Opinión
Ver día anteriorDomingo 6 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Animales y animales políticos
P

rincipios de marzo en París. El fondo de aire vuelve a exhalar aromas congelados en invierno. Granizadas, que los franceses llaman giboulés, caen inesperadas y esperadas. Ni invierno, ni primavera. Pasaje entre dos estaciones que anuncian el renacimiento de la vida.

Cada marzo, tiene lugar un evento que es ya tradición en Francia: el Salón de la Agricultura. Sin duda, el más popular de este tipo de manifestaciones como demuestran los mil 50 exponentes de 3 mil 859 animales ya visitados en su 58 edición por 691 mil 58 visitantes. Un público más variado y amplio que el de otros salones como el de la Aeronáutica o el Automóvil.

Para los niños es un verdadero regocijo ver en persona animales que no se pasean cotidianamente por las calles de París; mirar de cerca gigantescos toros, sobre todo frente a su corta estatura; ver a tantos otros pobladores de la granja más grande de Francia, instalada en la capital durante una decena de días. Nada que ver con el paseo a un zoológico, donde los animales, serpientes, leones o chimpancés, están encerrados tras rejas o vidrios que aíslan de cualquier contacto. En esta gigantesca granja los niños pueden tocar el pelaje de una cabra o de una vaca. Sabios, lo hacen con cautela, intimidados por el tamaño de la bestia y porque se trata de una primera experiencia de la cual desconocen los efectos a veces peligrosos: a su edad, situaciones y actos tienen consecuencias imprevisibles y encierran misterios a elucidar. Menos prudentes, más atrevidos, pero con una buena dosis de inconsciencia sobre sus capacidades, agrandadas por la idea que se hacen de sí, los adultos miran de arriba abajo las enormes vacas, calculando su rendimiento y su costo, analizan el precio de las gallinas y los huevos, el escaso pago a los campesinos y los beneficios millonarios de los distribuidores. De manera distraída tienden su mano para palpar un burro o un chivo, sin pensar en el peligro que los amenaza. Dígalo por experiencia un antiguo primer ministro, el cual, quién sabe si fascinado por los atractivos de un cabrito o las cámaras de televisión que lo filmaban, decidió dar un beso al tierno animal, que tomó esta muestra de amor como abuso.

El Salón no carece de animación con sus concursos y sus vedets. Por un lado, los animales: la vaca más lechera que produce 50 litros de leche diarios, el toro más grande con su tonelada y medio de peso, el chivo más glotón, el níveo borrego con la lana más suave y aterciopelada, la cabra más ágil y bailadora, el perico más hablantín y grosero, y tantos otros especímenes que contemplan a los paseantes como ellos son contemplados. Pero si los propietarios de los animales se pavonean orgullosos, los coronados no parecen compartir esa dicha, molestos por el desplazamiento, los baños y las cepilladas para hacerlos lucir en todo su esplendor, la exhibición que los expone a un gentío que turba su tranquilidad.

Otras vedets son los animales políticos. El Salón de la Agricultura es un pasaje obligado. La recepción que se da al personaje es un signo de su popularidad o impopularidad. La visita al Salón es arriesgada, pero sustraerse a ella es desaparecer de la escena.

Los concursos, no tan diferentes de las competencias entre animales, someten a los políticos a duras pruebas. ¿Cuál de ellos pasará más horas en el Salón? Su triunfo equivale a la mayor popularidad. Hubo un tiempo en que el presidente Chirac era de lejos el ganador. El actual presidente Hollande ganó más bien el título del más abucheado. ¿Quién podrá devorar más jamones y quesos? ¿Cuál vaciará más litros de vino en su recorrido? Juppé, candidato de derecha, intentó un maratón gastronómico que pudo llevarlo al hospital. ¿Quién da más nalgadas a vacas y cabras?

Palmarés irrisorio frente a la crisis que conduce hasta el suicidio a modestos campesinos aplastados por la quiebra. La riqueza de los productos no puede esconder la angustia de los agricultores.