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Unas 7 mil personas en el Auditorio Nacional disfrutaron la conducción de Valeri Gergiev

En un recital de privilegio, la Orquesta Mariinsky se despidió de México
Foto
El programa incluyó cuatro partituras populares de RusiaFoto cortesía Auditorio Nacional/ Jorge Carreón
 
Periódico La Jornada
Domingo 6 de marzo de 2016, p. 3

Ante unas 7 mil personas, la Orquesta Mariinsky se despidió de México la noche mágica del viernes con apoteósico concierto en el Auditorio Nacional. El legendario director Valeri Gergiev desplegó sobre el podio aves poderosas: sus manos sobrevolando los acordes. Recital de privilegio.

El cartel era una fiesta: cuatro partituras rusas muy populares, más dos de regalo.

Sonorización magistral, el reto de hacer y escuchar música sinfónica con amplificación mediante micrófonos resultó otra de las obras maestras de la noche.

Relieves y giros sonoros

Tal diseño de sonido permitió percibir detalles insólitos que solamente se logran en una audición en vivo: primeros planos de combinaciones tímbricas, relieves sonoros en tercera dimensión, giros melódicos capturados en pleno salto.

Así desde la pieza inicial, las Danzas polovetsianas, fragmento instrumental de la ópera El príncipe Igor, de Aleksandr Borodin, se perfilaron por las bocinas granulaciones rítmicas, jolgorios en alientos maderas y la nave vigía, el violín concertino, delineando la calidad del sonido de la orquesta.

Sergei Redkin, otro de los jóvenes talentos a quienes abrió oportunidad de fogueo Gergiev en esta gira mexicana, se tropezó, nervioso, en el primer movimiento del Concierto para piano de Chaikovski, pero fue de menos a más hasta coronarse con encore.

Luego del intermedio, la versión corta de El pájaro de fuego, del brujo Igor Stravinsky, sonó opaca, a pólvora mojada: Valeri Gergiev decidió bajar brillo, intensidad, espectacularidad, como si el director sufriese de cansancio. En cambio, la musicalidad (fraseo, elegancia, exquisitez en los matices) fue reina.

Supremacía.

Con ánimos encendidos

Sucedió algo semejante con la Obertura 1812 de don Pedrito Chaikovsky, a cambio de, nuevamente en la gira, un aroma inconfundiblemente ruso. La disposición de campanas entre la batería de percusiones, el bombo atronador, los platillos en explosiones en cadena y el golpe del timbal, encendieron los ánimos. Todos felices.

Todo estaba listo para el gran final, no planeado en el cartel: Valeri Gergiev soltó su resto en la profundidad dramatúrgica del Romeo y Julieta de Prokofiev, soltó otro fragmento de regalo con música de este autor y entonces la noche desplegó todos sus misterios. La majestuosa noche compartida.