Editorial
Ver día anteriorJueves 18 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Francisco en México: claroscuros
A

l cabo de seis agitados e intensos días, el papa Francisco puso fin a su visita a México y partió de regreso a Roma. La presencia en el país del máximo jerarca del catolicismo mundial estuvo precedida por expectativas de signo distinto y hasta contrapuesto. En consecuencia, sus actividades, sus alocuciones y sus silencios en distintos puntos del territorio nacional generaron reacciones encontradas. Por la importancia del personaje y por el impacto de lo que dijo y hasta de lo que no dijo, es pertinente intentar un balance sucinto de su gira.

Para empezar, a su llegada a esta capital Jorge Mario Bergoglio formuló en presencia de las máximas cúpulas institucionales, empresariales y clericales del país fuertes señalamientos contra la corrupción, la insensibilidad y el egoísmo que caracterizan al grupo que detenta el poder y su inevitable relación causal con la inseguridad, el descontrol de la delincuencia y la zozobra en que vive buena parte de la población.

En un encuentro con la alta clerecía mexicana formuló un inequívoco regaño a los presentes por su frivolidad, su desapego a la misión evangelizadora y pastoral, y su tendencia a la intriga y a la conjura. En Ecatepec emitió un mensaje de esperanza a los desposeídos y reiteró sus críticas genéricas al desempeño de la clase política y el empresariado. Posteriormente, en Chiapas, envió un mensaje a las comunidades indígenas, les pidió perdón por la opresión, la marginación y el saqueo de que han sido víctimas, y reconoció el derecho que les asiste a su propia cultura, incluso dentro de la liturgia.

En Morelia el pontífice se dirigió a niños y jóvenes para pedirles que no se dejen pisotear y se mantengan al margen de las redes delictivas. Finalmente, en Ciudad Juárez habló a favor de los migrantes y dio un mensaje de esperanza a los presos.

Sin desconocer la fuerza y la pertinencia de los discursos papales, debe agregarse sin embargo que Francisco evitó a toda costa referirse a tres tragedias emblemáticas de la actual realidad nacional: los abusos sexuales cometidos por diversos religiosos católicos en contra de menores, la escandalosa persistencia de los feminicidios en el país y la exasperante inoperancia gubernamental para esclarecer la agresión perpetrada el año antepasado en contra de estudiantes normalistas de Ayotzinapa, 43 de los cuales siguen desaparecidos a la fecha.

Ni encuentros con las víctimas y sus familiares ni palabras de alivio y simpatía para ellas hubo de parte de un papa que en otros contextos ha dado muestra de una sensibilidad social y humana que estuvo ausente, durante décadas, en el cargo pontificio. Tales omisiones tendrán sin duda un costo para la propia Iglesia y dejan un sabor amargo en las filas de la feligresía comprometida con los más desvalidos e inermes, con la justicia y con la verdad.

Por otra parte, la presencia de Francisco en México dio lugar a una vergonzosa infracción al principio de laicidad por los máximos funcionarios del Estado, los cuales se olvidaron de las formas y de los contenidos republicanos y se entregaron a un clericalismo por demás fuera de lugar y abiertamente violatorio del marco legal. Ha de destacarse también el manifiesto elitismo y el espíritu de segregación que caracterizó la organización de las actividades papales, en las cuales hubo una persistente división entre pequeños grupos de privilegiados e influyentes y el resto de la sociedad. Las vallas que separaron a los notables de la gente común presentaron, por lo demás, un fiel retrato de la conformación actual del poder público, la economía, la función judicial y otros aspectos de la vida nacional.

La visita al país del primer pontífice latinoamericano deja, en suma, un saldo de claroscuros y tal vez también de impactos menos visibles en lo hondo de la sociedad. Ya se verá.