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Brexit: un largo adiós
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uizá haya sido una de las cumbres más complejas y, por cierto, prolongadas que haya celebrado un organismo para el que ejercicios como este, con la presencia y participación inexcusable de los líderes políticos, ha dejado de ser excepcional. Debía acordar –como en efecto lo hizo tras dos jornadas ininterrumpidas– los términos de una Unión Europea reformada de la que el Reino Unido pudiese seguir siendo Estado parte, si así lo decidía en referendo de opción única (“in or out”) el electorado. Éste tendrá lugar muy pronto: el próximo 23 de junio. Cuatro meses para plantear, meditar, discutir y decidir una cuestión central para el futuro del reino… y de Europa. ¿Cómo apreciar y evaluar todo lo que está en juego?

Una palabra inicial sobre la coyuntura en la que se realizará el referendo. Es difícil imaginar otra más desfavorable, habida cuenta de los muy diversos elementos que pesarán en el ánimo de los electores británicos al acudir a las urnas. Con la gran recesión y sus secuelas, todavía presentes, la Unión Europea, y en especial la zona del euro, aparecen como opciones cada vez menos atractivas. Argumentar que no sería conveniente añadir nuevos riesgos a la seguridad nacional y económica, ya puestas a prueba por las consecuencias de la crisis, resulta menos convincente en momentos en que la mera permanencia en un proyecto de integración fracturado potencia esos mismos riesgos. Las inmanejables tensiones derivadas de la desolada muchedumbre que intenta cruzar el Mediterráneo en busca de refugio han rebasado las instituciones europeas y provocado roces directos –manifiestos en desafortunados intercambios de acusaciones y recriminaciones– entre los dirigentes europeos, con costo político directo para no pocos de ellos, como puede atestiguar la canciller federal alemana. Esas tensiones han endurecido las posiciones xenófobas, aldeanas, ultranacionalistas, en ocasiones velada o abiertamente racistas, que han hecho retroceder varios decenios el tono y calidad del debate político y han propiciado el resurgimiento de posturas anacrónicas. Muchas de las promesas de la integración europea –en especial de lo que alguna vez se llamó la Europa de los Pueblos– son ahora vistas y denunciadas como amenazas. Mal momento, en suma, para un juicio sereno e informado sobre la posición británica en la unión.

Debe recordarse, además, que la idea misma de que el Reino Unido buscase ciertas reformas para someter a consulta de los electores la permanencia o salida de la unión no fue más que una reacción ante el fortalecimiento del rechazo a la integración en la opinión política inglesa (más que en la británica, pues en Escocia, Gales e Irlanda del Norte no priva tal sentimiento), evidenciada por ejemplo en el ascenso electoral del Ukip, el partido por la independencia. Quizá en poco tiempo se torne evidente que tratar de reformar la unión para aplacar a los euroescépticos, en función de sus proclividades localistas, fue un juego peligroso y potencialmente contraproducente. La Europa reformada conseguida por Cameron no es congruente con el proyecto histórico de integración europea.

The Guardian sintetizó en cuatro puntos esas reformas: a) exceptuarse del objetivo histórico de forjar una unión cada vez más estrecha de los pueblos de Europa; b) restringir, a lo largo de siete años (Cameron demandó 13), las prestaciones sociales de los trabajadores inmigrados, hasta por cuatro años en cada caso; c) aplicar restricciones diversas a las prestaciones familiares (child benefits) del mismo tipo de trabajadores, y d) suspender la aplicación de disposiciones financieras que se consideren lesivas a la City, a menos que sean ratificadas por el Consejo Europeo. Estos puntos constituyeron, como señaló algún analista, el rescate que pagaron los líderes europeos para reducir la probabilidad de un abandono británico, considerado costoso para la unión. O, como escribió Philip Stephens en el Financial Times (20/02/16), una decisión sobre el futuro del Reino Unido en el mundo no debería depender de si se reconocen o no los derechos laborales de los plomeros polacos. ¡Qué difícil pensar que Monnet, Schuman, Delors o incluso Ted Heath hubieran aprobado este tipo de propuestas cortoplacistas y ratoneras!

El tipo de reformas que la integración europea reclama –tras la gran recesión, la crisis del euro, y el estancamiento secular en que han caído muchas de sus economías, así como el quiebre institucional por los refugiados– son de naturaleza diferente. Si bien las reformas de Cameron pueden complacer a los euroescépticos –aunque muchos las estimarán insuficientes–, son diferentes y hasta opuestas de las que desearían los partidarios de la integración, en el Reino Unido y en el resto de la unión. Las delineó Sven Giegold, un europarlamentario alemán del grupo de los verdes (The Guardian, 21/02/16): “Para ellos, la Unión Europea debe reafirmar su compromiso con la democracia [en lugar de establecer diferencias en trato laboral por origen nacional], elevados estándares sociales [en lugar de recortarlos de manera selectiva y discriminatoria], justicia fiscal y transformación del sistema europeo de energía para combatir el cambio climático [temas ausentes del enfoque inmediatista de las reformas]... No puede afirmarse –concluye Giegold– que el futuro de Europa reclame siempre menor regulación y menor protección social”.

El mismo día en que se anunció en Londres el romo contenido de la reforma de Cameron se trazaron las líneas de la batalla política que culminará en el referendo del 23 de junio. Las filas conservadoras se mostraron profundamente divididas, después de que el primer ministro hubo de aceptar que pugnar por la salida de la unión era una opción abierta a los integrantes de su gobierno y a los parlamentarios tories (se estima que 150 de 330 se opondrán a Cameron). Boris Johnson, el popular alcalde conservador de Londres, estará al frente de los conservadores partidarios de abandonar la unión y velará sus armas para sustituir a Cameron. Como tantas veces ocurre en estas consultas, su resultado estará influido –más que por una apreciación objetiva de pros y contras de cada opción– por las veleidades de la coyuntura: una nueva oleada de solicitantes de refugio, otra atrocidad terrorista, otra gran sacudida financiera o bursátil harían inevitable el triunfo del out. En el Reino Unido, las mejores predicciones políticas no las ofrecen los encuestadores, sino las casas de apuestas: tras el anuncio del referendo, éstas colocaron en 35 por ciento la probabilidad del voto a favor del adiós a la Unión Europea.