Opinión
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Viernes en el Estanquillo
N

o me refiero al compañero de Robinson Crusoe en la novela infantil de Defoe, sino al libro del escritor Fernando Solana Olivares que con ese título se presentó en el Museo de el Estanquillo el pasado sábado con la participación de personajes como Pura López Colomé, amiga y maestra venerada por el autor, ante un público pletórico que se reunió en la terraza, desde donde es posible vislumbrar un aspecto bello y encumbrado de la Ciudad de México. Creo que lo que puede verse desde allí, fue una de las razones por las que se eligió ese sitio de panorama visual privilegiado para el acontecimiento.

El público y los presentadores ardían en deseos de preguntar al autor la razón por la cual decidió, después de sus dos estancias en Oaxaca, elegir un lugar apartado de toda urbe, es decir, sustraerse –físicamente al menos– del mundanal ruido, se trasladó a Jalisco a un lugar campestre, ¿cómo pudo realizar el tránsito entre el reportero y el ensayista anacoreta? Yo también conocí a Fernando Solana como personaje público y he leído no sólo sus crónicas, sino el reportaje viajístico que realizó en los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, que le atrajo gran reconocimiento precisamente de reportero.

Incluso tiempo después le fue otorgado el Premio Nacional de Periodismo.

No he leído el libro completo, pero sí me adentré en varios capítulos; está publicado por el Conaculta en la colección Periodismo cultural y entre muchas entradas, separadas en rubros y presentadas, según intuyo, en orden cronológico cuenta con un artículo tan polémico que resulta hasta sorpresivo. Se titula Ya basta y no voy a vender trama al respecto, sólo anoto el efecto que produce sin afirmar ni juzgar nada. Lanza preguntas sin proponer respuestas.

El libro es un homenaje a la escritura diría yo que como método de salvación, un método individual que se expande al encontrar lectores y esa es la razón por la cual me he permitido escribir esta nota, pues el método del escritor, no budista, dice, sino budólogo, es “escudriñar aquello profundo que hay en la realidad…”

Solana no busca respuestas, pero sí pretende compartir aquello que intuimos como espiritualidad y este libro es luminoso en cuanto a escritura, revela antes que nada no sólo el placer, sino un conocimiento escritural de primer orden en todos sus aspectos. Son entradas rigurosas, tipo ensayo corto o alocución reunidos en varios apartados.

Desde mi punto de vista, con todo y que la selección revela la variedad de tópicos que interesan al autor, pudo ser algo más corto en aras de que el diseño de las páginas resultara un poco más aireado. No es una lectura de distracción y además se intuye interminable y, por tanto, mutable.

Los contenidos están concebidos para ser discutidos más que elogiados, aunque mi parecer es sin duda elogioso y hasta puedo decir que he entresacado aforismos a partir de las entradas que he leído con sumo detenimiento. Corresponden a una selección de títulos ya publicados por el autor en su columna que muy acertadamente lleva el título Elitismo para todos. Y hay elitismo, pero entreverado con cuestiones cotidianas, como el artículo que versa sobre la agonía del papa Juan Pablo II, que resulta de extraña actualidad.

Solana es erudito, aunque quiera disfrazar o matizar su erudición o incluso pasarla por alto, pero el hecho es que algo le sale hasta por los poros pero no en forma impuesta, sino a manera de recuerdo o recreación de comentarios a otros autores que suele citar. Su sabiduría es incluso hermética y lo que es evidente es que el tiempo dedicado a la lectura es lo que da como resultado el libro que tenemos a la mano. Junto con el propio Solana hay en el libro de fragmentos o decires de grandes autores del pasado y del presente.