Política
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Nosotros ya no somos los mismos

El cronista y el chisme tamaulipeco

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El comandante Fidel Castro, en Cuba. La imagen fue captada en 1974Foto Afp
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a objetiva descripción del comportamiento de la primera generación de universitarios en el poder, que me permití relatarles el lunes pasado, encendió a tirios y troyanos (aunque, para ser honestos, debo confesar que jamás vi en la desfondada reunión a extranjero alguno proveniente de esos lares. Había libaneses, cuyos ascendientes han de haber habitado la antigua ciudad fenicia de Tiro, territorio hoy conocido como Líbano (por muchos otros, porque yo lo más que conozco es el Centro Libanés). En cambio, había en la gran batahola veracruzanos, guerrerenses, tamaulipecos, hidalguenses, hasta de Baja California y alguno de Quintana Roo.

Ante la imposible pretensión del ex secretario de Obras Públicas y sus escuálidos cachorros de expulsarnos del local, ante el temor de que se nos ocurriera hacer lo mismo, decidieron intentar una honrosa retirada, pero la digna y pronta actitud de un grupo de maestros, al frente de los cuales recuerdo perfectamente al profesor Alfredo Sánchez Alvarado, ahora decano de la escuela, les canceló también ese recurso. Sánchez Alvarado reprobó la condena al régimen cardenista, que solapada y sibilinamente había realizado García López, y apoyó, entre vítores, el derecho a la protesta y defensa de nuestras convicciones. Seguido por otros maestros y de una entusiasta y satisfecha multitud puma, abandonó la fracasada reunión. Gritamos nuestras goyas y los dejamos rumiando su rencor y frustración.

El año pasado, Quiquis Jasso, cronista de lo descrito, me dio una gran sorpresa. Con ella, un motivo más para la admiración y la envidia: envió a mi casa un libro que, no podía creerlo, ¡era de su autoría! Me había hablado de su propósito de escribirlo desde hacía tiempo, pero hablar de eso en mi tierra es tema de todos los días. En Saltillo todavía no sabe uno el abecedario, y ya tiene la lista de los libros que va a publicar antes de terminar sexto de primaria. Tengo sobre mi mesita de noche (que por cierto de día también me funciona) tres libritos sobre historias saltillenses. Los leo todos, aunque las historias sean siempre las mismas, porque cada quien da a los personajes una singular fisonomía, los ubica en lugares, circunstancias y épocas diferentes, pero el nudo central se repite y cada autor jura que su fuente es, como la religión católica, única y verdadera. Entiendo la gana de perdurar de cada uno de estos noveles autores, pero pienso que les habría sido más fácil alcanzar ese propósito procurando hacer o decir cosas como las de los personajes que, gracias a ellos, conservan su vigencia y son conocidos muchos años después de sus desapariciones físicas.

Pues resulta que el año pasado recibí una convocatoria para presentarme un domingo por la noche en el Palacio de Minería, donde sería presentado un libro de extraño nombre: Con estos ojos, en México no pasa nada. Su autor: Quiqui Jasso. Allí nos apersonamos el licenciado Javier Molina (a quien seguramente sólo por tratarse de un acontecimiento tan especial se le autorizó salir conmigo de noche). Únicamente la gana de compartir con el autor nos hizo aguantar a los comentaristas, quienes sólo se acordaban del nombre del autor cuando era un referente obligado para mencionarse. Abrumados, salimos buscando inútilmente alguno de nuestros viejos figones por las calles de Donceles, Tacuba, Allende-Bolívar, Isabel la Católica-República de Chile. Todo había desaparecido o estaba cerrado. Terminamos regresando a la actualidad y nos refugiamos en uno de esos hotelitos boutique, especie de moteles de lujo que ahora pretenden invadir hasta San Ángel.

El Güero Molina comenzó a hojear el libro. Intrigado, me preguntó: ¿Que conocías a Fidel desde sus tiempos del exilio? Aquí dice Quiquis que, cuando fue a Cuba, tuvo un encuentro con el comandante, que lo reconoció como oriundo de Matamoros y le recordó cómo, desde entonces, le había hecho hincapié en que su tierra y Cuba compartían los ciclones de ida y vuelta. Quiquis le dijo: Comandante, lo mandan saludar David Pantoja y Ortiz Tejeda, que fue quien nos presentó en el Tibet-Hanz.

Reviso el escrito y sí, en la página 132, está ese dato. En los años 50 presenté al comandante Castro con el comandante Quiquis. Le contesto a Javier: “Quiquis no suele mentir, y el comandante se distingue por siempre decir verdades. ¿Quién soy para cuestionar sus remembranzas? Claro que de habérmelo recordado antes hubiera exigido el derecho de réplica: si yo le pichaba al joven Fidel sus tintos en el café Habana, bien podía él corresponderme en La Habana con unos hemingwaynos daiquirís en El Floridita.

