Opinión
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Desigualdad y medios
B

ernie Sanders, aspirante a la candidatura del Partido Demócrata, ha puesto a la desigualdad imperante en Estados Unidos como epicentro de su oferta política. Una y otra vez, en sus apariciones públicas, hace referencia a este fenómeno como el motivo que lo hace diferente de sus rivales. Ningún otro candidato, republicano o demócrata, toca tan peliagudo aspecto de la vida individual y colectiva. Su importancia, lejos de ser minimizada, se presenta como crucial en los tiempos actuales. La sociedad estadunidense es una de las que padecen mayores desigualdades, no sólo comparada con las existentes en países desarrollados, sino que, incluso, compite con las de nivel intermedio. La acumulación de la riqueza y las oportunidades es, por demás, notable: el llamado uno por ciento detenta 40 por ciento de los bienes de esa nación y, conforme pasan los días y meses, el proceso se ha acelerado.

La desigualdad imperante es, precisamente, la causa directa del profundo descontento que afecta a la población en su conjunto, en especial a los trabajadores de las clases medias y de menores ingresos. La pobreza se ha extendido por todos los rincones del país y golpea a 20 por ciento del total. Las consecuencias se ven reflejadas en los variados aspectos del bienestar colectivo. Hay más de 25 millones de personas que no tienen acceso a la seguridad social, por ejemplo. El volumen del ingreso nacional (PIB), aún con la deficiente fiscalidad existente, podría asegurar, con facilidad, tanto el acceso universal a la salud como a la educación gratuita y de calidad. No es el caso para buena porción de los ciudadanos. El endeudamiento familiar para mantener el nivel de vida ha ido creciendo. Los jóvenes que desean continuar con sus estudios universitarios tienen que endeudarse por 10 o 20 años para pagar colegiaturas. Durante los últimos treinta años de vigencia del modelo neoliberal, el poder adquisitivo de los salarios e ingresos (mínimos y medios) se ha estancado o, en el mejor de los casos, ha recibido pequeños incrementos que no restituyen niveles de compra anteriores.

Este extendido fenómeno es, hoy por hoy, el mayor problema estadunidense, pero no se ha convertido en un alegato político de primer orden. Y no lo ha sido porque su mera formulación fue expulsada del horizonte informativo de los medios. La población de ese rico país apenas comienza a visualizar la desigualdad imperante como una realidad que le afecta en múltiples dimensiones. La perversión del financiamiento electoral (y la misma democracia) se erige como uno de sus múltiples efectos directos. Y tan lacerante situación para la mayoría ciudadana rara vez aparece en la discusión pública. Aun ahora, cuando las distintas posturas y discursos electorales ocupan privilegiados sitiales difusivos, la desigualdad es relegada a un ínfimo lugar. Casi como regla autoimpuesta por locutores, críticos, analistas e informadores de toda especie y postura, el tema desaparece de sus respectivos cuadrantes. Los esfuerzos del senador Sanders por situarla como motivo central de su campaña en pos de la presidencia del país, se juzga como una empresa coloreada de buenas intenciones, pero con ribetes estériles, soñadores. Al mismo Sanders, a pesar de sus masivas votaciones obtenidas en las primarias ya registradas, sigue considerándosele un idealista con escasas o nulas posibilidades de triunfar en la contienda. Simplemente se le descarta sin argumentar motivos suficientes para tan terminal sentencia.

Pero el movimiento que se gesta en la base de la pirámide poblacional, en especial entre la juventud educada y en buena parte de la clase trabajadora blanca, gana en extensión y profundidad. La oferta de Sanders ya llega, también, a otras minorías (latinos) cruciales para definir la contienda. Ayer se llevaron a cabo varias primarias (supermartes) y los números finales mostrarán que no todo ha sido decidido en favor de la ex senadora Clinton. Toda la parafernalia del poder establecido insiste en hacer creer, tanto a votantes como a donadores de recursos que el viejo senador por Vermont, de juvenil y justiciero espíritu reivindicativo, tal vez no seguirá en la contienda.

Si se revisa con cuidado lo que sucede en esta campaña se verá, no sin asombro y harta queja, que el tema de la desigualdad se soslaya (también al mismo Sanders) del análisis o la información difundida en medios, tanto impresos como electrónicos. Pero en especial en estos últimos, quizá porque forman parte activa del sistema establecido de poder que acapara la riqueza generada en común.