Opinión
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Aprender a morir

Temas negados

L

eo en el muro de una calle, en letras minúsculas algo borrosas, un mensaje lapidario: Este pobre país, que ovaciona papas y vota por el PRI. Algo me obliga a detenerme, a releer y a aceptar que la necesidad de creer con frecuencia se confunde con la necesidad de obedecer. Obedecemos para al final hacernos a la idea de que creemos, en esa fe cuya fragilidad inevitablemente se queda en concepto y no en forma de mejorar la existencia, tanto en lo religioso como en lo político.

Cero y van tres los pontífices de Roma que tienen a bien visitar nuestro país, uno de los más creyentes y contradictorios del orbe: el primero, carismático; otro, senil y distante, y el más reciente, ya sin la soberbia de los dos primeros, aunque todos con rasgos comunes: llenarse la boca de la palabra justicia, pretender consolar a los dolientes y pedir perdón, cada uno a su manera, pero jamás reflexionar en voz alta con respeto por la inteligencia, incluso de los piadosos.

Se volvió a hablar hasta el cansancio de la dignidad humana, aunque ésta sea agraviada a diario con el pretexto de la economía, el mercado y la libertad; conquista histórica, pero condicionada, mientras Estado y religiones, celosos de su poder, vigilan nuestra conducta individual y el siempre redituable libre albedrío o ilusoria capacidad de decidir.

Y sí, de alguna manera somos libres para buscar trabajo, intentar elegir con quién casarnos, tener hijos y enajenarnos mutuamente; libres para pensar de acuerdo con el orden establecido, ahorrar y soñar con una vejez sin preocupaciones, independientemente de depreciaciones y escurridizos fondos de retiro; libres para someternos a la dictadura de la ciencia y la tecnología, incluida la médica, que prolonga la vida por medios artificiales hasta que el bolsillo, no Dios, lo decida, y libres incluso para estrenar lo que se pueda, así sea en incómodas mensualidades.

Pero apenas somos libres, se nos advierte a diario, de disponer de nuestro cuerpo para regular su capacidad reproductora –salvo que dediquemos nuestra vida al servicio de una orden religiosa– o ejercer sus preferencias sexuales, y menos pensar en la libertad de disponer de nuestra anatomía para dejar voluntariamente esta existencia, excepto si se debe defender a la patria de un ataque terrorista. Pero reflexionar sobre temas como el aborto, el derecho a la eutanasia o al suicidio asistido, nada. Quizá el siguiente Papa y el próximo régimen.