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Visita Papal
Dios se acerca a quienes les han arrebatado criminalmente a sus hijos

En la misa en la Basílica de Guadalupe, Francisco recordó a los desaparecidos

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Foto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Domingo 14 de febrero de 2016, p. 4

Pausado, con voz cansada y casi en susurro, el papa Francisco fue desgranando su homilía. Singular sermón ante el presidente Enrique Peña Nieto, que le escuchó hablar de los desheredados, sin apenas elevar el tono de voz: Dios se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres y abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos...

Quizá la única ocasión que Francisco tendrá para recordar ante el Presidente a los miles de desaparecidos, sin estruendos verbales ni frases inquisitoriales. Así nada más dejó en el ambiente de la Basílica de Guadalupe el recordatorio del flagelo que más ha golpeado a miles de familias en todo el país.

Despojado de su investidura presidencial, presente en la misa papal producto de su fe católica, Peña Nieto acudió –con toda su familia– como uno más de los fieles de la Iglesia, con todos los deberes y convicciones que ello implica: orar, comulgar, dar y recibir la paz del máximo jerarca del clero, quien bajó del altar expresamente para ello.

Y en ese carácter atestiguó el sermón papal. Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras.

El templo estaba a su máxima capacidad de fieles, que incluyeron altos funcionarios federales, como el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, constitucionalmente encargado de los asuntos religiosos. Acompañado de su esposa, siguió puntualmente el rito católico, comunión incluida también. Deferente al momento consagrado a la paz en la ceremonia, se acercó a las decenas de clérigos que estaban a su lado, para consumar esta faceta del culto católico.

No fueron muchos los miembros del gabinete que asistieron a la misa de Francisco. Sólo dos, cuyos deberes son tan cercanos a las prioridades papales. José Antonio Meade (Sedesol), encargado del combate a la pobreza, que tanto condena Francisco, y Virgilio Andrade, a quien le han conferido reducir la corrupción, tan censurada por el pontífice. Ambos invitados a título personal por la nunciatura.

A un costado de los invitados del gobierno federal, decenas de las más diversas congregaciones católicas vivieron su momento de éxtasis. Contemplar al Papa en misa es algo que conciben impagable.

Sin la mínima distracción, oyeron la palabra de Francisco, que en el mismo tono apacible aseguraba que el santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas y la de los ancianos, sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones.

La celebración se prolongó por casi dos horas, si se incluye el largo rato que en soledad Francisco le dedicó a contemplar a la Virgen de Guadalupe, detrás del altar. Una celebración íntima que las cámaras se encargaron de difundir.

Y mientras algunos, quizá los menos, contemplaban la devoción guadalupana de Francisco, los más encontraron el espacio propicio para tomarse la foto en la Basílica con el Papa como fondo en las pantallas colocadas tanto en el recinto como afuera, en que 30 mil fieles siguieron la misa.

No había opción tras la advertencia de que nadie saldría hasta que Francisco se hubiera retirado. Sólo una excepción, la única prerrogativa que se arrogó el Presidente, quien ya enfilaba a Los Pinos cuando el pontífice se postraba ante la Guadalupana.

Se le ve cansado, resumía la madre María de Guadalupe, de las Hermanas Capuchinas.

Y ciertamente, había sido demasiado el ajetreo sabatino para el Papa de 79 años.