circunscribir las demandas del EZLN al ámbito chiapaneco. El EZLN, en su documento “Punto y seguido”, a propósito del significado y alcance de los Acuerdos, expresó: “La lucha por el reconocimiento de los derechos indígenas sigue. Su camino irá junto a otros caminos, junto a otros mexicanos que tienen las mismas banderas, las de la democracia, la libertad y la justicia, y un pensamiento, el de la liberación nacional.”

A 20 años de la firma de los ASA, las experiencias autonómicas de los pueblos indígenas se han multiplicado y, aunque la represión y la violencia se han recrudecido por la imposición del modelo capitalista de acumulación por despojo, entregando los malos gobiernos las tierras de los pueblos a las empresas transnacionales, el EZLN y el CNI caminan y se organizan desde otra dimensión, más allá del modelo de Estado neoliberal “incluyente”.