Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Brexit
¿Q

ué tan europeos se sienten los habitantes de los países no miembros de la Unión Europea (UE)? Me imagino que bien. Piensen en Noruega o Suiza.

Jalados por el ferrocarril francoalemán (más bien, alemán-francés), los miembros de la UE (hoy 28) han escalado la cima de una agrupación inimaginable desde el Sacro Imperio Romano Germánico. Toute proportion gardée.

Nos asomamos al siglo XXI y los europeos siguen peleados entre sí, pero ahora con una cobija común (la UE) que los cubre a casi todos, aunque los pies de algunos siguen un tanto fríos. De pronto irrumpe el primer ministro James Cameron del Reino Unido.

No todos los habitantes de la UE se sienten cómodos. Algunos se irritan ante la preponderancia de los alemanes y los franceses. Otros se quejan del poder del Parlamento Europeo y de las instituciones con sede en Bruselas, en particular el Consejo Europeo y la Comisión Europea. ¿Por qué –se preguntan– debemos acatar lo que legislan o acuerdan en Bruselas? Somos estados soberanos –dicen–, y debemos decidir nosotros lo que más nos conviene.

Casi todos los miembros de la UE (y otros países fuera de ella) forman parte del acuerdo Schengen, que abolió todo tipo de control fronterizo, asegurando así la libre circulación de personas. Y 19 de los 28 miembros de la UE forman parte de la llamada eurozona y comparten una moneda única.

El Reino Unido se ha mantenido al margen de esos dos acuerdos. Requiere trámite migratorio en sus fronteras y sigue con la libra esterlina en lugar del euro. El grupo más reacio a incorporarse de lleno a Europa se encuentra dentro del Partido Conservador, que encabeza Cameron. Son los llamados euroescépticos, que no sólo presionan a Cameron sino que desde hace dos décadas han tenido un partido aliado (el UKIP, o Partido de la Independencia del Reino Unido), que cuenta con apenas un escaño en el Parlamento pero con muchos seguidores. El punto principal de su programa es la salida del Reino Unido de la UE, Brexit o “ British exit”.

El pasado 19 de febrero Cameron concluyó en Bruselas una larga ronda de negociaciones con sus socios europeos. Al día siguiente su gabinete aprobó el acuerdo y anunció que el 23 de junio habría el referendo prometido. Cameron solito se metió en 2015 en ese vericueto cuando buscó la relección. Al negociar con los euroescépticos de su partido no se le ocurrió otra cosa que ofrecerles un referendo sobre Brexit, pero primero les renegociaría la permanencia del Reino Unido en la UE.

Su renegociación fue una pantomima. ¿Qué miembro de la UE está dispuesto a cambiar las reglas del juego una vez que ya está adentro? Los cambios fueron cosméticos. Y aquí hay que tomar en cuenta las distintas filosofías que animan a la UE.

Es obvio que para el Reino Unido la UE es principalmente una agrupación económica y financiera que representa muchos beneficios. Para Francia y Alemania la UE es mucho más. Se trata de una reconciliación histórica, un nuevo comienzo. Es la reconstrucción de Europa continental tras siglos de guerra. Los británicos siempre han estado al margen de ese proceso. Sólo se involucran cuando su propia existencia está en juego. Lo hicieron contra la armada española en 1588 y dos veces contra Alemania en el siglo XX.

¿Qué consiguió Cameron? La verdad es que muy poco. Y lo poco que consiguió en Bruselas lo tendrá que vender muy caro a su electorado. Su propio partido está dividido. Seis miembros de su gabinete y el alcalde de Londres harán campaña en su contra. Cameron tendrá que echar mano de los laboristas si quiere que el Reino Unido permanezca en la UE.

Para muchos el debate gira en torno a una pregunta: con la salida de la UE el Reino Unido recuperaría su soberanía pero perdería mucho comercio y fuerza financiera en Europa. No sorprende que los hombres de negocios británicos estén en contra del Brexit.

Otro tema que incide en el debate es la creciente población extranjera que habita en el Reino Unido. Y la mitad de los inmigrantes provienen de países de la UE. Muchos son profesionistas y contribuyen al crecimiento económico. Pero a los euroescépticos no les gusta que unos burócratas en Bruselas les fijen los sueldos mínimos y beneficios que deben recibir.

Pero hay dos aspectos mucho más preocupantes. Uno es que la salida del Reino Unido de la UE podría acarrear el derrumbe del propio Reino Unido. Escocia quizás opte por la independencia y trate de ingresar a la UE. El otro aspecto es que una UE sin el Reino Unido sería una agrupación muy distinta, más dominada por Alemania, con menos potencia militar y vínculos más débiles con Estados Unidos.

La idea de que la UE debe ir siempre hacia una unión más estrecha no se aplicará (por ahora) al Reino Unido. He ahí una pequeña concesión para Cameron. También logró mantenerse al margen de la eurozona y evitar así que los contribuyentes británicos acaben pagando rescates financieros de países del euro. Tampoco dejará de controlar sus propias fronteras.

En junio los habitantes del Reino Unido darán su respuesta.