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90 Armas y Letras
A

hora que Armas y Letras festeja 70 años de vida, por increíble que me parezca a mí misma confirmo que he colaborado en esta revista de literatura, arte y cultura de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) de su número 62-63 al 90, de enero/julio de 2008 a diciembre de 2015, cuando entregué mi colaboración más reciente, con lo cual considero también celebrable mi papel de colaboradora suya, debería decir, de colaboradora suya contenta y más que agradecida.

Contenta, porque me da gusto saber que hay una publicación que periódicamente espera mi participación en sus páginas, y que además es generosa con el espacio que me concede, cosas que una escritora aprecia como un alpinista la existencia del Cerro de la Silla, con sus mil 820 metros de altura, de la cordillera Sierra Madre Oriental, en el municipio de Guadalupe, en Monterrey. Contenta, también, pues la edición es muy cuidada y su directora, Jessica Nieto Puente, atenta e inflexible.

Este último adjetivo que le aplico a Jessica, el de la inflexibilidad, justifica de sobra el agradecimiento que le tengo tanto a ella como al doctor Celso José Garza, ex director de Publicaciones y hoy secretario de Extensión y Cultura de la UANL, pues cuando dije que a mí, como a toda escritora, me da gusto saber que una revista tiene sus puertas abiertas para mis escritos, lo dije mañosamente, ya que desde el fondo de las puertas abiertas de la revista cada tanto surge la voz de su directora recordándote, por decirlo de una manera leve, que estás invitada a pasar, es decir, exigiéndote que pases, casi con los brazos en jarras y el pie golpeando no tan sutilmente el piso en clara indicación de que o pasas o las puertas de la revista te serán cerradas en las narices para siempre.

Mi exageración no está lejos de la realidad, al menos no lo está según la percibo yo, responsable y agradecida como soy. Pero es que agradezco de verdad la inflexibilidad de Jessica, ese no dejar pasar demasiado tiempo antes de estar lista, ella, para preparar su siguiente número, ese puesto de vigía que no te permite dormirte sin cumplir antes con tus obligaciones, ese apoyo azuzador que te recuerda que si eres escritora lo que tienes que hacer es escribir. Y sé que no ignora, pues ella también escribe, que a veces la inspiración se duerme sin tu permiso, quizá cuando más despierta y activa la necesitas. Pero, estés inspirada o no, Jessica está ahí cada tanto con un látigo invisible en la mano en espera de tu colaboración bimensual o trimestral o como sea que se vaya presentando la cosa. Y una escritora como yo agradece esta inflexibilidad, esta falta de blandura cuando de trabajo se trata.

Con frecuencia recuerdo la ocasión en que mi pozo se encontraba más seco que nunca y llegó la petición de Jessica, no sólo con su tono implacable usual, sino con urgencia. Sobre el escritorio, al lado de la máquina, tenía yo engargolada una novelita corta que había escrito como juego para ponerle el ejemplo a una sobrina mía que se animara a escribir un cuento largo sin pretensiones de grandeza de ningún tipo. Con un ojo leía la urgente casi súplica de la directora de Armas y Letras en espera de mi colaboración comprometida, y con el otro ojo veía mi novelita corta de práctica, de tarea, de juego, en espera de no se sabía qué, eso no estaba para publicarse, y menos con mi nombre que, mal que bien, se establecía en títulos escritos con intenciones más literarias que las puestas en mi novelita corta escrita para estimular la escritura de mi sobrina. Sin embargo, tal era el tono de exigencia que Jessica depositaba en su petición que de pronto, casi sin darme cuenta, empecé a escribir el caso de una escritora huraña de tan seria y recatada, prestigiosa de crítica pero nada popular, que de pronto publica una novela corta que le resulta en un retumbante éxito comercial que, en consecuencia, le reporta a la autora una retribución económica tan inusual y novedosa en su vida de escritora literaria y solitaria, una retribución económica sencillamente tan exorbitante por lo que hace a ganancias monetarias que, sin saber qué hacer con tanto dinero, adquiere un viejo hotel y, al convertirse en su propietaria, de paso se sobrepone a su retraimiento social al celebrar su logro con una fiesta en la que se rodea de amigos a los que de otro modo ella nunca habría sabido agasajar, lo que terminó en novela.