Cree el león

Así como la milpa sólo está completa si se dan sus siete flores, así la vida de los pueblos originarios está en armonía cuando la corren sus ríos y están verdes sus cerros, quietos y completos. Cuando las voces florecen en lengua y en sus ojos nos duelen las injusticias, los despojos y los crímenes que reparten a manos llenas el poder local, el nacional y el del capital, que no tiene patria; si la Tierra misma les tiene sin cuidado, qué va a importarles el presente y el futuro de los pueblos, sus idiomas y sus cosas.

En su decadencia hiper tecnologizada hasta lo irracional, la llamada civilización occidental contagia sus males al mundo, civilizaciones enteras muy otras. Las que no se chupa, las aplasta y borra. Mas su voracidad ha perdido fondo, sólo tiene agujeros. Por eso todo termina en basura y se pierde.

¿Quién cuida la Tierra? ¿Las cobardes democracias actuales, capaces de producir y tolerar ladrones, payasos y monstruos? ¿Los organismos globales de guerra, comercio, dinero y gobierno? ¿Los extractivistas extremos, las industrias venenosas, los explotadores de lo que haya? Minas, pozos, rebalses monumentales, desechos innombrables, urbanizaciones imbéciles, alimentos falsos. Eso nos dan. Y violencia. Toda la violencia posible. Nos asesinan y desaparecen de muchas maneras. Nos violan, nos roban, nos expulsan, nos mienten descaradamente, nos secuestran o encarcelan, nos compran, nos venden o nos rentan.

No, no serán ellos.

Los pueblos mismos han de cuidar lo que los constituye: territorios, ríos, mantos, montañas, cerros, lagos, pensamiento profundo, sabiduría agrícola, tradiciones con proyecto de futuro. Sólo entre hermanitos nos cuidaremos de los tiburones y los bufones que prometen movernos, modernizarnos, y todos sus crímenes —declaran— son por  nuestro bien.

Ya vemos los gobiernos que hay ahora en México. Legales o de facto, ni a cuál irle. Los primeros exhiben una capacidad sin fin de hacer el ridículo; óiganlos ante la avalancha de evidencias que arrasan nuestro presente de ciudades enteras, pueblos, carreteras en permanente estado de sitio. Un país en toque de queda (burbujas aparte) donde las cárceles se han convertido en santuarios del asesinato y la bestialidad, tolerada también fuera de las prisiones  del sistema de la “justicia”. Los criminales son quienes mandan.

Ah, pero que no se pronuncien organismos internacionales con legitimidad que el gobierno mexicano ya quisiera, y echen en cara al peñato sus policías letales, los desaparecidos por el Estado, el desamparo de las víctimas, y demandan seriedad al Estado nacional, respeto para las personas, resultados en el establecimiento de una paz digna para todos. Al papa de Roma. Se le doblan y arrodillan. Si estas instancias los señalan, balbucean: “Es que están mal informados”. ¿A quién escucharán Amnistía Internacional, la OEA, la ONU o Francisco I? Ciertamente no a la Cancillería, la Procuraduría ni Presidencia.

Como los gobernantes que padecemos creen que la realidad es propaganda, con propaganda responden, y si no dieran tanta rabia, darían pena ajena. Cree el león que todos son de su condición. Su impunidad, por desgracia, es impermeable al ridículo, el desprestigio y la justicia. ¿Hasta cuándo?