Opinión
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Cuba, Obama y un cumpleañero feliz
L

a primera visita política a Cuba de un presidente de Estados Unidos será un acontecimiento sin par de la historia latinoamericana y caribeña. Leyó bien: primera visita. Pues la de Calvin Coolidge fue con motivo de uno de los tantos aquelarres panamericanistas (1928), y cuando la democracia cubana era dictada por los barones del azúcar y la United Fruit.

El compañero Obama, entonces, estará en un país distinto, y esperemos que aproveche para fumarse un buen puro, evitando caer en el ridículo de Coolidge, quien se negó a tomar un ron porque se lo prohibía la ley seca de su país. Pero, ¿cuál era la situación de nuestra América en el año que nació el ratón Miguelito y en vísperas de la gran crisis capitalista mundial?

Los ecos de la Revolución en México y en Rusia resonaban con fuerza en el ánimo antimperialista de los jóvenes. En Nicaragua, Sandino hacía morder el polvo de la derrota a los marines enviados por Coolidge y, en ese contexto, los delegados estadunidenses a la sexta conferencia llegaron conscientes de que el intervencionismo generaba fuerte malestar en la región.

Cuando se cuenta la historia, entonces, hay que hacerlo sin omisiones ideológicas. Pues tan cierto fue que “…cierto número de gobiernos eran servidores del imperialismo, y otros no se atrevieron a desafiarlo”, como que sólo el de Argentina lo hizo, a través de su representante.

La discusión versó en torno al principio de no intervención, y barreras aduaneras. Y fue muy dura la controversia entre Charles E. Hughes (jefe de la delegación estadunidense y ex secretario de Estado), y Honorio Pueyrredón (representante del gobierno radical-conservador de Marcelo T. de Alvear, y ex canciller del primer gobierno radical-popular de Hipólito Irigoyen).

Simultáneamente, las izquierdas debatían frente a dos hipótesis: la una giraba en torno a la consigna clase contra clase, adoptada en Moscú durante el sexto Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Y la otra emanaba de las ideas antimperialistas del peruano Haya de la Torre, fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA, México, 1924).

Un cuarto de siglo después, Fidel resumió lo subyacente en aquellas discusiones. Fue al decir que José Martí era el responsable intelectual del ataque al cuartel Moncada (1953). Cosa que hasta hoy muchos no quieren o rehúsan entender, sin aceptar que sólo desde ahí, desde Martí, tomaron coherencia las ideas antimperialistas de Manuel Ugarte y Lázaro Cárdenas, junto con las de Jorge Eliécer Gaitán, José Carlos Mariátegui, Pedro Albizú Campos, Getulio Vargas, Juan Bosch o Juan D. Perón.

Observación a las tergiversaciones mediáticas: no fue Cuba la que, a inicios de 1961, rompió con Estados Unidos. Pero sí fue Cuba la que a raíz de los bombardeos, invasiones y sabotajes de Washington dijo al señor Kennedy que primero verá una revolución victoriosa en Estados Unidos que una contrarrevolución victoriosa en Cuba (Fidel, 13 de marzo de 1961).

Sitiada y a un tiempo comunicada, la revolución cubana relanzó la hoja de ruta del antimperialismo militante. Camino que recorrerán el Che y varias generaciones de luchadores sociales, junto con Salvador Allende, Omar Torrijos, Juan Velasco Alvarado, Juan José Torres, la revolución sandinista, Jaime Roldós. Hasta que a inicios de 1990, en un momento similar al de hoy, parecía que todo lo sólido se evaporaba en el aire.

No obstante, dos años después, el 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez irrumpió en el escenario. Y de ahí, lo que vino después: Lula, los Kirchner, Evo, Correa, el Pepe Mujica y lo que tenemos hoy. Cuando, asimismo, parecería confirmarse el temor de Marcuse, en el sentido de que “…el proletariado puede llegar a adoptar la ideología burguesa, por haberse creado intereses que coinciden con los que expresa tal ideología”.

Con argumentos más o menos sólidos, algunos dicen que la azarosa (y necesaria) normalización de relaciones cubano-estadunidenses terminará por confirmar lo manifestado por Coolidge: en definitiva, el asunto esencial del poder estadunidense son los negocios. Después de todo, el socialismo también necesita de capital, y los dueños del capital sólo invierten allá donde hay posibilidades de reproducirlo. Mientras otros temen que se cumpla la afirmación del presidente William H. Taft (interventor en Cuba en 1906):

No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro de hecho, como en virtud de nuestra superioridad racial ya es nuestro moralmente (1912).

Ahora bien: descontado que tal es lo que Obama busca en Cuba, la pregunta es ¿cómo? Porque así como nuestra época dista de ser la triunfalista de Coolidge y Taft, el anarcocapitalismo belicista en curso imposibilita cualquier desarrollo de una economía normal, sea capitalista o socialista. Donald Trump, payaso de cuidado, y el más amable Bernie Sanders lo saben. Y antes que ellos, el caballero que en pocos meses más cumplirá 90 años, y científicamente convencido de que, en las luchas antimperialistas, los que se cansan pierden.