Opinión
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Paul Kantner, el capitán
E

n el extremo más occidental de la esfera musical anglosajona, que a partir del jazz marcó la música del siglo XX, Paul Kantner nació, igual que los demás fundadores del rock como forma de arte, durante la Segunda Guerra Mundial. En tal carácter fronterizo, su trabajo y su concepción contracultural fueron extremos, aun para los parámetros de creatividad, libertad, experimentación y éxito comercial del rock en el lustro 1965-1970, cuando en Inglaterra y Estados Unidos se estableció que todo era posible, musicalmente hablando. El encuentro del rocanrol a la Elvis con el blues del Chicago profundo abrió un espectro donde cupieron el jazz, el folclor, el barroco europeo, la electrónica, la ópera, los sonidos exóticos (India, Japón, Latinoamérica, África negra) y los soundtracks de Hollywood.

De origen alemán, Kantner nació en 1941 en San Francisco. Muy pronto se aficionó a la ciencia ficción, en la misma paranoia nuclear en que se habían criado Phillip Dick, Robert Zimmerman y Roger Waters. E ideó la fantasía voladora que alimenta su música desde el principio. En el siguiente medio siglo participa en dos dilatados proyectos musicales: un aeroplano y una nave espacial. De los voluntariosos conatos iniciales pasará a la idea de abandonar la Tierra y perderse en las estrellas.

Todo empieza en 1965, cuando conoce a Marty Balin en California, y juntos tocan música folk hasta que conocen a otro par, Jorma Kaukonen y Jack Cassady, washingtonianos ellos y cuates de la infancia. Balin evolucionará a una de las voces más ricas y dramáticas del rock. Juntos forman Jefferson Airplane (la Avioneta de Allende la llamó José Agustín en un intento de nacionalización roquera), quizá la primera banda de rock con vocalista mujer, Signe Anderson (quien extrañamente murió el pasado 28 febrero, el mismo día que Paul Kantner). Su primer disco se llamó Despega el Aeroplano de Jefferson. Por entonces ya se cocina en San Francisco, bajo la neoyorquina influencia de Bob Dylan, una espectacular renovación beat con Kerouac, Ginsberg y Ferlinghetti, todavía en funciones, que se concentra en el rock. Están naciendo a la vez Greatful Dead, Quicksilver Messenger Service, Country Joe and The Fish, Big Brother and The Holding Company (todavía sin Janis) y The Great Society, fundado, éste último grupo, por Darby y Grace Slick, nacida Grace Wing (Gracia Ala) en Palo Alto.

Mota, ácido, poesía, ciencia ficción, conciencia trascendental, amor libre, oposición a la guerra de Vietnam. Revolución. Inventan la contracultura de los sesentas en la primera y definitiva escena jipi, a la que volarán pronto los ingleses, empezando por Eric Burdon y sus Noches de San Francisco. En 1966 Signe Anderson deja el aeroplano y lo aborda Grace Slick con dos rolas definitivas bajo la manga, Conejo blanco y Alguien para amar. El Aeroplano y las demás bandas del momento tocan al aire libre y gratis en la calle Haight, junto con la brechtiana compañía San Francisco Mime Troupe. Mientras viajan en el sentido más sicodélico del término, aparece el empresario Bill Graham, quien abre el histórico Fillmore West y deviene productor de Jefferson Airplane.

El capitán de vuelo es Kantner. Son comuna, pero el tiempo revelará que suman una junta de individualidades bullentes difíciles de armonizar. Son el único grupo que participó en los tres grandes happenings del rock: Monterey (o el comienzo, en el verano del amor, 1967), Woodstock (o el clímax del desafío jipi, agosto de 1969) y Altamont (o el desastre, diciembre de 1969). Entre la decepción florida y la rabia anarquista se definen los dos proyectos musicales que guardaba el interior del Aeroplano: la sicodelia sideral politizada de Kantner y Slick, y el folk blues de Kaukonen y Casady. Y nacen, con brillantez, Jefferson Starship y Hot Tuna, sin desmontar aún el Aeroplano. En 1969 Jefferson Airplane crea su disco más militante, Voluntarios de América, y en 1971 se despide con un Ladrido, dejando atrás discos como Almohada surrealista y Corona de la creación.

De manera extraordinaria, en medio de pleitos, quiebras financieras (fue célebre su impericia empresarial), divorcios, demandas, insultos y demás como toda buena familia, Hot Tuna y Jefferson Starship llegarían hasta la segunda década del siglo XXI.

Los primeros nunca tuvieron caídas creativas de consideración; los segundos, siempre chidos, sí cayeron en dos-tres baches comercialones. Como pasó con tantos valientes, lo sonado en los sesentas nunca lo lograron superar.

No ajenos a las clásicas historias de excesos (el alcoholismo de Grace Slick y Marty Balin era una bronca), aguantaron el trayecto gracias al capitán Kantner: aunque anarquista, jefe, y aunque pirado a escala cósmica, políticamente sensato y fecundo. Con todo esto a cuestas, obligados por sus acreedores de RCA Victor, en 1989 vuelan juntos una vez más. Ya panzones y pelones, graban Jefferson Airplane, un discazo descaradamente autorreferencial.

(Próximo: Odisea espacial.)