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Hans Küng y la infalibilidad del Papa
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or haber cuestionado la infalibilidad del Papa, a Hans Küng le fue retirada, el 18 de diciembre de 1979, la licencia para enseñar como teólogo católico. La instancia ejecutora fue la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucesora de la Santa Inquisición. La orden para prohibirle a Küng el ministerio de la enseñanza provino del papa Juan Pablo II.

Es el mismo Hans Küng quien rememora la sanción en su contra. Lo ha escrito en una carta titulada “Un llamamiento a Francisco”, donde consigna que “en el segundo volumen de mis memorias, Verdad controvertida [libro publicado por Editorial Trotta], demuestro, apoyándome en una extensa documentación, que se trataba de una acción urdida con precisión y en secreto, jurídicamente impugnable, teológicamente infundada y políticamente contraproducente”.

El teólogo suizo está por cumplir 88 años. En el otoño de 2013 dio a conocer que le había sido detectado mal de Parkinson. La reciente misiva a Francisco muestra que Küng mantiene lucidez intelectual, y su habitual enjundia para señalar los males que tienen maniatada a la Iglesia católica. En esta ocasión subraya que los pendientes señalados por él hace 35 años se han acrecentado, y ellos son: el entendimiento entre las distintas confesiones; el mutuo reconocimiento de los ministerios y de las distintas celebraciones de la eucaristía; las cuestiones del divorcio y de la ordenación de las mujeres; el celibato obligatorio y la catastrófica falta de sacerdotes, y, sobre todo, el gobierno de la Iglesia católica.

Ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI abrieron caminos para dar solución a los pendientes señalados por Küng. Al contrario, se atrincheraron en posiciones autoritarias. Ahora Küng vuelve a diagnosticar que el freno para los cambios necesarios en la institución, “el motivo decisivo de la incapacidad de introducir reformas en todos estos planos sigue siendo, hoy como ayer, la doctrina de la infalibilidad del magisterio, que ha deparado a nuestra Iglesia un largo invierno […] No nos engañemos: sin una re-visión constructiva del dogma de la infalibilidad apenas será posible una verdadera renovación”. Es a la luz de lo anterior que Hans Küng solicita a Francisco permita que tenga lugar en nuestra Iglesia una discusión libre, imparcial y desprejuiciada de todas las cuestiones pendientes y reprimidas que tienen que ver con el dogma de la infalibilidad. De este modo se podría regenerar honestamente el problemático legado vaticano de los últimos 150 años y enmendarlo en el sentido de la Sagrada Escritura y de la tradición ecuménica.

Es necesario recordar que el 18 de julio de 1870 el Concilio Vaticano I definió dos dogmas acerca del papa (entonces ocupaba la silla Pío IX): “El papa disfruta de primacía legal en la jurisdicción sobre cada iglesia nacional y todo cristiano. El papa posee el don de la infalibilidad en sus decisiones solemnes sobre el magisterio. Estas decisiones solemnes (ex cathedra) son infalibles en base al apoyo especial del Espíritu Santo y son intrínsecamente inmutables (irreformables), no en virtud de la aprobación de la Iglesia” (Hans Küng, La Iglesia católica, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 216).

En la obra de Küng que hemos citado, publicada en inglés en 2001, es decir, bajo el papado de Juan Pablo II, el sacerdote y teólogo suizo proporciona ejemplos históricos del sistema papal que condenaba en otros lo que gustosamente para sí practicaba, a esto le llama la institucionalización de la hipocresía. Porque “los papas del Renacimiento mantuvieron el celibato para ‘su’ iglesia con mano de hierro, pero ningún historiador podrá descubrir nunca cuántos hijos concibieron esos ‘santos padres’ que vivían en la lujuria más licenciosa, la sensualidad desenfrenada y el vicio desinhibido” (p. 160). Quien escribe esto no es un enemigo de la Iglesia católica, sino alguien que la reconoce su hogar espiritual.

También Küng escribió que la responsabilidad de la ruptura protestante fue más obra de la jerarquía católica romana que de Martín Lutero: “Todo el que haya estudiado esta historia no puede albergar dudas de que no fue el reformista Lutero, sino Roma, con su resistencia a las reformas –sus secuaces alemanes (especialmente Johannes Eck)–, la principal responsable de que la controversia sobre la salvación y la reflexión práctica de la Iglesia sobre el Evangelio se convirtiera rápidamente en una controversia diferente sobre la autoridad e infalibilidad del Papa y los concilios. A la vista de la cremación del reformista Jan Hus y de la prohibición del Concilio de Constanza de que el laicado bebiera del cáliz en la eucaristía, se trataba de una infalibilidad que Lutero no podía refrendar en modo alguno” (p. 168).

Es su entendimiento del Evangelio lo que ha llevado a Hans Küng al desarrollo de una teología que una y otra vez llama por regresar a la radicalidad de las enseñanzas originales de Jesús. En esta tarea, confiesa, lo “impulsa una fe inquebrantable. Y no es una fe en la Iglesia como institución, pues resulta evidente que la Iglesia yerra continuamente, sino una fe en Jesucristo, en su persona y en su causa, que sigue siendo el motivo principal de la tradición eclesial, su liturgia y su teología. A pesar de la decadencia de la Iglesia, Jesucristo nunca se ha perdido. El nombre de Jesucristo es como un ‘hilo dorado’ en el gran tapiz de la historia de la Iglesia. Aunque a menudo el tapiz aparece deshilachado y mugriento, ese hilo vuelve siempre a penetrar en la tela”.

Francisco fue proclamado papa el 13 de marzo de 2013. Pocas semanas después, Hans Küng externó la esperanza que el castigo que le prohíbe oficiar de sacerdote y enseñar teología le fuese levantado por Francisco: sería una señal para muchos el que esa injusticia fuese reparada. Han pasado casi tres años y no se vislumbran señales en favor de la esperanza de Küng.