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Centinelas
C

onstruida por siglos, la sabiduría de las mujeres y los hombres de Mesoamérica creó un sistema de representaciones inconfundibles que elaboró escultura y alfarería, máscaras y excelentes piezas de joyería, que convirtió el comercio en una extensa práctica cotidiana, que realizó observaciones astronómicas, inventó un sistema calendárico muy preciso y que, además, levantó maravillosas ciudades y obras de arquitectura. Así creció el mundo mesoamericano como un complejo y sofisticado universo cultural.

Movidos por el caudal de cultura mexicana que irradian los caminos mesoamericanos, en 1971 se reunieron las curiosidades y los talentos de Manuel Arango y Robert Amram para crear Centinelas del silencio. El cortometraje producido por el primero, dirigido por el segundo, fotografiado por Jim Freeman y Gustavo Olguín, y narrado en inglés por Orson Welles y en castellano por Ricardo Montalbán, fue galardonado con dos premios Óscar hace 45 años. Por única vez en la historia, el premio a mejor cortometraje y a mejor cortometraje documental lo recibió la misma cinta.

En la película se nos muestra con sencilla belleza que Teotihuacán, Chichen Itzá, Uxmal, Tulum, Mitla, Monte Albán, Palenque son espacios cargados de sabiduría. Sobre ellos versa Centinelas del silencio. A ellos nos invita. Nos enseña que los edificios, las estelas, las plazas, son hoy racimos de vida mexicana y que cada mirada nuestra les da una vida nueva. Porque los espacios creados por los antiguos mexicanos nos conmueven. El ritmo de sus elementos canta a la luz, a la sombra, a la selva, a la memoria.

La arquitectura mesoamericana alberga allí las formas tutelares de la vida. Su perfecta factura alcanza la maestría. Los frutos de tal sabiduría nos hablan de un pueblo que le echa un lazo al azar: domina sus aristas, controla sus tropiezos, maneja así sus incertidumbres. La vida cotidiana de estos hombres y mujeres estaba atada a lo sagrado. Los rumbos de los vientos, los colores, las plantas, los animales, todo estaba cargado de un sentido que regía cada instante de la existencia de los hombres.

Miremos bien. El prodigio arquitectónico de los arcos, de las cresterías, de los elementos decorativos de estas ciudades sagradas está hecho para asombrar a cualquiera que pise sus calzadas y sus plazas. La majestad de sus edificios y sus templos le recuerdan a los hombres que el tiempo envuelve a todos los seres en su manto de doble signo. En ellos se combinan los espacios para encontrar la soledad que busca conocer los misterios del cielo, y los espacios para vivir, a un tiempo, el temor y la alegría de la religión y el mito.

Esta convivencia de los elementos articulada en mitos, en símbolos de piedra, de jade y de barro, en ciudades, aseguraron el destino de nuestros ancestros, los mesoamericanos, para trascender la fatal tiranía del fuego y el agua, y el irremediable imperio de la tierra y del viento.

Escuchemos sus nombres. Tulum, Uxmal, Palenque, Mitla, Monte Albán, Chichen Itzá, Teotihuacán. Al cabo de los años, gracias al tenaz y comprometido trabajo de miles de hombres y mujeres: restauradores, arquitectos, custodios, museógrafos, académicos y estudiosos de instituciones del estado mexicano, todos esos nombres se han convertido en voces faro de la cultura mexicana. Por la alta calidad de ese trabajo, en 2015 las ciudades prehispánicas y los museos en los que se muestra su grandeza recibieron 24 millones de visitantes de México y el mundo.

De entre ellas, Chichen Itzá, en Yucatán, y Teotihuacán, en el estado de México, recibieron cada una a casi 3 millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños.

He allí, me parece, la trascendencia de Centinelas del silencio. Hoy como ayer, 45 años después de realizada, nos permite dar a conocer, compartir, irradiar y, en una palabra, nos premite divulgar la memoria de años y años de trabajo. Y es que en Centinelas del silencio, se juntan, para ser admirados como casi nunca antes, el conocimiento y la plástica.

Centinelas del silencio honra hoy, más que nunca, a su género, el documental. El tiempo la ha tornado en un doble documento. Queda claro que si hoy recorremos el universo de la geografía que nos propone visitar, veremos a las ciudades antiguas con todos los signos de su dignidad y de su gloria.

Sí, en ese recorrido actual al que nos invita a cada instante, cada imagen de la cinta, veremos también la permanente y universal labor de las instituciones del Estado mexicano para preservar nuestro patrimonio cultural. Para preservar, con él, la historia de nuestras identidades.

Centinelas del silencio así lo prueba hoy como lo hizo hace casi medio siglo. Unos y otros lo sabemos.

El patrimonio cultural mexicano es el espejo de la vida de nuestro país, es el lugar donde el sueño mexicano encuentra su refugio, su hogar. Es allí donde se despliegan los gestos, los colores, las esperanzas, los ideales en los que se ha modelado el rostro de los hombres y mujeres de México.

Twitter: @cesar_moheno