Para que a nadie pille de sorpresa, con toda anticipación quiero comunicar a la respetable multitud que esta columneta está al borde de despeñarse en un género periodístico inimaginado. Se le suele identificar con un color, el rosa, o con un órgano vital de nuestro cuerpo: el corazón. Si esto acontece debe entenderse como homenaje a algunas publicaciones de mi época, que por ese sólo hecho se entienden: Confidencias, Vanidades (Facebook de la época de Pedro Picapiedra). Y como auténtico reto a las revistas de la actualidad, que constituyen una provocación más eficaz a la lucha de clases que el manifiesto de 1848: ¡ Quién! ¡ Hola! ¡ Caras!, y demás pornografía.

Aclaro: es posible que en esta página aparezca una inusitada crónica. La historia es simple. Como todas las buenas historias. Una mañana, en la fronteriza ciudad de Matamoros, durante la época aciaga de la segunda guerra, un niño y una niña corren para llegar a tiempo al kínder. Él topa con ella (ya veremos adelante por qué el verbo topar es el indicado). Los libros de ambos ruedan. Los dos se disculpan y se apresuran a levantarlos. Los recogen y corren a sus salones. Allí, descubren que tienen libros del otro. Se buscan y se encuentran. Entre risas los intercambian y también un bubble gum balloon comprado en el kress de McAllen. Luego se siguen buscando y van a la matiné los domingos y comparten un banana split. Un día, no sé cuándo ni por qué, ya no se vieron, pero seguro no por falta de ganas. Tan es así, que al igual que en En los tiempos del cólera, 60 años después, su GPS emocional los ha ¡increíble! ubicado. Cada uno sabe dónde está el otro y ambos piensan en la posibilidad maravillosa de rencontrarse. Los dos formaron sus respectivas familias, tuvieron hijos, nietos, pero, la vida es así, se hallan solos de nuevo. Si la decisión final es positiva, yo reclamaré, como recompensa por mi exitosa labor de celestinaje (Fernando de Rojas, 1499), que el encuentro se realice en mi casa. Ya tengo el consentimiento de mi amigo Quiquis Jasso. ¿Estará conforme doña Ellis?... ¡Chin! Ya vendí la mitad de la historia. De suceder, este gossip tamaulipeco lo pondré ante ustedes. Provéanse de suficientes pañuelitos desechables.

Alejandro Olmedo Pozos, como diría el compositor chileno Joaquín Prieto, es tantas cosas a la vez: poeta, editor, ensayista, corrector de estilo y algunos etcéteras más que resulta mejor, por economía procesal, referirse a él simplemente como un querido amigo. Por eso en los brindis del fin de 2015 me asombró que me amargara el rato con una pésima noticia: Ortiz, prepárate porque el año entrante vas a tener que trabajar más. Antes de que pudiera proferir alguna sonora imprecación, me aclaró: 2016 es año bisiesto, es decir, febrero tiene un día de más. Ni modo. El día 29 cae en lunes, así que vete preparando una columneta extra. ¿Y qué –le contesté–, ahora te dedicas a producir calendarios? ¿Por qué razón estos saberes tan extraños están en tu magín desde ahorita? Aclaró: lo que sucede es que mi madre nació un 29 de febrero, y por eso me interesó saber en qué día de la semana caía su cumple. Sobre todo, porque ese día mi madre será centenaria. La noticia causó alborozo general, pero de inmediato los payasitos infaltables en cada reunión soltaron sus chascarrillos: “No te preocupes, Ortiz. Saca al azar una de las columnetas pasadas y te aseguro que nadie de la multitud, bueno ni siquiera de la redacción de La Jornada, se va a dar cuenta del reprise”. Otro: Oye, Olmedo, si tu jefa cumple años cada cuatro, pues entonces es menor que tú. Desde ese momento me propuse dejar constancia escrita de mi admiración y respeto por una mujer que ha mostrado voluntad y coraje ejemplares para vivir plenamente sus 100 primeros años y todos los que se acumulen. De doña Celia, lo menos que podemos reconocerle en este día es que se trata de una mamá harto cumplidora. ¡Felicidades mil!

Posdata. Hasta hace un segundo no sabía si la aclaración siguiente era necesaria o conveniente: el Quiquis Jasso, a quien me he venido refiriendo, el que escribe sus memorias, atiende su despacho, es padre y abuelo amoroso, se desvive por sus amigos y mantiene sus convicciones, es reconocido de inmediato por Fidel, perdió el sentido de la vista completamente. Desde esa dimensión asume su vida todos los días.

Twitter: @ortiztejeda