Opinión
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De nuestras Jornadas

Contraste de dos mundos

S

i la vida del país corriera acorde con el discurso oficial, México sería una nación próspera, estable, pacífica, con una población alegre, feliz, libre de angustia y sufrimiento.

La realidad, empero, contrasta tan dolorosa como burdamente, colocando las palabras en un sitio y los hechos en el extremo opuesto. Lo peor: muchas veces cuando se dice que sí se quiere decir que no o a la inversa.

La expresión presidencial que emergió de Iguala para apoderarse de los espacios principales de los medios de comunicación: Iguala no puede quedar marcada por la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, lejos de engendrar la esperanza entre los familiares, provocó su irritación.

No se puede ir al extremo aquel en el que tronó el reproche estudiantil de el país se está yendo de las manos, porque alguien podría refutar –y tal vez con cierta razón– que Iguala no es México, pero tampoco es posible mantenerse en el otro, en el que el tiempo rasguña prácticamente los 17 meses de haber transcurrido la tragedia de Iguala sin que siquiera haya indicios firmes de que se persiga el propósito gubernamental de descubrir la verdad, como si tras ella hubiera algo que no se quisiera tocar.

Iguala es un municipio emblemático en nuestra historia nacional y no puede quedar marcado por los trágicos acontecimientos, resonó la voz del Ejecutivo de la nación en el recinto, cuando mejor estaría precisar que así se tratara del municipio del último rincón del estado y que ni por atisbo figura en la historia, la tragedia será aclarada y castigados los responsables, aquellos que organizaron, ordenaron y ejecutaron las desapariciones, no los que la autoridad quiere que sean.

Mejor estaría puntualizar que así no fueran 43, sino aunque se tratara de uno solo, la justicia llegará, aunque ya debió haber llegado desde hace tiempo.

No resulta entendible la conminación aquella de ya supérenlo, dando por muertos a los jóvenes, y el ofrecimiento, que sigue escuchándose, de llegar a la verdad, en respuesta a la demanda no de sepultarlos y escribirles su epitafio, sino de encontrarlos.

El péndulo no deja de oscilar, impulsado por la inconformidad y reclamos de los familiares y grupos que los apoyan, así como por el discurso oficial, cada uno en un extremo sin que las dos partes lleguen a coincidir en el punto medio: verdad y justicia.