Opinión
Ver día anteriorMiércoles 30 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El viejo y la juventud
L

a actual campaña prelectoral en Estados Unidos (EU) ha mostrado un variado panorama de valores colectivos y, al mismo tiempo, despeñaderos y miserias humanas. Unos no compensan a los otros, sino que se interponen y trastocan el avance de esa sociedad, hoy tan importante para el resto del mundo. Nadie puede decir que lo que allá sucede lo deja indiferente, intocado. Lo puede decir, pero lo cierto es que lo afectará de diversas maneras. Algunas de sus consecuencias pueden ser realmente cruciales para el bienestar y las ya de por sí escasas oportunidades de bienestar para millones de personas en el mundo.

Por un lado es, por demás, digno y sustantivo destacar el efecto que ha venido provocando entre la juventud la oferta política del senador por Vermont Bernie Sanders. En el otro lado del espectro se acumula evidencia del bajo nivel alcanzado por los contradictorios, incoherentes, endebles y groseros desplantes y dichos de Donald Trump, el más avanzado dentro del campo republicano e irresistible imán para los medios. Bien puede decirse que estos dos personajes marcan los extremos en la cerrada pugna por el voto de sus respectivos partidos. Sanders ha conseguido ganar en cinco de las últimas seis primarias y caucuses demócratas. Un logro de no pocas consecuencias para el futuro de su país, por lo que se verá a continuación. Hay que recordar que este personaje partió, en su inicial carrera, con todo en contra: unos setenta puntos por debajo de su rival, Hillary Clinton. Al presente ambos se encuentran casi parejos en intención de voto. Ella ha sido, desde un principio, la favorita del sistema completo de poder, entre los que se encuentra la flor y nata de los demócratas (delegados especiales). Ha conseguido la mayor cantidad de votos hasta ahora, más que cualquier republicano. Su base está siendo reforzada por los afroestadunidenses, en especial los que viven en el sur profundo. Tales simpatías la sitúan como la factible ganadora de la candidatura de su partido y, tal vez, de la misma presidencia después.

Bernie Sanders ha sido, a diferencia de Hillary Clinton, el aspirante sin posibilidad alguna de triunfo final. La casi unánime categorización de la crítica, expresada en medios, así lo dictaminó de manera rotunda y sin apelación posible. Pero la batalla del veterano senador ha ido de menos a más, tal vez a bastante más, sorpresivamente a más. Las consecuencias de su fiero e incansable trasiego, para una persona de su edad (74 años), obliga a expresar reconocimientos. No sólo por la energía desplegada en sus alocuciones y actos masivos –que ello sería suficiente–, sino por el sólido enchufe que ha logrado establecer con un crucial segmento del electorado estadunidense. Todo indica que el coherente y viejo socialista democrático se topó de frente con una poblada gama variopinta de ciudadanos, destacadamente con la juventud de su país. Es este un aguerrido contingente de apoyadores que portan significados profundos para la actualidad y el futuro de esa nación. Y esto obliga a enfocar su oferta electoral de una manera por completo distinta en la reciente historia de ese golpeado pueblo. No sólo ha penetrado su entonado discurso reivindicativo y justiciero entre extensas capas sociales de votantes independientes, lo que ya sería un gran logro. También ha cristalizado su exigencia de formar un movimiento para sustentar su prédica: llevar a cabo una revolución política.

Ninguno de sus contrincantes ha penetrado en el juvenil contingente con destacados niveles de calificación superior. No hay pueblo o ciudad sede de universidades donde Sanders no despierte eso que ya se llama la bernimanía. Su mismo lema de campaña: Un futuro para creer en él, habla del hálito, tocado con arraigadas pulsiones, que viene levantando por donde se para. Lo trascendente de este movimiento, que ya es un verdadero fenómeno político, envuelve la materia de la que trata: la desigualdad imperante, el corrupto proceso electoral y la degradación de la misma democracia estadunidense, indebidamente capturada (¿deformada acaso?) por la plutocracia imperante. Un temario que se ha vuelto reiterativo, pero que ha penetrado entre los votantes de amplias zonas demográficamente importantes. Sus simpatizantes son, además, de raza blanca (mayoría) y liberales que habitan en los estados mejor desarrollados de ese país.

La lucha que viene será la definitoria tanto para los demócratas como para los republicanos. En cuanto a Sanders, se espera que capitalice el entusiasmo suscitado en las contiendas del medio oeste para extenderlo a las zonas densamente pobladas, como Pensilvania, Nueva York, Nueva Jersey o California, donde todo quedará resuelto para finales del verano y principios del otoño.