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La fatiga y la desesperanza
A

quí y allá hay signos del desasosiego que vive esa isla social con forma de archipiélago –se distribuye por el mundo, aunque de manera desigual–, formado por el aparentemente invisible y ultrafamado uno por ciento de la sociedad mundial. Ese desasosiego es la peor amenaza para la humanidad, pues mantiene ejércitos de CEOS en sus empresas y sus think tanks, de naturaleza investigadora, cuya función es la reflexión intelectual sobre asuntos de política social, estrategia política, economía, estrategia militar, y tecnología, para mantener a toda costa su estatus actual a cualquier precio. Sus instrumentos son los gobiernos de los estados donde habitan; sus ejércitos, sus instituciones internacionales, con los que se gestiona y controla el desastre creciente que se ha vuelto el mundo.

Por ahora las sociedades del planeta no apuntan a los milmillonarios que dominan el mundo; más aún son muchos, innumerables seres humanos comunes que una tesis como la apuntada, les parece fantasía desbordada. De manera que no son la diana de las sociedades; lo son en mucho mayor grado los estados, los gobiernos, las instituciones, los políticos.

Preocupa que también en muchas sociedades del mundo se advierta fatiga y desesperanza. Son demasiados lustros de recibir palos de todo tipo en línea continua. En algunos casos, la fatiga y la desesperanza se traducen en una acción con futuro de espanto; es el caso de las emigraciones masivas. En otros mudan en manadas animalescas que buscan penetrar y lastimar cuanto puedan a las sociedades beneficiarias del gran consumo, sin tocar ni de modo insignificante al uno por ciento. De paso, estas manadas son utilizadas también como instrumentos de algunos estados poderosos para dirimir sus diferencias y sus grados de dominación mundial.

Puesto aparte el culmen de la opulencia (el uno por ciento), en las sociedades priman bárbaras desigualdades sociales que aportan inmensas dosis de vida cotidiana insoportable; hambre, enfermedades, ignorancia, violencia, anomia de la que derivan carencias de normas sociales o su degradación. La matazón que ocurre en México cada día, y en muchos otros países, son espantosos ejemplos de cómo viven la cotidianidad las grandes, por mucho, las grandes mayorías. La anomia trae consigo, asimismo, toda clase de des­confianzas, sospechas, recelos, escepticismos, que no sólo no construyen una vida social mínimamente aceptable, sino una jungla tensa dominada por la amenaza y por el miedo.

Cientos de ancianos en Tokio –reciente descubrimiento– roban, con el fin expreso de ser encarcelados y tener acceso así a los alimentos y a la atención médica. Un lumpen subhumano se extiende en cientos o miles de ciudades. Los Porkys y su prepotencia se multiplican; las violaciones que cometen son vistas por sus padres como pendejadas de chamacos. El maltrato y el asesinato de mujeres crece; el bullying es nota cotidiana. La anomia tomando las más diversas y retorcidas formas.

De arriba nos llegan explicaciones cínicas: la economía mundial vive un periodo de estancamiento de largo plazo. ¿Cuándo terminará?: ni el santísimo lo sabe. Los lamentos son inútiles.

Año tras año, los gobiernos poderosos, las instituciones internacionales nos dan explicaciones diversas, pero nos aplican las mismas recetas. Es necesaria la perseverancia en la austeridad y en la estabilidad macroeconómica para que el crecimiento, en algún momento, se reanude.

Mientras la economía se ve imposibilitada de crecer, lo hace acompañada de una plétora de capitales sin precedente, ahí varada, y los inversionistas a quienes les ponen sobre la mesa una tasa de interés de cero, no se atreven a endeudarse ni invierten, y ahí quedamos paralizados a dos metros de la orilla, viendo la refulgencia de capitales de monto incontable, que no es tal porque no puede utilizarse. Todo resultado de la política de protección de los de hasta arriba.

El 8 de noviembre de 1918 estalló en Berlín un movimiento revolucionario y el káiser Guillermo II abdicó. Se formó un nuevo gobierno que encabezó el socialdemócrata Ebert. El gozo fue mayúsculo porque este movimiento representaba el fin definitivo de la cruenta Primera Guerra Mundial. Se firmó el armisticio el 11 del mismo mes. La monarquía de los Hohenzollern dejó paso al establecimiento de una república democrática (la de Weimar), regida por un frágil sistema parlamentario, que habría de ser presa de una gran inestabilidad hasta 1933, fecha en que Hitler abolió la democracia. El gozo se fue al pozo.

El gozo que tantos vivieron en el mundo con el fin de la primera guerra fue vivido con gran escepticismo por las mentes más penetrantes. Vieron que la vuelta de los conflictos mundiales no tardaría: total desesperanza. El inmenso poeta W. B. Yeats produjo en 1919 The Second Coming. En medio de la fiesta, escribió: “…todo se desmorona; el centro cede / la anarquía se abate sobre el mundo / se suelta la marea de la sangre, y por doquier / se anega el ritual de la inocencia; / los mejores no tienen convicción, y los peores / rebosan de febril intensidad…”

Yeats descree. La gran inteligencia humana sólo le sirve para hallar la forma de dañar al otro; el sentimiento que lo domina es dominar al otro. ¿Tiene forma de transformarse a sí mismo uno que parece no poder ser sino inteligente y perverso al mismo tiempo? Plauto (254-184 a. e. c.) en Asinaria escribió palabras aún inmortales: Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Así seguimos.