Opinión
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Los Grammys 2016: debacle sin fin

L

a noche del lunes 15 de febrero, después de la ceremonia de entrega número 58 de los premios Grammys 2016, auspiciada por la Academia de Grabaciones estadunidense, le fue impedida la entrada a una de las fiestas posteriores (organizada en el bar Argyle en la ciudad de Los Ángeles por el rapero Tyga) al ex Beatle Paul McCartney, al cantautor y productor Beck y al baterista de los Foo Fighters, Taylor Hawkins. Tras dos intentos, estos relevantes músicos (sobre todo el primero), fueron excluidos. Optaron por retirarse. Todo ello fue captado en video por el canal de espectáculos TMZ. Más allá del chisme, la anécdota es una atinada metáfora de lo que ocurre con esa farsa disfrazada de reconocimientos musicales: en los Grammys, el verdadero talento artístico queda fuera, mientras el bluff, la superficialidad, la vanidad, el vacío, la imagen, se imponen con descaro.

Como ha expuesto este espacio en años previos, estas entregas de la industria fonográfica son un timo que si bien premia altas ventas reales, es una trampa, pues lo que más vende no es lo de mayor calidad, sino aquello en lo cual se invirtió más dinero promocional (payola, sincronizaciones) para que suene hasta en la sopa y se conviertan en un hit. Gana lo más expuesto; se recupera la inversión con altas ganancias. Idéntico a como opera la venta de un jabón, un refresco, una fritura. Música-machote que cada año se diseña y planea, no desde las vivencias de sus intérpretes, sino desde escritorios corporativos.

En el último lustro, la debacle de la industria musical pop ha sido estrepitosa (cosa que no ocurre con la música rock y pop de calidad, mal llamada independiente por estar fuera de las caducas trasnacionales, siendo que hoy día es mayor en número y la que llena festivales). Lo que hoy pasa con estos productos de escucha masiva (que con estos premios y sobrexposición confunden a millones y le hacen creer que los representa), fue bien descrito en Hollywood Reporter hace tres años por Tony Visconti, productor vitalicio de David Bowie: “Hoy todo suena como si estuviera hecho por una misma persona. Todo computarizado. El ‘estilo’ y sonido de los álbumes son intercambiables. Podría tratarse del mismo equipo de producción, el (la) mismo cantante. Todo está autotuneado (afinado digitalmente); las canciones suenan endebles. Todo recae en el ritmo, más que en letras de calidad. Cuando un grupo llega a su mejor nivel está emulando algo bueno de los años 70; cuando está en su peor nivel, hace hip-hop y R&B de corte-y-pegado, deslavado. ¡Todo es tan blando!”

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Lady Gaga durante el irracional homenaje que rindió a David Bowie en los GrammysFoto Afp

Y bastó ver la ceremonia del lunes para constatarlo: soporíferos actos de baladistas maquilados en serie, sin estilo, sin personalidad; melodías básicas y obvias cual jingles. Seudoartistas sin garra, sin nada qué decir. Tan mala fortuna tuvo la noche, que hasta la cantante británica Adelle, de los pocos talentos pop reales, desafinó. Tan bajo el nivel, que hasta la actuación de Justin Beiber con los productores de electrónica Skrillex y Diplo sonó aventurada. Tan obtuso todo, que se invirtió mucho tiempo en un tributo al olvidable Lionel Richie (¿?). Un respiro llegó al final con el homenaje al fallecido Lemmy ejecutado por Alice Cooper, Johnny Depp y Joe Perry (Hollywood Vampires).

Y cuando pensábamos que no podía caer más bajo, los Grammys sorprendieron con algo aún peor: el sacrilegio cometido por esa cosa infumable y cretina, vacua y sin sustento artístico alguno, llamado Lady Gaga, quien intentó en escena rendir honor al citado icono David Bowie, fallecido en enero pasado, de una manera tan fútil y horrorosa, que resultó ser más una burla que un homenaje. El hijo de Bowie, Duncan Jones, la describiría en Twitter como: sobrexcitada e irracional, típico resultado de un capricho o entusiasmo excesivo, mentalmente confundida. La culpa del oprobio no sólo se atribuye a ella, sino a quienes permitieron tal afrenta caricaturesca, demostrando así gran ignorancia y nulo respeto hacia la creación genuina.

Para beneplácito de quienes amamos la música hubo reconocimientos dignos, como los otorgados a Alabama Shakes (mejor disco alternativo, canción de rock y actuación en vivo). En pop estuvo correcto reconocer al productor inglés Mark Ronson (grabación del año). En hip hop, no estuvo mal premiar a Kendrick Lamar, aunque sí acaparador: se llevó todo lo de rap (mejor álbum, actuación, canción y colaboración). Y para México, buenas noticias: Natalia Lafourcade ganó mejor disco rock, alternativo o urbano con Hasta la raíz. El baterista de jazz Antonio Sánchez ganó con la mejor pista original para un filme, no clásico, por Birdman. Los Tigres del Norte merecieron mejor disco de música regional mexicana por Realidades. Preseas que darán aún más impulso a estos talentos, pero que desgraciadamente se trata de alegrías escasas en medio de un panorama triste. Patadas de ahogado de una industria a nada de fenecer.

patipenaloza.blogspot.com

Twitter: patipenaloza