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De nuestras Jornadas

El conejo y la tortuga

E

ndebles asoman las probabilidades de contar con cuerpos policiacos capaces y confiables. Parece estar a punto de quedar atrás la práctica de formar las filas policiacas con personas que escogen esta ocupación por carecer de la preparación que les permita aspirar a otra actividad, así como estudiar para maestro era la última oportunidad para quienes no estaban en condiciones de mirar a alturas más elevadas.

“Aunque sea pa’ maestro voy a estudiar”, solían decir jóvenes de escasos recursos y carentes de orientación. Aunque sea en la policía voy a trabajar, suelen aún expresar quienes no encuentran otra ocupación en la que ganen más y arriesguen menos.

Hace algunos decenios había policías que recorrían las calles de Acapulco provistos de un silbato y una macana únicamente. No era indispensable la pistola.

La delincuencia ha adquirido grado de maestría y doctorado provista de moderno armamento, capacitada y con eficaces sistemas de organización; en tanto, la policía permanece anquilosada en la primaria, desorganizada, impreparada y peor pagada.

Por eso no deja de ser bien visto que, ante una realidad que rebasa a las estructuras de seguridad, se busquen mediante nuevas formas y procedimientos mejorar los cuerpos policiacos a efecto de que tengan elementos confiables, capaces, preparados y, seguramente, bien pagados.

El sistema penal acusatorio y la creación de mando único estatal llevan esa tendencia; el proceso, empero, resulta demasiado lento.

En tanto el crimen organizado ataca todos los días, los impulsores del nuevo sistema penal y el mando único parecen estar de vacaciones.

No se ve –a menos que lo estén haciendo en forma ultrasecreta– que la policía ministerial esté recibiendo capacitación para convertir a sus elementos en policías que conozcan los métodos de investigación y se empapen de las diversas disciplinas científicas, como está previsto que sea.

Gobierno estatal y ayuntamientos están hechos bolas discutiendo si aceptan o no el mando único estatal, poniéndose de acuerdo para ver quién se queda con el dinero.

No vaya a suceder, pues, que cuando se hayan alcanzado los objetivos, la delincuencia organizada no sólo tenga el control de estado y municipios, sino que se haya sentado en las sillas de los alcaldes y despache directamente desde el palacio de gobierno.