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Ver día anteriorJueves 24 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un mal comienzo
D

esde hace tiempo se ha tornado un lugar común afirmar que los traslados de gente –sean transfronterizos, entre regiones o de uno a otro continente– constituirán una de las mayores fuentes de tensiones, conflictos y enfrentamientos internacionales en el siglo actual. Por ello se reconoce a las migraciones como asunto crucial de la política internacional y tema dominante de la nueva agenda global. Tras tres lustros, se ha convertido, además, en el problema que más reclama atención urgente en los países y bloques avanzados, al tiempo que genera controversias y desacuerdos entre ellos, así como con las naciones de origen de las corrientes migratorias. Sus manifestaciones y consecuencias se han tornado críticas al menos desde 2015, sobre todo entre la Unión Europea (UE) y países del Oriente Medio y del norte de África. La primera gran respuesta diplomática –conseguida a mediados de marzo y constituida, primero, por los acuerdos de la UE y, en seguida, entre ésta y el gobierno de Turquía– representa un muy mal augurio para el manejo multilateral del fenómeno migratorio global en los próximos años y decenios. La migración abarca tanto a los llamados emigrantes económicos, que atraviesan fronteras y cruzan mares en busca de oportunidades laborales y expectativas de bienestar, como a los individuos o familias desplazados de zonas en conflicto o guerra, que huyen de la violencia y la inseguridad en búsqueda de refugio o asilo. En la hora, la tensión y urgencia provienen de estos últimos, originados sobre todo en Siria, Irak y Afganistán (el número de los llegados a Europa en 2015 rebasó con mucho al millón y en dos meses de 2016 alcanzó 132 mil).

Los acuerdos suscritos ahora, que considero desesperanzadores, se expresan en dos documentos: las conclusiones del Consejo Europeo, del 17 y el 18 de marzo, y la declaración turco-europea del 18 de marzo (www.consilium.europa.eu). La idea que preside el entendimiento europeo es la de recuperar el control de las fronteras externas de la Unión (adviértase la clara similitud con el planteamiento central de diversos precandidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos). Al control de fronteras se subordinan los objetivos e instrumentos referidos al tratamiento de los demandantes de refugio, así como los compromisos multilaterales en materia de asilo asumidos por la UE en el marco de Naciones Unidas. El prolongado estira y afloja que precedió a la conclusión del acuerdo versó, sobre todo, en compatibilizar los deseos nacionales de reducir el número de nuevos refugiados que cada uno aceptaría con un estimado realista del número que se prevé llegará a territorio de la Unión. La clave para lograrlo se encuentra en el acuerdo de la UE con Turquía. En teoría, este acuerdo permitirá detener la llegada directa de refugiados a Europa; limitar el número de los que, previo procesamiento o regularización en territorio turco, serán admitidos, y ganar tiempo para aplicar soluciones más de fondo. Además –y este es el punto clave–, el acuerdo no establece ningún nuevo compromiso para los países miembros en materia de relocalización y admisión [de refugiados].

Por su parte, el acuerdo UE-Turquía tiene como elemento central un muy controvertido procedimiento de canje: a) Todos los nuevos inmigrantes irregulares que crucen de Turquía a las islas griegas, a partir del 20 de marzo, serán retornados a Turquía, si tras el examen de cada caso se encuentra que no califican para recibir asilo, y b) por cada sirio que sea regresado a Turquía desde las islas griegas, otro sirio será relocalizado de Turquía a la UE, de acuerdo con la legislación europea aplicable. Además, Turquía se comprometió a adoptar las medidas necesarias para impedir que se establezcan nuevas rutas terrestres o marítimas para la emigración indocumentada.

Se espera que cuando concluyan o se reduzcan en forma sustancial los cruces irregulares desde Turquía, se activará un Esquema Voluntario de Admisión Humanitaria: este elemento añade un toque ilusorio a los acuerdos, sobre todo después de los atentados del 22 de marzo en Bruselas, que, además, potencian la opción de la Brexit: salida británica de la UE.

El acuerdo empezó a aplicarse de manera precipitada desde el 21-22 de marzo cuando aún no existe, en territorio insular griego, la infraestructura administrativa y el personal necesarios para el debido proceso individualizado de las solicitudes de asilo ni existen en Turquía las instalaciones de alojamiento y otra infraestructura esencial para recibir de manera adecuada a las personas retornadas. En ambos países, los llamados hotspots (centros de acogida y estancia) se hallan en condiciones comparables a las de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, según algunos analistas. El Alto Comisionado para los Refugiados de Naciones Unidas suspendió de modo formal su actuación en las islas griegas, al denunciar que los centros de acogida se han convertido en centros de detención. Tampoco están en condiciones de operar los procedimientos que permitan relocalizar en Europa a refugiados procedentes de Turquía en igual número de los retornados a ella desde Grecia, que se estima serán 72 mil. El acuerdo con Turquía es lo más sórdido que pueda encontrarse en la política europea contemporánea, señaló Wolfgang Münchau en el Financial Times (21/3/16).

Turquía extrajo ventajas considerables a cambio: eliminar desde junio próximo las visas para visitantes turcos en la UE (países del Acuerdo de Shengen), sin incluir permiso de trabajo; acelerar el desembolso de los 3 mil millones de euros ya asignados para atención a refugiados en Turquía y movilizar un monto adicional de igual magnitud en el horizonte de 2018, y reactivar el proceso de acceso de Turquía a la UE. Se han manifestado dudas de que estas ventajas (en especial la primera y la tercera) puedan en realidad materializarse. Al retiro de visas se opone el enconado enfrentamiento entre Chipre y Turquía, capaz de descarrilar cualquier acuerdo. La reanudación de la negociación de ingreso de Turquía tiene gran número de oponentes, difícilmente dispuestos a cambiar de actitud ante lo que muchos consideran la deriva autoritaria del gobierno de Erdogan.

Del lado europeo, el acuerdo fue producto del pánico que provoca el desbordamiento de la crisis de los refugiados; las reacciones extremas que la misma estimula en la opinión política europea, dispuesta en apariencia a abrazar propuestas discriminatorias y xenófobas y, entre otros factores, las consecuencias electorales de este giro, ya resentidas en Alemania y varios otros países.

En suma, una muy mala manera de abrir camino para lo que muchos consideran el siglo de las migraciones.