Comunalidad a la oaxaqueña


Fiesta en Cuajilmolollas, 2012, Oaxaca. Foto: Nadja Massün

Revista de Estudios Comunales El Apantle, número 1, Sociedad Comunitaria de Estudios Estratégicos, octubre de 2015.

La revista El Apantle ofrece un número jugoso en ideas, reflexiones teóricas y experiencias centradas en la noción de lo común y en la pregunta: “común ¿para qué?” Emprendo aquí un diálogo con la comunalidad, conceptualizada en Oaxaca hacia finales de los años setenta por pensadores como Floriberto Díaz y Jaime Martínez Luna, y practicada en muchas comunidades rurales y algunos espacios urbanos al calor de las luchas de los pueblos serranos por la defensa de sus bosques y los gobiernos comunales en manos de caciques, y por la demanda de servicios básicos.

Este diálogo es fértil para “producir sentidos compartidos de disidencia” cuya apuesta sea la reproducción de la vida en común más allá del Estado y el capital. En el contexto actual de extrema violencia producida por el mercado, el Estado, el patriarcado y el crimen, apostar por la “reproducción de la vida en común” fuera de ellos resulta subversivo y esperanzador.

El Apantle se sustenta en el trabajo y las ideas de un colectivo muy diverso que ha logrado formar una “comunidad de afinidad”, término de Silvia Rivera Cusicanqui; una comunidad que comparte un lenguaje y una apuesta política: “poner en el centro de la discusión la reproducción de la vida, y de esta forma dislocar la centralidad del Estado”.

Al igual que sucede con el pensamiento sobre la comunalidad, estas reflexiones sobre los comunes se enuncian desde un hacer y un compromiso con diferentes procesos de lucha, donde muchas de estas personas han puesto el cuerpo, no sólo las ideas o la palabra. Por eso es una revista diferente a las que produce la academia, no conectadas con una práctica vital.

Si bien “los comunes”, “lo común” o los “bienes comunes” son conceptos que datan de hace mucho tiempo, en el contexto oaxaqueño no pertenecen al lenguaje cotidiano, aunque lo que nombran sí sea parte de la experiencia en estas tierras. El Apantle aporta pistas para comprender estos conceptos como espejo para profundizar en lo que en Oaxaca llamamos comunalidad. A partir del texto de Silvia Federici y George Caffentzis en la revista, y retomando otras colaboraciones, apunto pistas para comprender qué son los comunes, que sirvan como espejo para mirar la comunalidad.

“Los comunes no están dados, son producidos”, dicen Caffentzis y Federici; sólo podemos crearlos mediante la cooperación en la producción de nuestra vida. Son relaciones sociales, prácticas constitutivas, no necesariamente objetos materiales. Aquí hay coincidencia con lo que han planteado Jaime Martínez y Floriberto Díaz, quienes explicaron la comunalidad de forma no escencialista, enfatizando el hacer en y por la comunidad; una forma de relacionarnos con ella, con el territorio y el trabajo colectivo.

Los “comunes” requieren de una riqueza (recursos naturales o sociales compartidos: tierras, bosques, agua, espacios urbanos, sistemas de comunicación, conocimientos que se utilizan sin fines comerciales). Para los comunalistas el bien común por excelencia es el territorio; o mejor, la relación que se establece con este territorio y el trabajo para cuidarlo y defenderlo.

Los comunes requieren de una comunidad a la que me vinculo a partir mi trabajo para reproducirlos; frente a ella tengo tanto obligaciones como derechos. Los fines del trabajo son la satisfacción colectiva de necesidades, la creación y el cuidado de comunes materiales e inmateriales para beneficio de nosotros y no para el enriquecimiento individual (Navarro, p. 108; Gutiérrez y Salazar, p. 24). Para los comunalistas, los trabajos colectivos que se expresan como tequio y servicios comunitarios, la base de la comunalidad. Raúl Zibechi coincide cuando señala que “el sustrato de lo común son los trabajos colectivos y no los llamados ‘bienes comunes’” (p. 75). “Los bienes comunes, materiales e inmateriales son importantes porque son la base que permite la existencia de la comunidad, pero no son suficientes; necesitan de los trabajos comunitarios” que sostienen la institución comunitaria (p. 96).

Gladys Tsul (p. 132) explica que en su pueblo, en Guatemala, hay dos palabras diferentes para nombrar el trabajo: una refiere al “trabajo que cuesta”, otra remite al “servicio comunal que es obligado” para el sostenimiento de la vida en común. En un caso se trata del trabajo remunerado que todas y todos realizamos para el sustento diario familiar. Esta diferencia es también fundamental en muchos pueblos de Oaxaca; por ejemplo, en zapoteco de Yalálag hay dos formas de nombrar el trabajo: una da cuenta del “trabajo para la comuna”, “para el pueblo”, y la otra, del trabajo para “un particular”. Sus naturalezas son muy diferentes. Además, en el zapoteco de Yalálag existen palabras distintas para designar servicio comunitario que das: si es un “cargo complejo” que te ocupa los 365 días del año, se dice de una forma, y si es un cargo corto, que ocupa sólo ciertas fechas, se dice de otra. La traducción al español de cargo o servicio en zapoteco de Yalálag sería “trabajo que da dolor, que te va a dar carencia”, pero que también aporta la alegría de servir a tu pueblo y es condición indispensable para que todo marche en la comunidad.

El otro elemento para que existan comunes son los mecanismos para que las decisiones colectivas surjan desde abajo
(Caffentzis y Federici). En palabras de Gutiérrez y Salazar, se necesita una capacidad de autorregulación que no permita que el poder se cristalice en pocas manos (p. 41). Tsul muestra cómo la asamblea cumple esa función porque es el espacio donde se producen las decisiones de la comunidad, donde se discuten los aspectos importantes; por ejemplo, ahí se elige la autoridad y esta será la encargada de ejecutar las decisiones que se tomen en asamblea.

Los comunes anticapitalistas no son el punto final en la lucha para construir un mundo no capitalista, sino el medio para ello. Según los comunalistas, la comunalidad no es un objetivo a alcanzar sino una forma de vivir, de ser y hacer.

La producción de comunes y la producción de comunalidad no es algo fácil y enfrenta muchos retos. Además de las agresiones directas para desarticular las prácticas organizativas, existen esfuerzos por cooptarlas, “darle un toque positivo a la privatización y limar el filo a la resistencia esperada, como ha hecho el Banco Mundial al incorporar categorías similares en sus discursos y políticas”
(Caffentzis y Federici). Los autores lo advierten, y proponen mejor hablar de “comunes anticapitalistas”. El concepto de comunalidad enfrenta el peligro de ser usurpado por el gobierno oaxaqueño; algunos funcionarios lo empiezan a usar, ya vacío de sentido.

Los comunes no sólo enfrentan retos “hacia fuera”. Hay que problematizar la compartencia de tareas entre hombres y mujeres para no eternizar jerarquías y entender mejor la relación con el exterior. ¿Están los comunes más allá del capital y del Estado? ¿Es lo común propio de los pueblos indígenas solamente? ¿Cómo funciona lo común en la ciudad? ¿Cómo son los ”nuevos comunes”? Todo esto y más, en El Apantle.

Alejandra Aquino